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Actualizado: 17/05/2024 12:58

Opinión

¿Maquiavelo o Church?

El exilio y la disidencia ante la ética del fin y los medios.

Que los fines no justifican los medios es una máxima muy clara y simple. Sobre los abundantes complots de asesinato de la CIA en la década de los años sesenta, que incluyeron ocho intentos fallidos contra Fidel Castro, el ya desaparecido senador demócrata de Ohio, Frank Church, sentenció:

"Nosotros consideramos los complots de asesinato como medios aberrantes. Los Estados Unidos no deben bajo ningún concepto adoptar las tácticas del enemigo. Los medios que usemos tienen tanta importancia como el fin que perseguimos. Las crisis nos hacen que caigamos en la tentación de ignorar la sabia moderación que hace posible que los hombres sean libres; cada vez que usamos medios equivocados, nuestra fuerza interior, que es la fuerza que verdaderamente nos hace libres, es seriamente perjudicada". Entonces, y también ahora, son unas profundas y punzantes palabras.

Las represalias contra la población civil

Los cubanos de ambos bandos políticos han justificado muy a menudo sus acciones con las razones que han considerado como válidas para lograr sus fines. Recientemente, comenté algunas de las atrocidades que el régimen cubano perpetró contra la oposición en los años sesenta. El inmutable gobierno de La Habana todavía insiste en que sus fines deben ser defendidos al precio que sea necesario.

En contraste, la oposición —dentro de la Isla y en el exilio— ha evolucionado en su política para alcanzar los fines. El respeto por los derechos humanos —una ética centrada en los medios justos a utilizar— es la plataforma por la que se rigen actualmente la mayoría de los miembros de la oposición.

En las convenciones de Ginebra se estableció que la población civil no podía constituir de ninguna manera un objetivo militar durante la guerra o los conflictos armados. La relocalización forzada de miles de familias de campesinos de las montañas del Escambray, perpetrada por el régimen, fue claramente una violación de los derechos de estos ciudadanos.

Por otro lado, lo mismo hicieron las fuerzas de la oposición armada al atacar a la población e instalaciones civiles. Los ataques de los exiliados a las poblaciones costeras cubanas fueron una réplica de aquellas otras del régimen, con las bajas civiles que provocaron. Tampoco se salva el gobierno de Estados Unidos, que al amparar la Operación Mangosta —una enorme red de acciones encubiertas entre 1961 y 1962—, tampoco dejó fuera de sus planes de ataques ofensivos las instalaciones civiles.

La ONU ha emitido 12 códigos de conducta multilateral donde clasifican como actos de terrorismo acciones tales como ataques a aviones o barcos civiles y asaltos a diplomáticos o misiones diplomáticas.

Un significativo punto de giro

En 1976 un grupo de exiliados llevó a cabo un sabotaje a un vuelo de Cubana de Aviación, lo que acabó con la vida de 73 personas. En distintas ocasiones los exiliados atacaron de manera similar buques pesqueros y de la marina mercante cubanos que se encontraban en mar abierto. Algunas embajadas fueron también su blanco, incluida la misión de la Isla ante Naciones Unidas, en Nueva York. Y varios diplomáticos fueron asesinados o secuestrados en Portugal, Argentina, México y Estados Unidos.

Durante los años setenta y ochenta, algunos grupos de exiliados reaccionaron violentamente contra aquellas personas que promovían un acercamiento con La Habana o que intentaban que el gobierno de Estados Unidos hiciera cambios en su política hacia Cuba. Les colocaron bombas a varios negocios y casas, y algunos de los exiliados que estaban a favor de esos cambios fueron asesinados en Miami, Nueva Jersey y Puerto Rico.

No se debe descartar que algunos de estos actos de violencia, que tuvieron su origen en el seno de la comunidad exiliada, fueran provocados por agentes encubiertos con el objetivo de desacreditar a la oposición.

La elección de Ronald Reagan sirvió para que se diera un significativo punto de giro en la política de los actos terroristas del exilio cubano. La administración anterior de Carter dio pasos concretos para una normalización de las relaciones con La Habana, lo que enfureció a los exiliados —entre ellos el desaparecido Jorge Mas Canosa— a favor de una línea más dura.

En 1981, él y otras personas de su misma ideología crearon la Fundación Nacional Cubano-Americana con el fin de reforzar el embargo de Estados Unidos hacia Cuba. El logro que coronó sus esfuerzos fue el establecimiento de Radio Martí. Los éxitos que fue cosechando la administración Reagan demostraron la eficacia de su nueva estrategia: la violencia practicada por el exilio se extinguió lentamente.

La comunidad del exilio se consideraba a sí misma como el factor impulsor principal para que ocurriera un cambio en Cuba y miraba con desconfianza a la oposición interna. A mediados de los setenta, la mayoría de los disidentes de la Isla abrazaron la resistencia no violenta e hicieron luego un llamado a favor de un diálogo con el régimen. Muchos exiliados se sintieron insultados por esta actitud.

En los últimos 15 años, sin embargo, una gran mayoría ha reconocido, poco a poco, la importancia que desempeña la oposición interna en la primera línea de esta lucha. La sustanciosa red de contactos —políticos, familiares, religiosos, profesionales, y las nuevas oleadas de emigrantes— le ha brindado a los exiliados una comprensión de primera mano y mucho más real de la vida en la Isla. Los cubanos regados por todo el mundo están en primera fila a favor de un compromiso constructivo con los de la Isla.

Tomar las armas contra una dictadura, como sucedió en Cuba a fines de los años cincuenta contra Batista y nuevamente a principios de los sesenta contra Castro, es una acción justificada. Lo que no debe ser consentido, ni pasado por alto, es la violación de las normas internacionales que llaman a utilizar los medios justos, aun cuando la violencia sea el único recurso. Y los cubanos de ambos lados las han violado en múltiples ocasiones.

Apelar a la fuerza interior

La búsqueda de la soberanía y la justicia, o de la democracia y la libertad, no puede reivindicar de ningún modo el pisotear esos mismos fines. Como tampoco los debe pisotear el intento de frustrar los designios de Moscú o Washington sobre la Isla. De cualquiera de las dos maneras, debemos ser conscientes de que la comunidad internacional ejerce una presión mayor sobre los gobiernos cuando los derechos humanos son violados en sus países.

Apelemos entonces a hacer uso de nuestra fuerza interior —la única que nos hace libre sin importar el lugar donde vivamos—, y hagamos el compromiso de decir y cumplir un ¡nunca más! Hacer uso de los medios injustos perjudica los más acariciados fines.

© cubaencuentro

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