Ir al menú | Ir al contenido

Actualizado: 30/04/2024 23:28

Literatura

La mentira veraz

Carlos Victoria entrevisto por Germán Guerra en el número 44 de la revista 'Encuentro de la Cultura Cubana'.


El sueño de la razón produce monstruos y después los devora, como mismo el viejo Cronos devoró a sus hijos. El paso del tiempo y el golpe de la modernidad, el florecimiento y la inmediatez de los periódicos virtuales, los falsos valores éticos del nuevo periodismo —donde la imparcialidad se mide en la misma balanza que se pesa el dinero o la política—, la catástrofe económica que sucedió al derribamiento de las Torres Gemelas, y una sarta de escándalos locales, han ido arrancando —uno a uno— los dientes al Monstruo de la Bahía. Pero este animal de fondo, plantado en sus razones, sigue todavía siendo El Monstruo de la Bahía, cariñoso epíteto con el que ambos bandos del espectro político del exilio cubano en Miami han bautizado al edificio de seis pisos donde se albergan las redacciones de The Miami Herald y El Nuevo Herald, los dos diarios más leídos (sólo hay tres) de esta aldea con pretensiones de gran ciudad.

El fumadero del Monstruo es un enorme balcón que rodea por tres costados la segunda planta del edificio, y cada vez que nos asalta la imperiosa necesidad de seguir viviendo, nos escapamos al balcón a conversar un rato con el mar, a estirar las piernas o a reventarnos los pulmones. Siempre bajo a la misma hora y me acodo, de espaldas al mar, en la baranda que da al oeste, a ver la caída del sol y fumarme —como todos los días— mi último cigarro. Me hundo en el humo rojo de la tarde y veo a Carlos Victoria atravesando el parqueo rumbo al edificio, con su paso lento, un libro bajo el brazo, las manos en los bolsillos y la cabeza baja, en un silente y misterioso diálogo con la sombra que precede sus pasos sobre el asfalto.

Y doy gracias una vez más, por el sencillo acto de saber que hoy también estará Carlos con nosotros. Saberlo allí, callado en su escritorio, dispuesto para todos, con un consejo que siempre calma, con un golpe de ánimos en nuestras pesadillas, con un comentario mordaz o una frase lapidaria que sella cualquier polémica. Saberlo allí también nos da fuerzas para seguir viniendo a diario, para seguir rompiéndonos los brazos con el periódico de la mañana.

Toda historia, todo tiempo de vida tiene un principio y un final, un nacimiento y una muerte que siempre terminan enlazados, regresando al mito del tiempo cíclico, donde una serpiente que se muerde la cola traza un círculo perfecto. Cuéntanos el principio recordable de tu historia. ¿Cuáles fueron las primeras lecturas?, ¿cuándo descubriste que habías escrito el primer texto perdurable, que estabas haciendo literatura?, ¿dónde han quedado esos manuscritos y la biblioteca que calmó la sed de aquel adolescente que a los 15 años ganó el primer premio de cuentos de El Caimán Barbudo y a los 21 años, en 1971, fue expulsado de la Universidad de La Habana por "diversionismo ideológico"?

Como no tuve una niñez feliz, descubrí muy pronto que podía fabricar otra realidad a través de la lectura. Leía embelesado las cosas más diversas: Dickens, Verne, historietas de Batman, novelitas de amor y del oeste, Stevenson, Daudet. Ese gusto tan amplio me ha durado hasta hoy, y se ha extendido a la música y al cine. Disfruto lo mismo de Joyce que de Dashiell Hammett, de los Beatles que de Shostakovich, de Antonioni que de John Woo. Pero volviendo a la infancia: al mundo inventado de la lectura se sumó al poco tiempo el mundo inventado de la escritura. Escribo con regularidad desde los ocho o los nueve años.

En cuanto a tener conciencia de que eran textos perdurables, creo que todo el que escribe, incluso un niño, piensa que su escritura es importante, al menos durante el acto de escribir. Todos mis manuscritos, miles y miles de páginas de poemas, cuentos, novelas, comentarios y obras de teatro, salvo algunos que había prestado o regalado a amigos, fueron a parar a manos de la Seguridad del Estado de Cuba en 1978, cuando me arrestaron.

Siempre repito en broma que ha sido el único acto de justicia de ese aparato siniestro. Espero que como segundo acto de justicia hayan destruido esos papeles. Me avergüenza pensar que algún día aparezcan todos esos delirios pueriles, mediocres y mal escritos. Lo que escribí hasta los 30 años, la edad en que salí de Cuba, no tiene el menor valor. Sólo me sirvió, digamos, como aprendizaje. Por suerte sólo pude publicar el cuento que mencionas, escrito a los 15 años, influido por Cortázar y los surrealistas, que me deslumbraban por esa época.

El éxodo del Mariel, en 1980, te trajo a estas playas del exilio. Han pasado ya 27 años de ausencias y desarraigos, y has vivido todo ese tiempo en Miami, desde donde has escrito y publicado toda tu obra. Desde aquí encontraste al padre que no conocías, has descubierto que tienes dos hermanas, y en esta aldea grande también murió tu madre. Cuando atamos lazos perdidos, cuando se nos muere un padre o nos nace un hijo en el lugar donde respiramos, nos asalta un sentido de pertenencia y las aceras se tornan cotidianas. Aquí y ahora, hoy, en Miami, ¿cuánto "sentido de pertenencia al lugar" palpita en tu vida cotidiana?, ¿cuántas veces has ido caminando por una calle de la "sagüesera" y al doblar la esquina caes en una plaza de Camagüey?

Mi sentido de pertenencia ha ido cambiando y se ha ido reduciendo. Durante mis primeros tiempos en el exilio sentía que pertenecía a Cuba, sobre todo a Camagüey; luego sentía que pertenecía a Camagüey y a Miami. Ahora sólo pertenezco a la casa en la que vivo desde hace 17 años.

En un homenaje a Antonio Benítez Rojo en un viejo número de Encuentro, rememoras el descubrimiento de sus cuentos en los años sesenta y cierras texto sobre Tute de Reyes, El escudo de hojas secas y Heroica diciendo que "en la galería personal de los libros que en aquel tiempo me comunicaron algún valor, alguna esperanza, estos volúmenes de cuentos ocuparon un sitio excepcional". Aparte de tu confesa devoción por la obra de Benítez Rojo y Novás Calvo, y de la eterna relectura de Dostoiesvki, ¿qué otros autores, cubanos o de otras literaturas, conforman tus preferencias y biblioteca de abrevadero?

Lo que me ocurrió con Benítez Rojo, aparte de admirar su calidad literaria, fue que me hizo creer que un escritor cubano desconocido podía publicar en Cuba, a finales de los años sesenta, libros que no estuvieran contaminados por la política. Pero fue un espejismo; él resultó un caso excepcional. Y si voy a mencionar a todos los escritores que me gustan, la revista Encuentro tendría que preparar un número especial para publicar la lista, un diccionario que abarca desde Homero hasta Lorenzo García Vega.

Entre Homero y Lorenzo García Vega navegan todos los catálogos y todas las naves. Nuestro paso por la vastedad de ese tiempo, que es la Historia y la Historia de la Literatura, nos deja al final con un puñado de nombres aprehendidos, nos deja sentados y en silencio frente a esa "biblioteca de abrevadero" de la que ya te hablé. ¿Hasta qué punto esos autores a los que siempre regresas han influenciado y definido tus maneras de obrar?, ¿cómo reaccionas cuando descubres la voz o el estilo de otro escritor en un pasaje tuyo, borras o rindes homenaje?

La relación entre mi vida y la literatura siempre ha sido intensa. Soy por encima de todo lector, por lo que estoy seguro de que las decenas, por no decir centenares, de escritores que he leído con pasión a lo largo de los años, han influenciado directamente mi vida y mi obra. Por poner sólo tres ejemplos, Dostoievsky me provocó desde el principio un enorme deseo de escribir novelas; Rousseau, sobre todo el Rousseau de la Profesión de fe del vicario saboyano, me iluminó en cuestiones de conducta y creencias cuando yo era un adolescente (aunque el propio Rousseau contradijera a veces sus escritos con sus acciones, como suele ocurrir), y la novela póstuma de Camus, El primer hombre, me dio el último empujón para ir a Cuba a conocer a mi padre.

En cuanto a encontrar la voz o el estilo de otro escritor en mis obras, no dudo que ocurra todavía, sin que yo mismo me dé cuenta. Pero digamos que tengo la ventaja de haber publicado mi primer libro a los 42 años, luego de escribir continuamente desde mi infancia, por lo que tal vez las imitaciones, deliberadas o inconscientes, se han ido depurando poco a poco a través de las décadas, y al final lo que ha quedado en mi escritura, y hablo de los libros publicados, es un compendio de todas mis lecturas y de mi propia experiencia.

En entrevistas anteriores te han preguntado muchas veces sobre la influencia de Camus en tu obra, pero yo siempre he sentido en tus páginas un sabor a Hesse, sobre todo en Puente en la oscuridad y su aproximación temática con El lobo estepario. ¿Cuánto de esa "soledad existencial", de ese "braceo en torno a la demencia", y de esa "búsqueda del sentido de la vida" que sostienen los apuntes de Harry Haller, marcan también, implícita o explícitamente, los pasos de Natán Velázquez por toda la extensión de tu Puente?

La obra de Hesse, no sólo El lobo estepario, sino también Demian, Siddharta y El juego de abalorios sobresalen en mis recuerdos de lecturas. Pero lo mismo puedo decir de la obra de innumerables escritores, y te pido que no me obligues a detallar el catálogo. Ahora bien, cuando empecé Puente en la oscuridad no pensaba en ningún autor concreto. Si pensaba en alguien era en Keats, a quien rindo homenaje explícito en esa novela, y en los autores románticos que me han fascinado desde muy joven: Shelley, Coleridge, Víctor Hugo, Lermontov, Chateaubriand, Lamartine, Espronceda, Holderlin y otros. Pero sobre todo pensaba en mí mismo, en mi propia historia, en la historia de muchos exiliados, y en general en la historia de la gente solitaria y confundida que busca un refugio, un asidero.

Háblanos del proceso de escritura, del universo narrativo, de cómo llegan y decantas temas y personajes, de cómo armas la estructura que sostiene el peso de tus libros.

Me llegan ideas de forma inesperada. Tomo notas caóticas, que sólo yo entiendo, y a veces ni siquiera entiendo. Ideas de tramas, de escenas, de personajes. Antes de comenzar a escribir trato de establecer un orden en ese caos, de modo que cuando empiezo un cuento o una novela creo saber más o menos adónde quiero ir. Pero al escribir la dirección cambia, las situaciones se transforman, surgen nuevos argumentos y nuevos personajes, y otros se vuelven falsos y desaparecen. Entonces vuelvo a tomar notas, a trazar otros planes, otros bosquejos. Y empiezo de nuevo. Escribo y reescribo. Tacho y añado. Escribo a mano siempre. Sólo después de varias versiones a mano estoy listo para lo que era antes la máquina de escribir y ahora la computadora.

Los que te conocemos de cerca sabemos de tu pasión casi enfermiza por el cine, sabemos que en el escritorio, en la redacción de El Nuevo Herald, siempre tienes junto al teclado un libro para las horas muertas y una película para ver cuando llegues a los silencios de casa. ¿Cómo influye el cine en tu obra?, ¿qué relación existe entre la degustación y el conocimiento enciclopédico del film noir, y la consciente oscuridad existencial que transita tus argumentos?

Si voy a creerle a mi familia, aprendí a leer yo solo a los cuatro años, con muñequitos y libros ilustrados. Al parecer desde entonces relacioné la imagen visual con la palabra escrita. Luego el cine, que me fascinó desde muchacho, amplió el vínculo entre la narración y la imagen. Tal vez por eso me esfuerzo en escribir textos que el lector pueda ver. Creo que mi inclinación por el film noir proviene de que mi propia vida ha tenido muchos matices y episodios sombríos, y por lo tanto mi escritura también. Pero no podría hablar de una relación de causa y efecto. Por ejemplo, me encantan también las películas de samurai, y te aseguro que nunca le he arrancado la cabeza a nadie, aunque cuando me emborrachaba y me drogaba a veces fantaseaba que era Toshiro Mifune o Tatsuya Nakadai, para acabar con algunas personas despreciables. Afortunadamente, hace 24 años que no me emborracho ni me drogo, y a los despreciables prefiero dejarlos vivos, aunque procuro que estén lo más lejos posible de mí.

Todo novelista contemporáneo lleva dormido en el pecho un director de cine, pero tu carácter, esa "secreta aversión por el tumulto" y la manera de pararte ante las practicidades de la vida, no me dejan imaginarte en un set de filmación gritando órdenes desde un megáfono, doblando las voluntades de actores e iluministas. Varios escritores cubanos han trabajado directamente para el cine, Cabrera Infante, Antonio José Ponte y Senel Paz cargan con sus créditos de guionistas, y Jesús Díaz dirigió y escribió sus películas. ¿Cederías a la tentación?, ¿aceptarías el reto de escribir un texto concebido como guión cinematográfico, que tu argumento termine proyectado en una pantalla y no en forma de libro?

Para mí el acto de crear siempre ha sido un acto solitario. No concibo crear otra cosa que no sean mis cuentos y novelas, que sólo obedecen a mis propias leyes y en las que trabajo solo, en el tiempo que quiero y de la forma que quiero.

Me decías al inicio que disfrutabas lo mismo de los Beatles que de Shostakovich, y tus amigos cercanos conocemos que paralela a tu pasión por el cine cabalga tu devoción por la música. ¿Cómo te afecta y cuánto te puede marcar —o rescatar de la memoria— una sinfonía intensa como la Patética de Chaikovsky, o una balada rock de los Beatles? ¿Requieres del "silencio absoluto" para escribir, o puedes hacerlo oyendo música?

Para mí la música es más importante que la literatura y el cine, lo que es mucho decir. Creo que podría vivir sin leer ni ver películas (no quisiera vivir de esa forma, pero podría sobrevivir), pero no podría hacerlo sin escuchar música. Mi gran aspiración, casi imposible de lograr, por supuesto, es imitar la música mientras escribo. Vale la pena que hable un poco de esto. Hasta hace relativamente poco yo rechazaba gran parte de la música clásica del siglo XX. Mi gusto llegaba solamente hasta, digamos, Sibelius y Debussy, y una parte de la obra, la más accesible, de Bartok y Shostakovich. La música del siglo XX que me arrebata es la popular, desde las rancheras de mi infancia hasta la música popular norteamericana y británica a partir de los años 60.

Es decir, que al escribir lo que he tratado de imitar en la música es la melodía. Y yo relaciono la melodía en la música con la historia en la narrativa. Igual que rechazo, o rechazaba hasta hace poco, la música sin melodía o de melodía difícil de percibir de muchos compositores clásicos del siglo XX, así rechazo en mi escritura, y quiero subrayar esto bien, en mi escritura, no en mis lecturas, la ficción que no se sustente en historias, en argumentos, en personajes. Eso ha hecho que algunos de mis amigos escritores (mis amigos han sido mis principales críticos y lectores), a lo largo de mi vida, me reprochen lo que ellos perciben como una tendencia a hacer una literatura pasada de moda. Pero eso jamás me ha importado.

Nunca me ha importado si lo que escribo se ajusta a la moda, si suena antiguo o moderno. Además, lo moderno viene de adentro. Si un escritor es auténtico, y yo aspiro a serlo, su obra siempre va a reflejar su época. Yo sé lo que quiero conseguir al narrar. Que lo logre o no es otra cosa. Es curioso, sin embargo, que en esa larga lista de escritores que admiro, en ese catálogo interminable, varios estén en el extremo opuesto a lo que busco en mi escritura: pienso en Joyce, en Virginia Woolf, en Robbe-Grillet, en Faulkner, en Herman Broch, en William Gass, y para hablar de cubanos, en Lorenzo García Vega, en Lezama, en Reinaldo Arenas, que se caracterizan por romper los moldes narrativos y acercarse en ocasiones a la música clásica moderna, donde más que la melodía lo que interesa es el ritmo, el experimento, el desafío a las estructuras, la originalidad de los sonidos, la búsqueda de nuevas formas de expresión.

Sin embargo, a pesar de mi devoción por la música, o tal vez por eso, no puedo escucharla mientras escribo. Necesito silencio.

En ese otro catálogo de naves que va sostenido entre cantos tribales y gregorianos, Sibelius y los Rolling Stones, entre Wagner y Led Zeppelin, entre los trovadores y las bocas duras (y sucias) del nuevo Hip Hop, ¿dónde ha quedado tu relación con la música cubana, a la cual nunca haces referencia?

Me haces una pregunta difícil. Me gustan por supuesto algunos cubanos: Benny Moré, Celia Cruz, María Teresa Vera. ¿Por qué no me apasiona la música cubana, venerada en todo el mundo? Yo mismo me hago esa pregunta. Aunque los gustos son misteriosos e irracionales, creo que en este caso puede haber una explicación: fui joven en Cuba en los años 60 y 70, donde el régimen nos imponía la música cubana, y la música popular extranjera se consideraba muchas veces subversiva, o por lo menos sospechosa. Tal vez por eso, por rebeldía, empecé a tener prejuicios contra lo que se me obligaba a escuchar y a admirar. Y nada más difícil de superar que los prejuicios.

Confieso sin orgullo, pero con sinceridad, que mi relación con la música cubana es muy pobre. Tal vez algún día eso cambie. Aunque mientras más viejo se hace uno, más improbable se hace que los gustos cambien. Pero no hay que perder la esperanza. Mira, ya puedo escuchar con placer a compositores clásicos que siempre detesté, como Hindemith, Janacek, Prokofiev y Messiaen. Los milagros ocurren.

Dice Luis Manuel García en el prólogo a tus Cuentos, publicados por Aduana Vieja, que eres un "saqueador de vidas ajenas", pero también afirma que "Carlos Victoria es el primer personaje de Carlos Victoria". Tu obra es profundamente autobiográfica y por ella pasan todas las miserias humanas que has transitado a lo largo de los años: "la profundidad de la miseria cubana devenida en modo de vida, en tragedia permanente" (dice Luis Manuel en su prólogo), la desconfianza, el desarraigo, la intolerancia, la incertidumbre de la soledad, la constante huída y la inadaptación, el alcoholismo y la abstinencia de todo, la demencia encarnada en la persona de tu madre, el golpe seco del exilio y la separación familiar, y una larga lista de oscuridades, dichas con palabras claras, que ahora no cabe enumerar. Te ha tocado también, en todos los sentidos, lidiar con el suicidio de tres amigos escritores —de los escritores suicidas del exilio, sólo Calvert Casey no pudo esperar que llegaras—, y las muertes de Reinaldo Arenas, Guillermo Rosales y Juan Francisco Pulido los han sumado a esa suerte de panteón y galería de personajes marginales que transitan tus cuentos. Dice Camus en la primera línea de El mito de Sísifo que "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio". Partiendo de este paradigma del existencialismo, y de todos los existencialismos que te colman, ¿has tomado conciencia de la universalidad temática de tu obra?, ¿has comprendido ya que el tema de lo cubano y sus revoluciones, que Camagüey, La Habana o Miami (y un paso breve por las calles de Manila) no son más que telones de fondo, pura escenografía y atrezo por donde deambula el Hombre cargando con todos sus silencios y miserias, denunciando desesperaciones y desencuentros; el Hombre universal, martillando sobre su condición humana?

Dice Lezama que lo que le pasa a uno les pasa a todos. Es su frase más simple y más verdadera. Trato de escribir genuinamente sobre mí, sobre la gente y las cosas que conozco, aunque todo lo que escribo es ficción. Pero es una ficción que invento a partir de referencias reales, que me convence como si fuera verdad, que yo mismo vivo cuando la estoy escribiendo. Si no creo en ella, si no la vivo mientras la escribo, y me ocurre muchas veces, termina en el cesto de basura, o la sigo reescribiendo hasta que me parezca auténtica. Es decir, tiene que convertirse en una mentira veraz. Y si es veraz, refleja en cierto grado otras vidas, otras circunstancias, otros modos de ser, de sentir y de reflexionar. Me gustaría creer que en ocasiones he logrado plasmar en mis libros lo que tú llamas condición humana, que he logrado un atisbo de lo que tú llamas universalidad.

Tienes seis libros publicados, tres novelas y tres colecciones de cuentos. Se publicó en España en el 2004 una compilación de todos tus cuentos escritos hasta esa fecha, las novelas se han traducido al francés y al inglés, Félix Lizárraga escribió para ENCUENTRO EN LA RED que Puente en la oscuridad es uno de los libros más extraños y alucinantes de la literatura cubana, has ganado premios, becas y homenajes, hace mucho tiempo que no pagas por la publicación de tus libros, comienzas a ser un escritor reconocido y reconocible por el estilo, ya se pudiera hablar de un público lector interesado en tu obra, la crítica —tan tímida y poco sistémica, como siempre— comienza a dar señales de vida y se acerca, no paras de escribir y no cejas un segundo en el compromiso monacal para con los misterios de la literatura. ¿Cuál ha sido el momento más importante de tu vida como escritor?, ¿cómo respira un hombre cuando siente que ya es parte de la memoria cultural de su nación?

El momento más importante de mi vida como escritor ha ocurrido cada vez que he terminado la versión final de un libro, lo he releído y me he sentido satisfecho. Pero es un momento efímero. Luego vuelven las dudas, sobre todo cuando el libro está impreso. Entonces empiezo a escribir otro libro, con la ilusión de lograr algo mejor. Y aunque agradezco tus palabras, no me siento parte de la memoria cultural, no digamos de una nación, ni siquiera de un pequeño grupo. Me siento solamente como un tipo que escribe y que espera dejar alguna huella con lo que escribe, en el sentido de provocar en algunos lectores el gusto que siento al leer a tantos escritores que con su talento me han ayudado a vivir esa realidad paralela de la imaginación, que casi siempre resulta superior a la realidad que nos toca enfrentar cada día.

Repito ahora la última pregunta que te hizo Alejandro Armengol en una entrevista de 1995: "La travesía… y Puente… pueden verse como parte de una trilogía: el escritor en Cuba, el escritor en el exilio y una próxima novela que podría ser el regreso del escritor, o la visita del escritor a sus orígenes". Esa "próxima novela" ya está siendo escrita, y de ella se publica un fragmento en este homenaje. ¿Crees que con esta nueva pieza se responde afirmativamente la pregunta profética de Armengol, que estás cerrando, sin proponértelo, una suerte de trilogía sobre los derroteros de la Isla y sus hijos en estos cincuenta años de castrismo? Háblanos un poco de esa novela en la que ahora trabajas.

Armengol terminó siendo profeta. Aunque después de esa entrevista publiqué otra novela, La ruta del mago, que transcurre en Camagüey, esta nueva novela en la que trabajo actualmente trata de un exiliado que regresa a Cuba. Es una novela larga, que me tomará varios años, pues apenas la estoy empezando. En realidad llevo más de tres años empezándola, pues he desechado montones de páginas que no me convencen. Esa es una de las ventajas, tal vez la única, de ganarme la vida en otro trabajo que no tiene nada que ver con mi escritura: puedo tomarme todo el tiempo del mundo en escribir mis libros, sin nada ni nadie que me presione para apurarme, o para escribir algo que no es lo que quiero y siento.

La novela es casi una biografía de este exiliado, es una narración que va desde su infancia hasta el presente. Y su presente abarca un viaje, o tal vez varios, entre Estados Unidos y la isla. Este hombre, a causa de un accidente en Miami, ha sufrido un cambio en su rostro. Esto le da la oportunidad de regresar a Cuba sin que nadie pueda reconocerlo. Por supuesto, es una historia que ha sido contada antes, que tiene antecedentes conocidos: los más ilustres son Enoch Arden y El Conde de Montecristo, y dos o tres películas de cine negro. Pero como me propongo contar una mentira veraz, una mentira sobre mí y la gente y las cosas que conozco, espero que tenga mucho más que ver conmigo y con nuestra historia cubana de los últimos 50 años que con la de Dumas y todas las demás.

¿Te animaría publicar un libro en Cuba bajo las todavía actuales condiciones de totalitarismos y censuras, pero donde están nuestros lectores naturales, para quienes realmente escribes?, ¿qué condiciones exigirías como autor para que apareciera una novela tuya bajo el sello editorial de Letras Cubanas?

Deseo publicar en Cuba cuando no tenga que exigir condiciones. Ese momento no ha llegado.

© cubaencuentro

1 Comentarios


1 by Olegario Castro Podrido (Usuario no autenticado) 22/01/2008 0:00

Brindo servicio funeral gratuito para que el pueblo pueda celebrar la apertura de su nueva vida sin la presencia del monstruo del pais,

Subir


Relacionados

La ruta del otro mago

Luis Manuel García Méndez , Madrid | 12/10/2007

11 Comentarios

 

Subir


En esta sección

Sobre la narrativa de la escritora guadalupeña Maryse Condé

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 28/01/2022

Comentarios


Entrevista a Rafael Rojas

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 26/11/2021

Comentarios


Entrevista al músico Armando Rodríguez Ruidíaz

Cristóbal Díaz-Ayala , San Juan | 22/10/2021

Comentarios


«No aprendieron nada de Fidel»

Redacción CE , Miami | 13/07/2021

Comentarios



En respuesta al senador Patrick Leahy

Vicente Morín Aguado , La Habana | 14/06/2021

Comentarios


Una novela juvenil confiscada por la Seguridad del Estado

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 16/04/2021

Comentarios




Gana escritor cubano radicado en México premio de novela en Colombia

Carlos Olivares Baró , Ciudad de México | 01/02/2021

Comentarios


Orquesta Hermanos Castro: un libro contra el olvido

Vicente Morín Aguado , La Habana | 13/10/2020

Comentarios


Subir