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Actualizado: 15/05/2024 1:03

Literatura

Diosa y depravada

La última novela de Juan Abreu: una obra pictórica en que el cuerpo femenino se explaya en el ejercicio del sadomasoquismo y el porno.

La colección La sonrisa vertical, de la Editorial Tusquets, recién acaba de publicar la novela Diosa del escritor cubano exiliado en Barcelona, Juan Abreu. Uno no tiene otro remedio que agradecer a los demiurgos del disfrute de la libertad del cuerpo y el espíritu la existencia de una apuesta editorial como la de dicha colección, que contra viento y marea se ha sostenido por más de un cuarto de siglo. Esto significa que no todo está perdido, que en el mundo todavía quedan lectores lo suficientemente inteligentes como para entregarse a la aventura de los orgasmos historiados como romances o batallas en los tiempos de la novelística de caballería.

Abreu asume dos serios riesgos con su última entrega. Un primer riesgo es consecuencia de meterse en la piel y el alma de una mujer para describir sensaciones, emociones y motivaciones en una búsqueda por los entresijos y los escarceos del eros como asidero en medio de la resequez de la sociedad moderna. Un segundo riesgo proviene de ser ésta la primera obra del autor en la que rompe radicalmente con el lastre de la cubanidad.

Este riesgo es aún mayor si tenemos en cuenta que Abreu ha sido un hombre comprometido con el ejercicio de las libertades en su país, lo que le costó cárcel y persecución en la isla pavorosa. Riesgo que se dispara si vemos que su libro anterior, Cinco Cervezas, publicado por Poliedro en 2004, es un alegato enfurecido en contra de los vicios del nacionalismo isleño y su versión socialista en el dominio despiadado de la escena pública en los últimos 47 años: un texto en el que no deja ni títere ni titiritero con cabeza, al menos no con la cabeza sana.

Sin embargo, Abreu se las arregla para sortear convenientemente ambos riesgos. No hay casualidad en el asunto. Si se echa una mirada a la obra publicada de este autor, nos percataremos de que hay un entrenamiento previo en el abordaje de géneros disímiles: ha incursionado en el periodismo, la ensayística, el testimonio, la poesía, el cuento y la novela, y dentro de esta última, el subgénero de la llamada ciencia-ficción; sin olvidar, claro, que este escritor antes que todo fue un pintor de éxito. Digamos entonces que esa amplitud de registros le permite dar un salto que, de otra manera, en otro escritor sería un salto en el vacío.

Una obra pictórica
Diosa es una novela bien pensada y estructurada, rareza en nuestro arquetipo nacional, apoltronado como se encuentra en las antípodas de Descartes. La novela está construida mediante un intercambio de correos electrónicos entre Laura (una sumisa) y el Maestro Yuko (amo de amos), con el consentimiento de su marido (un amo); en el conocimiento y la preparación, síquica y física, para el desarrollo de un encuentro en un ritual japonés de bondage.

Fino humor y mucho por debajo del iceberg, como preconizaba Hemingway, con el modo de decir subversivo característico del autor, pero ahora con la novedad de una cierta ternura, un ver las cosas desde ángulos menos ríspidos; sin que por ello renuncie a bucear la manga al codo en las enrevesadas interioridades de la condición del hombre, y más específicamente, en las interioridades de la condición de la mujer.

Esta novela es también, ¡quizá más que nada!, un cuadro, una obra pictórica en que el cuerpo femenino se explaya y se expone en el ejercicio del sadomasoquismo, el porno y la grafía de los que obedientes al mandato divino se manifiestan puros, es decir, inconscientes como niños.

En un intercambio de correspondencia con el escritor, éste ha declarado: "Pienso como tú, que el libro es como una acuarela; fresco al tiempo que intrigante, subversivo al tiempo que inocente. Como el disparo de una bala de seda. Lo oculto debajo de la piel del discurso. En otros libros míos, poseídos por la furia de lo cubano, esto no se nota tanto, pero aquí ocupa el primer plano (es decir, el primer plano subterráneo) y creo que cumple su cometido bastante bien.

Es decir, aparentar que estamos ante una lectura hasta cierto punto ligera, agradable, pero de la que poco a poco emerge un sustrato depravado (en el sentido admirativo y germinador que para mí tiene esta palabra) que nos perturba, sorprende y embriaga. Es bueno dejar lo cubano atrás (después de Cinco Cervezas lo necesitaba), aunque entiendo que viviendo en Miami es muy difícil. Uno se siente aliviado, como si se hubiera abandonado un fardo al borde del camino…".

Juan Abreu se mete en honduras en las que casi nadie se atreve por miedo o por desconocimiento. Para empezar la novela desmonta el discurso de las feministas de armas tomar, más, desmonta el discurso del igualitarismo ramplón, y redescubre algo que ya sabíamos o sospechábamos y es que en la condición del hombre, ¡y en la de la mujer!, hay un componente que pide a gritos (gritos disfrazados de reclamaciones sociales y toda índole de supuestas reivindicaciones) para que se le azote y se le someta.

En el peor de los casos, ese componente no incorporado en el plano de la conciencia se manifiesta políticamente en la permanencia de largas y sangrientas dictaduras en pleno siglo XXI. En el mejor de los casos, ese componente incorporado eficazmente en el plano personal puede dar paso a unas azotaínas en el trasero y a unos amarres de nudos que insospechadamente entran en los agujeros del cuerpo, con el saldo incruento o ligeramente cruento de unos descomunales orgasmos verdaderamente liberadores.

La renuncia a la libertad

Continuando en el descenso por la pared del iceberg nos topamos con el título de la novela y una pregunta: ¿por qué se nombra Diosa a una mujer que se somete, que se autodefine como sumisa?; y por ese camino penetramos en la profundidad mayor del texto. La propuesta de alcanzar la libertad mediante la renuncia a la libertad; la plena realización a través de la más completa sumisión, la renuncia total como vía de acceso a las más grandes posesiones del espíritu y el cuerpo.

Esa, quizás, es una de las más grandes paradojas del devenir del hombre, del hombre y la divinidad, pero también de la literatura como una de las artes que mejor puede expresar la esencia humana. No por gusto toda gran literatura es, de hecho, fundamentalmente paradojal, es decir, que en ella se expresa lo pequeño por lo grande, lo singular por lo general, lo oscuro por lo iluminado, lo sucio por lo limpio y lo bajo por lo alto.

Ahí probablemente encontremos un acercamiento certero al misterio del Dios que se hace hombre, de la crucifixión, del poner la otra mejilla, del amar al enemigo, del lavado de los pies a los humildes y menesterosos; un acercamiento certero al misterio del devoramiento de la hostia o el comerse a la divinidad (sin olvidar, ¡faltaba más!, que en Cuba comerse o jamarse a una virgen es simplemente iniciar una adolescente en la incorporación del falo); procedimientos o rituales correspondientes a mitos que se remontarían a los más oscuros orígenes del hombre y la religión.
Lo luminoso que sólo puede expresarse en la medida que desciende a los planos más inferiores, la creación que se manifiesta en el polvo, y como polvo, en la ciénaga, para desde ese estrato último tornar a elevarse otra vez en un reciclaje providencial; para complementarse como divinidad en las alturas. Concierto o caos en que el Dios se hace naturaleza, se hace carne, y por lo mismo, encuentra su plenitud de poder en lo sucio y húmedo y placentero; por tal motivo es que cualquier observador mínimamente inteligente y desprejuiciado encontraría las más estrechas interconexiones entre el eros y la religión.

No por gusto las religiones primordiales instituidas en los ritos de la fertilidad de la tierra;, no por gusto Astarté danza desenfrenada con su sarta de falos cercenados en torno al cuello; no por gusto desde los más ancestrales cultos politeístas hasta los más sofisticados cultos monoteístas se fundan en torno al falo como símbolo, digamos la cruz y la vela en el cristianismo; y no por gusto, aquello del más amado de los discípulos.

Es por ello que los gnósticos primero y los alquimistas después, dedicaron siglos y denodados esfuerzos mentales y espirituales en la labor de liberar a la divinidad de entre las más precarias y groseras manifestaciones de la materia. Esa es probablemente la explicación racional a la existencia del símbolo de la piedra filosofal, de la engorrosa faena de transmutar a los más degradados metales en oro; ¡y aun en sol!

Por eso tal vez los sacerdotes del Palo Mayombe insultan, pegan y prenden fuego a sus demiurgos encerrados en la nganga con el propósito último de que tomen conciencia y sirvan obedientes a sus fines. Quizás así se explique el decir yoruba de que el muerto pare al santo, y el de que los vivos tienen la facultad de iluminar a los muertos; cuando en pura lógica debería ser lo contrario. Quizás así se explique el acertijo incomprensible (desde otra mirada) acerca de que el hombre es cocreador con la divinidad.

En ese sentido es que Maestro Yuko dice a Sumisa Laura: 'Eres un ave inmaculada, una sacerdotiza que busca la pureza en las cloacas de su naturaleza (…) Y esa pureza no se ve afectada porque te atrevas a comportarte como una cerda, una perra o una puta (…) Si no eres capaz de ser una cerda, una perra, una puta, si no eres capaz de ser extremadamente sucia, jamás podrás alcanzar la pureza'.

He ahí la gran contradicción aparente, el dilema que los dioses sabichosos han planteado a los hombres; por ese motivo probablemente es que tendrían que ser como niños curiosos y contentos de sus cloacas para acceder al reino de los cielos. Aquí se repite aquello de que lo más sencillo es lo verdadero, o al menos lo que se encontraría en el camino de lo verdadero.

Matemos al deseo

La solución a estos elementos aparentemente contrapuestos podría ser uno de los más acuciantes problemas que desde la antigüedad más remota ocupó a determinados espíritus (aquellos del ojo para ver); de esa manera es que entenderíamos que una famosa personalidad del siglo II, Cárpocrates, líder fundador de la secta de los carpocracianos y filósofo perteneciente a la corriente de los neoplatónicos, defendiera denodadamente la doctrina de que el bien y el mal no son sino designaciones del hombre y que, antes del tránsito llamado muerte, las almas debían conocer hasta las heces mismas todo lo humanamente experimentable para no regresar en otras vidas y otros cuerpos con el objetivo de hacer lo que no hicieron en su momento por ignorancia, tontería o pacatez.

Vaya, que si el cuerpo es el enemigo y el deseo el instrumento para regresar a su cárcel, entonces no dudemos y matemos al deseo, ¡ese cabrón!, no reprimiéndolo, ¡esa insensatez!, sino satisfaciéndolo abundosamente en todas sus apetencias.

Por ello, Maestro Yuko asegura (refiriéndose probablemente al devenir de la historia como histeria desembocada en esta aburridísima postmodernidad): 'Hay fuerzas mucho más importantes que la razón: ellas gobiernan. Pulsiones ancestrales, ansias de ser hasta la degradación, necesidad de saborear la sabiduría del abandono, hambres orgiásticas'. Y más adelante, con cierta melancolía: 'La época de los grandes Amos ha terminado. El mal que corroe nuestro tiempo no es la violencia ni el egoísmo, sino la vulgaridad'.

Y es que frente a la dictadura racionalista y protestante (¡en cualquiera de sus acepciones!) que ha venido ganando terreno en Occidente del Renacimiento para acá, el personaje de Laura responde en el entendimiento de que una manera de acceder a la realización individual, la libertad, la felicidad y el poder verdaderos es abdicando de toda resistencia, de toda pretensión reivindicativa; renunciando a toda manifestación de la voluntad y a todo alarde de activismo que no serían sino pataleos en el vacío, retroceso a las eras de oscuridad anteriores a los estadios helenos de la civilización por vía ciertamente no de la ignorancia, sino de la sobreinformación y el hinchamiento de la psiquis cientificista.

Laura no es Diosa por la simplonería de ser bella o inteligente o dirigir una de esas ONG al uso de lo políticamente correcto, sino porque habría sabido conciliar la gran paradoja divina de descender para ascender, someterse para gobernar, ser sucia para ser limpia y ser la nada para ser el todo.

© cubaencuentro

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