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Actualizado: 13/05/2024 23:57

CINE

'Viva Cuba'

La última producción cinematográfica cubana: una simpática comedia para niños en medio de una comercial 'batalla de ideas'.

Quien haya seguido las declaraciones del realizador Juan Carlos Cremata, entrevistado y vuelto a entrevistar a propósito del estreno de su último filme, se las verá difícil para no interpretarlas como puro oportunismo político. Luego, al conocer las condiciones de su estreno (gran despliegue periodístico, premier en la sala Chaplin, abordaje televisivo al ministro de Cultura a la salida del cine, programación simultánea en todos los rincones del país…), calculará que tal oportunismo ha sido premiado.

La historia de una niña empecinada en no dejar la Isla, negada a marcharse al exilio, ofrecía en manos de Cremata los peores pronósticos: después de juguetear en un filme anterior ( Nada) con el tema del exilio, ahora intentaría colocar la historia de esa niña en el centro de la actualidad cubana, donde estuvo una vez Elián González.

Sus entrevistas la emprenderían con el tema del terrorismo sin que la trama de su nuevo filme lo exigiera (utilizaba para ello su historia personal, la muerte de su padre en un atentado terrorista). Según él, Viva Cuba era el triunfo sobre una tremenda conspiración: "lo que querían los terroristas, era acallarnos, silenciarnos, opacarnos o amedrentarnos. Y nosotros, desde lo mejor que sabemos hacer, ganamos una vez más la oportunidad, de gritar, una y otra vez en todo el mundo: Viva Cuba".

En resumen, Juan Carlos Cremata había dispuesto un merchandizing "Batalla de Ideas" para su nuevo filme. Y La Habana tiene este verano tan escasos motivos de alegría que la perspectiva de hora y media de aire acondicionado hizo a mucha gente asomarse a lo que prometía ser una mesa redonda televisiva a cargo de la compañía teatral infantil La Colmenita.

Nacionalismo vocinglero y escueto

Que Viva Cuba no es tal, acabo de comprobarlo dos pesos mediante. Y ahora pienso que esa historia de amor entre dos niños, iniciada tan ágil y graciosamente, no se merece las artimañas publicitarias de su autor.

Resumo aquí la historia: abuela, madre y nieta viven en una casona desvencijada. La enfermedad de la anciana las retiene en el país y, apenas fallecida esta, la madre decide irse de Cuba con su hija (no se trata de reunificación familiar, sino del casamiento de la madre con un novio extranjero. Así, la disyuntiva no es Cuba o la familia, sino Cuba o nada). Un padre, una madre y su hijo viven en la acera de enfrente, en un modesto apartamento. El padre, funcionario, pasa mucho tiempo lejos. Durante sus regresos, las peleas conyugales empujan al hijo fuera de la casa. Y, de modo semejante, las continuas conversaciones telefónicas de la madre con el novio extranjero hacen que la niña salga de casa.

Coinciden en la escuela. En el camino de regreso, ella confiesa que su madre se la llevará del país, la apartará de todos sus amigos y de él. La madre tan sólo necesita una firma de autorización del padre (ambos están divorciados), le ha escrito ya pidiéndosela y, si niña y niño quieren convencer al padre de que no firme, han de llegar antes que esa carta. La misiva, como en un buen cuento fantástico, viaja hacia el fin del mundo, hacia Maisí. Va dirigida al vigía de ese extremo, a quien cuida la luz del faro.

La aventura de esos niños luce doblemente edípica: la búsqueda del padre será travesía por la patria. Y precisamente al inicio de su fuga el flujo de la historia se entorpece: olvidados de toda desesperación, los prófugos se toman unas vacaciones en Varadero (a esas alturas la narración no podía permitirse tal gratuitad turística. Aunque el camino cobra gravedad más tarde: la policía persigue a los niños, las madres coinciden en sobresaltos, y los dos prófugos se encuentran a punto de perder la amistad que los unía).

Cremata evita toda sentimentalidad...

Cremata evita toda sentimentalidad respecto a la búsqueda del padre y reserva el caudal de su ñoñería para la tierra natal. Exclamación patriótica desde su título, al filme no le cabe ni una palma más (nunca una cámara tuvo que tragar tanta palma. El recuento botánico llega hasta las anomalías: un ejemplar bífido sirve de emblema de amistad). Y allí donde no hay palmas, han venido a sustituirlas banderas cubanas. Hasta desembocar en un mar de banderas agitadas, en una concentración política a la que los protagonistas arriban por azar.

Antes o después han de escucharse en ese escenario discursos políticos, por el momento actúan una compañía de bailes folclóricos y un coro infantil. El lugar ha sido expurgado de toda parafernalia estrictamente revolucionaria, no aparece en él ninguna alusión a las sucesivas campañas que constituyen la "Batalla de Ideas" ("Veo la batalla", me ha dicho una amiga, "pero las ideas no"). De este modo, las tribunas políticas padecidas en los últimos años podrían aceptarse como meros festivales artísticos.

Viva Cuba, que se inicia con un grupo de niños jugando a la guerra entre españoles y mambises, propone un nacionalismo vocinglero y, a la vez, escueto. Vocinglero por su insistencia en los símbolos nacionales. Escueto, ya que se limita a los más elementales símbolos. Gracias a ello, nadie podrá acusar de simpatías revolucionarias a su protagonista. Otras razones tiene para vivir en Cuba: la tumba de su abuela, un primer amor, la amistad, su casa, su escuela… Y, más abstractamente, la bandera y las palmas.

¿Qué mas puede pedirse?

Sin embargo, para el estreno del filme en La Habana, Cremata creyó de utilidad devolver a la tribuna política todo lo que le restara antes. Y, a causa de ello, se ha extendido en entrevistas. "Pero sobre todo quiero que los cubanos, en cualquier lugar donde estén, la recuerden y la sientan como su película", ha dicho. Me atrevo entonces a suponer que, frente a un público de cubanos residentes en el extranjero, el realizador de Viva Cuba desecharía sus actuales arengas para concentrarse en la Cuba más o menos eterna que pretendió filmar.

Iría a lo paisajístico (las banderas nacionales tienden a ser naturaleza) y, en caso de que fueran cuestionadas sus recientes declaraciones, podría acogerse a la estrategia probada ya por Eduardo del Llano a propósito de Monte Rouge: luego de desmentir en un semanario digital habanero las intenciones de su cortometraje, desmintió desde un diario mexicano lo publicado por el semanario digital habanero, y así habría continuado hasta lograr un total esfuminado de responsabilidades.

Viva Cuba logra ser, pese a los ulteriores esfuerzos de su realizador, una simpática comedia para niños. Al final del camino, dos madres y la policía esperan a los prófugos en el faro de Maisí. Los aguardan también el padre buscado de ella y el siempre huidizo de él. Se suceden abrazos y disputas, y ambos protagonistas alcanzan un último minuto de libertad: corren hasta las últimas rocas, se abrazan al final de la tierra (es el abrazo de quienes van a separarse en Fresa y chocolate. Es el abismo de Thelma and Louise).

El filme se apoya en la espléndida actuación de los niños Jorge Miló y Malú Tarrau. Juan Carlos Cremata ha dirigido (junto a su madre Iraida Malberti, conocida realizadora de programas infantiles televisivos) un guión escrito a dos manos con Manuel Rodríguez ( Madagascar,Nada,Las noches de Constantinopla). Y, sin ser producido por el ICAIC, el filme recibió fondos de la casa productora de telenovelas del ICRT, de la compañía publicitaria francesa QUAD y de la compañía teatral La Colmenita.

Un jurado reunido en el Festival de Cannes y compuesto por veinticuatro niños decidió por unanimidad otorgar el Grand Prix Ecrans Junior a Viva Cuba, que ahora recibe el premio del público cubano. Gusta a los niños y despierta carcajadas entre los adultos, Àqué más puede pedirse? En mi caso, silencio de parte de su realizador. Que abandone su campaña de sobreimponer tan burdos comentarios a lo que su equipo y él lograron para la pantalla.

© cubaencuentro

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