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Actualizado: 21/05/2024 22:00

Literatura

Destino y fuerza

La última novela de Julieta Campos es un río caudaloso que atraviesa cinco siglos de historia.

La última vez que vi a Julieta Campos parecía un ave delicada y ausente. En medio de un grupo de escritores cubanos y mexicanos, ella hablaba poco, como si ya lo hubiese dicho todo, o escrito todas las palabras en su última novela y su próximo silencio. Le pregunté si en Cuba ya se conocía La forza del destino, cuyo original tuve el privilegio de leer y dictaminar para la editorial Alfaguara, y me contestó, algo triste, que había mandado algunos ejemplares a la Biblioteca Nacional, y esperaba que algún día estuviera al alcance de todos los cubanos.

Con una modestia que, confieso, me apenó, volvió a darme las gracias por mi extenso y entusiasta estudio de la novela, así como por las horas que pasamos una tarde en el restaurante de comida china en la colonia Condesa, donde charlamos extensamente sobre esos dos amores que nos unen, más allá de las distancias, por encima de los tiempos y el destino, Cuba y la literatura.

Ahora ella se ha ido, dejando un hueco casi imposible de cubrir en nuestra literatura. Queda, sin embargo, su obra de perfecta belleza, y a sus admiradores nos deja la tarea de hacer todo lo posible para que en la Isla, en Miami, en España, donde quiera que viva un cubano, se lea La forza del destino, esa novela capital, sin parangón en las letras nacionales. Tal vez a ello puedan contribuir algunos de los comentarios que oportunamente escribí, y que hoy repito como un homenaje de afecto y admiración a tan grande escritora:

Será difícil que se vuelva a escribir una novela como ésta, con una estructura tan rica y compleja, casi sinfónica, armada sobre una secuencia temporal puntualmente marcada. Escasas, si las hay, son las obras literarias que, en poco más de dos siglos, se han atrevido a reconstruir tan ampliamente la memoria histórica de la isla maravillosa, a la luz de las genealogías y con una prosa poética de tan lograda factura. La forza del destino ocupa, sin duda, un lugar propio junto a novelas del calibre de Paradiso, de José Lezama Lima, o El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, aunque sólo sea por la deslumbrante desmesura de sus páginas, escritas sin más pausas que los títulos (de por sí excelentes) y las precisas referencias cronológicas.

Camino a la nación

Esta novela es un río caudaloso que atraviesa cinco siglos de historia verdadera, en España, Cuba, Nueva York, México, París, el tiempo de muchas vidas que el destino enlazó y las circunstancias fraguaron para quedar inscritas en una de esas eras imaginarias de las que hablaba Lezama. Es también una inmensa saga familiar, centrada en un arco que va de Juan de la Torre y María de la Torre, los lejanos abuelos de 1491 y 1563, a la autora que escribe a fines del siglo veinte.

Es asimismo una reflexión sobre los escabrosos caminos que condujeron al surgimiento de una nación, sus frustradas esperanzas y el polémico discurso revolucionario de Castro. Y es una novela de amor, del amor reiterado, a veces angustioso, otras más tierno, siempre vivo que sienten y padecen los muchos personajes históricos aquí develados con sus luces y sombras, de carne y hueso, humanos, más que humanos. Una obra totalizadora, que integra la nostalgia, la descripción geográfica, el contrapunto de los acontecimientos y la visión compleja, desde la múltiple perspectiva de las voces plasmadas en esas dos patrias a las que alude el epígrafe martiano: Cuba y la noche.

No hay aquí una, sino muchas novelas, un caleidoscopio de relatos que podrían existir por sí mismos y que se encuentran hábilmente engarzados en un devenir sin pausas hasta "el día en que se instaló la neblina", momento circular con que se abre y cierra el conjunto de la obra.

El primer capítulo puede leerse como uno de los ensayos más agudos sobre el proceso revolucionario de 1959, que truncó un largo período de la vida nacional para abrir una densa niebla donde se confunden el discurso autoritario de Fidel Castro, los testimonios de quienes han sido víctimas de su verbalismo engañoso, las identidades de Lezama Lima, Cabrera Infante y otros escritores mayores y más nuevos, los microrrelatos que componen la gran polifonía de un pueblo que ama la vida y no quiere rendirse.

"Desafiando la cortina de niebla. Me niego a morir así. Quiero morir en paz. Todo en orden. Morir de la demasiada vida. En este galeón cabemos todos. Todas las voces. Un torrente. De lujuria y de melancolía. Las voces que se derraman sobre el Malecón. Me espera una larga travesía. La vida es una alfombra mágica que se desenvuelve…".

La fascinante caja de la historia

El tono ensayístico se apoya en un lenguaje poético, cargado de metáforas, enriquecido por la narración de pequeñas historias que construyen el mundo fragmentado de distintas familias y personajes, en Cuba y en el exilio. Se trata del afán sempiterno de fundar y narrar la Isla, que a pesar de todos los avatares se empeña en preservar la memoria y no puede renunciar a la esperanza.

En una segunda entrada se presenta a quien podría considerarse la figura del sabio y naturalista Carlos de la Torre, aquí retratado en el período de 1910 a 1915, cuando el científico buscaba el rastro de una mandíbula casualmente encontrada en los baños de Ciego Montero, medio siglo antes. A partir de ahí, Julieta Campos se propone abrir la fascinante caja de la historia.

"Acaba de pasar el frenesí del azúcar: la 'danza de los millones'. La guerra favoreció un auge inusitado de la caña, que empezó a avanzar por todas partes, mientras ardían los cedros y las caobas en el afán de cubrir con cañaverales todo el país; los horizontes se incendiaban y la isla olía a quemado. Los aliados dependían del azúcar de Cuba y, desde 1914, Cuba Cane compraba ingenios al por mayor, a veces a poco más de la mitad de su costo".

La autora va de la anécdota específica a la circunstancia histórica, del hecho concreto a la caracterización del debate político del momento. Y todo eso inscrito en una sutil discusión sobre el arte de la novela: "¿Se vale echar mano a un libro de genealogías? Supongo que sí, siempre que contribuya, en el cuerpo del relato, a esclarecer los hechos. Se vale bucear, desde las páginas de ese libro, cómo el tío abuelo fue descendiendo hasta el fondo del barranco. También tú andas en busca del gran perezoso que dormita entre la neblina. ¿Una metáfora de la isla? No adelantemos...".

El 8 de mayo de 1574 María de la Torre está en el galeón que la lleva a Cuba, al viaje a través de los tiempos, que se hará finalmente literatura y encarnará en la mano que escribe la novela: "Yo, que esto imagino y escribo, me llamo Julieta Campos. Me llamo también, María de la Torre. Tu voz y la mía se confunden. También a nosotras nos envuelve la neblina". Más atrás está Juan de la Torre, que cabalga por Castilla y años después lee las cartas que le llegan desde la isla lejana. Es una mirada al proceso de colonización en el siglo XVI, a través de la vida familiar de diversos personajes que, sin saberlo quizás, fundarán una Cuba entonces ni siquiera entrevista.

Es "El tiempo de los fundadores", y por ahí aparece Silvestre de Balboa, autor del poema épico que inaugura la literatura cubana. "Pasado y futuro, en este sitio, coinciden. Durante un par de siglos más habrá cargos y privilegios para los descendientes de los fundadores. Habrá cabildos y milicias, y tierras y beneficios...". Se cruzan los linajes, se instaura la vida colonial, con los sobresaltos pasajeros de ligeros terremotos y frecuentes huracanes, mientras los hombres, como siempre y en todas partes, persiguen la utopía del amor imposible.

Estremecimientos propios

María de la Torre ve pasar, como en una ráfaga, las generaciones de criollos, mientras lee y escribe. "Esa carta de amor, María, nunca llegaste a escribirla. Me la dictas desde la neblina. Trataré de distraerte. De hacerte pensar en otra cosa. En libros, por ejemplo. ¿Alcanzó a enviarte Juan Bautista la ingeniosa historia de ese hidalgo que ha empezado a circular por Madrid? Podrías enfrascarte en su lectura. Sé que te gustaría seguirlo por el mundo, con armas y caballo, en busca de aventuras, poniéndole a todo, a diestra y siniestra, nombres tan galanos, músicos y peregrinos como esos de Rocinante y Dulcinea...".

Los descendientes de María de la Torre establecen a su vez nuevos vínculos familiares, marchan a otros puntos de la Isla, cruzan los siglos, hacen fortuna, siguen aferrados a sus tierras, cada vez más divididas por la sucesión de las generaciones, bajo la mirada atenta de la autora:

"¿Qué sientes, María, al entrar conmigo, de puntillas, al siglo XIX? Sé que te interesará enterarte de que el mundo cambia. Napoleón, que dio hace un año el golpe del 18 Brumario, le está exigiendo a España la devolución de la Lousiana. Humboldt visita La Habana: no tardará en irse a Venezuela, a explorar el Orinoco y, luego, escalará el Chimborazo. Thomas Jefferson es Presidente de los Estados Unidos. Inglaterra se anexa a Irlanda, para constituir el Reino Unido. Beethoven compone la Heroica...".

La Isla no puede escapar al movimiento universal, a su tiempo tendrá sus propios estremecimientos. En 1868 se desata la Guerra de Independencia y Carlos de la Torre entra al colegio.

A partir de febrero y diciembre de 1877 se recrea la relación entre José Martí y Carmen Zayas Bazán, una pequeña y casi autónoma historia de amor y desencuentros. "El hechizo de lo innombrable los tiene atrapados. Lo reconoce cada uno, en el otro, ese día de 1875 cuando se miran directamente a los ojos y, de súbito, él deja de enviarle misivas dolientes a Rosario de la Peña, cargadas del vacío de amores que le pesa sobre el cuerpo, abrumándole tanto la enfermedad de vivir como a Acuña que, de cultivarla con tanta diligencia, se ha muerto de ella".

Imaginando la melodía

La narración es una hermosa reconstrucción de la difícil relación matrimonial del héroe cubano con la madre de su hijo, el niño al que dedicó su poemario Ismaelillo. La autora, apoyada en una rica y bien manejada información, logra presentar el punto de vista de la mujer, atrapada entre el amor a un hombre admirable pero empeñado en sacrificarse por su ideal revolucionario, y su condición de esposa y madre que defiende a su modo la belleza de una vida familiar. Estas páginas, escritas desde la poesía, son de lo mejor, si no lo mejor del libro todo.

Pero la saga de María de la Torre continúa en el siglo XX y termina "En las arenas del naufragio": "Cuba y la noche. Una, la noche de Martí. Otra, la noche de Fidel. Y tú, como todos, empeñada en narrar la Isla. Abriéndote paso en la neblina. Con una ambición infinita. Queriendo dar testimonio. De tantas y tantas voces. Escritas en el libro del tiempo. Revueltas en la arena del naufragio".

Se cierra la narración circular que retoma la pasión de contarlo todo, ahora preguntándose también acerca de las formas y técnicas artísticas para dejar constancia de tanta vida, ensoñación y dolor que ha pasado por el tamiz de los tiempos. "Sugiere, si te preguntan, que un tumulto de voces exigentes te escogió al azar, para dar testimonio. Voces hartas de permanecer amordazadas. Voces impacientes. Voces queriendo silenciar, por fin, a la otra (...) Te llamas María de la Torre cuando, el 17 de junio de 1563, despiertas mecida por el vaivén del oleaje, en medio de la bahía de San Cristóbal de La Habana. En el vaivén del oleaje empieza a fluir una melodía. Imaginemos. Imaginemos la melodía".

© cubaencuentro

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