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Actualizado: 17/05/2024 12:58

A debate

Adiós imposible

Que la política republicana y Fidel Castro atrajeran a su sartén el relato heroico, es harina de otro costal.

Definir lo heroico es empleo superior a cualquier fuerza. Un costado de lo heroico se resuelve en el ademán que arriesga la vida en pos de un loable fin colectivo. Héroe histórico es el que piensa, persevera y actúa en favor común, ya sea a través de las armas o de la resistencia en las coordenadas de la paz.

El tiempo ha ido horneando una nueva estatura para lo humano, por eso difícilmente se encuentran en el siglo pasado personajes más cabales en su heroicidad que Gandhi o Luther King Jr. Jesucristo inauguró nuestra era con su entrega epónima. Hablamos de algo imperecedero, renunciable sólo en los dominios de la palabra. El espíritu se sustrae a poner lo heroico en el cajón desolado del olvido.

Con la salvedad de la esclavitud, el pueblo cubano sufre hoy la más extensa y profunda crisis moral y ética de su historia. Por eso se dificulta entender la invitación del autor de Desmontando la Cuba Heroica para que le digamos adiós a los héroes.

En el sin duda polémico artículo —tan polémico como el libro en que se fundamenta— se trastoca el devenir histórico, dándose por descaminadas posturas que sólo el tiempo —con mil factores y azares— empujaría al fracaso.

Una cosa es analizar lo que de adecuado a la realidad concibió el Partido Liberal Autonomista y otra tratar de colocarlo a la vanguardia ideológica y la forja del nacionalismo cubano en el siglo XIX. La positividad en la evolución abolicionista que parece ver el autor de Desmontando, habría que preguntársela a los esclavos, de ser esto posible.

Sería suficiente imaginar al hombre de espalda cruzada a latigazos en los cañaverales o a "niños y ancianos negros" que "son azotados por las calles, y mutilados a golpes, y viven muriendo así", como condenara Martí en la ciudad. Luego, de acuerdo con la respuesta, debería establecerse una posición respecto al evolucionismo que propugnó el Partido Liberal Autonomista. Y la pretensión arriba casi una década después que los mambises decretaran la total abolición, superados los consabidos titubeos.

Paradoja del autonomismo

En sustancia opositores de la guerra de independencia, los autonomistas cubanos fracasaron por lo que Antonio Maceo llamó "gestiones inútiles cerca del gobierno de la metrópoli". Uno de los principales dilemas del autonomismo fue equivocar la circunstancia y el método para lograr sus propósitos. La manera de resistir que escogieron no podía adquirir genuino valor para el contexto cubano.

En la obra de Martí se corrobora la resistencia pacífica, dispuesta para después de inaugurada la república democrática. Tal resistencia iría contra el poder y contra todo el que violara no muchos, "sino un derecho". Pero sabe Martí que por la violencia con que España regía a Cuba, un método de tal factura sería, sencillamente, ahogado en sangre. Y no eran ejemplos de crímenes masivos los que faltaban en la historia nacional.

¿Era posible la resistencia pasiva —conjeturando que el autonomismo hubiera llegado tan lejos— en una colonia donde se asesinó, exilió o encarceló, sobre todo a centenares de libertos negros y mulatos, porque entendió el poder que ascendían peligrosamente en su nivel económico, según numerosos expertos han dejado más que claro al investigar la famosa Conspiración de la Escalera? Y por encima del asunto racial, ¿no basta con el testimonio de El Presidio Político en Cuba?

La paradoja que envuelve al autonomismo isleño habita en que la ideología de la independencia, en la obra de Martí, comprende y rebasa, con creces, la de esa rama política, cuyos líderes —y esto es capital— recibieron el fuerte rechazo de intelectuales como Juan Gualberto Gómez y Rafael Serra.

La causa del rechazo —tanto en el XIX como a varios de sus ex portavoces en el XX— tiene como base el determinismo racial que los empapa. Lo que Juan Gualberto ensalza en el autonomismo es su propaganda en beneficio de la clase media, algo muy legítimo en política, pero que no traspone los marcos de la colonia, como afirma el autor que nos ocupa. Por descubrir tal manquedad, el intelectual matancero nunca se convertiría en autonomista.

Gómez y Serra saben que, como diría Antonio Maceo, el autonomismo "es separatista en el fondo". Sin embargo, hay una diferencia de mucha nota entre ambos campos: la insurgencia en general cree en la capacidad de los cubanos para gobernarse, mientras el otro no comparte esa fe, y en especial, por la faja negra y mulata de nuestra población. El tan lisonjeado Enrique José Varona imprimió, más de una vez, su huella racista. ¿Era nacional el pensamiento a que aludimos si generó una ideología que no contemplaba a la población de origen africano? ¿Estaba habilitado para ser realmente un partido de masas?

Un camino insorteable

En las expresiones citadas de Maceo, que no aparecen en los dos tomos de sus cartas y documentos publicados en 1998, se da cuenta de la suposición del autonomismo de que por medios pacíficos se llegaría a la independencia con economía de sangre. El intento autonomista de hacerse escuchar y así persuadir a la metrópoli era poco menos que vano porque los oídos de Iberia eran todavía medievales.

Entre 1878 y 1895 tuvieron los autonomistas 17 años para demostrar la eficacia de una estrategia ayuna de activismos fecundos (de gabinete, como la llamara Martí, o de gestión inútil, como la tacha Maceo), que no restó impulsos ni a la terquedad colonial ni a la rebeldía. Para muchos líderes, para un largo fragmento de la clase pobre de raza blanca y para la mayoría negra en nuestras guerras (Cisneros Betancourt y Martí subrayaron esa mayoría), la lucha armada aparecía como camino insorteable.

La revolución de 1868 no surgió como consecuencia del apresuramiento de un grupo de cabecillas para obtener libertades que invadían el quehacer internacional desde hacía muchas décadas, sino desde frustraciones reiteradas en pro de obtener concesiones auténticas por parte de España. Esto condujo al 68.

Reflexionar la historia desde el siglo XXI y tratar de encajar esta visión en la barbarie de dos siglos atrás origina desenfoques de bulto. El pie a la ilustración del artículo [dicho pie es autoría de la redacción] sugiere que la Protesta de Baraguá fue polémica historiográficamente hablando. Maceo y los que con él estuvieron bajo el célebre mangal, conocían la tremenda desventaja de continuar la guerra, ya fraguado el Zanjón.

Como escribió Jorge Ibarra y refrenda Aline Helg, la firma de la paz tuvo su génesis en la transformación del ejército insurgente en fuerza multirracial, lo cual pesó más que las consideraciones militares y condujeron al liderazgo del alzamiento a negociar el Pacto.

Harina de otro costal

He aquí negativos recodos en que se identifican reformismo autonomista y porciones de la independencia. Es una de las continuidades más dilacerantes del devenir cubano que debiera quedar siempre bien marcada cuando se aborden disfunciones locales, lo que se ha dado en denominar microhistoria. Por cierto, no siempre sucede en Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912.

La trascendencia de Baraguá residió en que allí Maceo le planteó a Martínez Campos la abolición inmediata de la esclavitud. Y recuérdese que como consecuencia del Pacto y única forma de concluir la guerra, 16.000 negros en las filas rebeldes alcanzaron su libertad. Pero Maceo, sin duda, quiso ir más allá. Por esta actitud, sociedades antiesclavistas en Estados Unidos y en Londres le rindieron pleitesía.

Perseguido día y noche por los refuerzos traídos desde zonas pacificadas y convencido de que no ganaría la guerra, Maceo "se vio obligado a solicitar salvoconductos al general español Martínez Campos para abandonar Cuba con rumbo a Jamaica", escribe el autor de Desmontando, y recuerda que el metarrelato del poder ha olvidado tal solicitud.

Sin embargo, el articulista pierde, a su vez, un detalle nada banal. Fue el gobierno provisional quien ordenó a Maceo que abandonara la lucha ante una muerte segura e infértil. El periódico independentista La Verdad afirmó el 8 de junio de 1878 que "él [Maceo] no acordó su salida con el Jefe español, ni se ha rendido como dice un periódico de Madrid".

Pero hay más. En la mezcla de habilidad ladina y caballerosidad que se acomodaban en Martínez Campos, sustrae éste a Maceo de la multitud que lo vitorea en el poblado de San Luis y lo invita a almorzar. Corren las últimas horas del hijo de Mariana en Cuba. Luego de una charla de sobremesa en que Martínez Campos elogia la capacidad bélica del general mambí, al despedirse, Maceo le dice en la cara al militar español: "Haré cuánto pueda por volver y entonces emprenderé de nuevo mi obra".
Por lo menos yo, a nada de esto puedo —ni quiero— decirle adiós. Que la política republicana y Fidel Castro atrajeran luego a su sartén el relato heroico, que es en esencia afán de libertad e informe indócil, es ya harina de otro costal.

© cubaencuentro

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Enrique Collazo , Madrid

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