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Actualizado: 19/05/2024 23:18

Literatura

Ojos llenos, manos vacías

Las ferias del libro son una ventana para los cubanos, pero la mayoría se enfrenta al dilema de los altos precios.

Casi algo en común tienen los miles que entran y salen de la Feria Internacional del Libro de La Habana: las manos vacías.

Una de las razones rebosa de obviedad: los altos precios.

"Llevo años tratando de comprar las memorias de García Márquez, pero que va, siguen por las nubes", comentó defraudado un profesor de Literatura Hispanoamericana. "Esto es de mírame y no me toques".

El primer tomo de Vivir para contarla, que data de 2002, se comercializaba a más de seis pesos convertibles en uno de los puestos de editoriales extranjeras. A la tasa actual, las memorias garcíamarquianas equivalen al 60% del salario promedio en la Isla.

"No sé por qué el Gabo no cede los derechos si es tan amigo como dice ser de Cuba y de Fidel", protesta enojado el profesor y cierra la tapa del libro. "En la que viene será", dice suspirando. Es un modo de no perder las esperanzas.

Otro de los motivos para las manos vacías igualmente forma parte de las evidencias: las largas filas.

Marta Yánez es una madre de tres niños. Trabaja en un laboratorio químico y vive cerca, en el barrio de Regla, encajado en una de las laderas de la bahía capitalina. El domingo quiso probar fortuna en este delirante picnic literario.

"No vengo más. Tuve que hacer dos horas de cola con los muchachos para comprar libros de colorear y otros de cuentos. Este es el único lugar donde se consigue la variedad", relató ya más relajada. Saborea un arroz frito sobre el césped de la fortaleza de La Cabaña.

Pero la laboratorista no pudo complacer al mayor de sus pequeños. Un libro ilustrado para setenta pegatinas de Harry Potter quedó en la caseta. "No puedo pagar siete dólares —CUC— por eso. Es mucho".

La frialdad de los números

Orgullosos, los organizadores de la feria entregan una visión diferente.

"Las ventas también se han incrementado, en relación con 2006, y se evidencia un promedio del precio de los volúmenes inferior en un peso tres centavos", explicó Edel Morales, uno de los directivos del evento.

Más de 300.000 personas visitaron esta decimosexta edición en sus primeras cinco jornadas. Todo un récord. La cifra supera la del año anterior en iguales días, "lo que confirma el hecho masivo que representa la cita", dice el funcionario.

La masividad es apabullante. Muchas familias acuden a la feria en pos de esparcimiento en los jardines de la fortaleza colonial. Algunos visten endomingados.

Se comen platos criollos —congrí y carne de cerdo— por veinte pesos y, si sobra, entonces se va por cerveza, refresco o helado, una trilogía que no escapa a las multas —precios adulterados—.

La curiosidad intelectual mueve a los más. Sobre todo a profesionales y estudiantes universitarios, que según las encuestas oficiales, son la mayoría de los visitantes.

"Esto no se ve todos los días. Si no llevo nada, por lo menos me entero", reconoce un médico recién graduado que se interesa por las novedades científicas. "Se me hizo la boca agua con un diccionario enciclopédico de medicina. Costaba veinticinco —convertibles—. No llego ahí".

Las ferias del libro siguen siendo una ventana para la mayoría de los cubanos que no tienen acceso a internet o que, con su poder adquisitivo, están lejos de consumir literatura extranjera que se vende en las librerías en moneda convertible.

"Te encuentras algunas de estas cosas en divisa, pero más caras que en la feria", explica el joven galeno.

Vorágine inflacionaria

En la década de los ochenta, en Cuba se llegaron a publicar más de 2.300 títulos por año con tiradas de miles. Más de la mitad de lo impreso se destinó a la educación. Un diccionario enciclopédico de medicina no era una quimera entonces.

Con la crisis de los noventa, la industria poligráfica —como tantas otras— se desplomó y los libros también fueron capturados por la vorágine inflacionaria.

"En 1993 —momento más agudo del período— se producen 568 títulos con impresiones que apenas rebasan los dos millones de ejemplares", reconoce Carlos Mas Zavala, funcionario del Instituto del Libro.

A una distancia más que añorada queda la primera edición revolucionaria del Quijote. Precio de salida: veinticinco centavos.

Para intentar paliar la crisis, las autoridades decidieron pasar la gestión editorial a un esquema de autofinanciamiento, con lo que los precios oficiales abandonaron para siempre su atractivo popular.

Si para la época la edición de lujo de la poesía de Eliseo Diego podía adquirirse por menos de cinco pesos, ahora un libro similar, como el teatro escogido del dramaturgo Abelardo Estorino, no baja de los veinticinco pesos.

Los lectores se resienten de tal política. "Entre un libro de veinticinco pesos y una libra de leche, las cosas se pueden poner feas y quedar uno como ignorante", argumenta G.S., un ratón de librería.

Desde el clítoris hasta Chomsky

En una de las naves de la húmeda fortaleza colonial, un enjambre de curiosos husmea, como rescatistas ante un sismo, en la pila de libros de editoriales españolas. Salen todos a tres convertibles, setenta y cinco pesos al cambio oficial. No es una ganga, pero es lo mejor que se ofrece.

"Encontré una novela de Tom Wolfe, mi preferido", dice exultante un joven rapado y manillas de colorines en las muñecas.

La disparidad gobierna el amasijo. Desde un texto voluminoso sobre el clítoris hasta un estudio sobre el imperio estadounidense, del lingüista Noam Chomsky.

Los que penan por cómics encuentran su botín en Las mil y una noches y los fans de la novela rosa suspiran ante una saga de Corín Tellado. Los consumidores de terror se llevan a Stephen King y los fans de Madonna se crispan cuando descubren en el montón una biografía no autorizada de la diva.

Algunos, con mucho disimulo y manos ágiles, aprovechan el gentío para robar algún ejemplar pequeño. Los trabajadores sociales están a la viva. Controlan la cola y vigilan los posibles hurtos bien atentos a los abrigos y bolsillos de los pantalones "cuatropuertas" —bolsillos de cargo—.

A más de uno han detenido, haciéndoles devolver la mercancía sin mayores consecuencias. Sólo el sofocón. Otros como Robert han "escapado". Se lleva a casa una novela de Noah Gordon.

"Robar un libro no es robar", dice citando a un imaginario Martí que jamás escribió tal cosa.

© cubaencuentro

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