Cuba, Racismo, Constitución
Racismo y otros demonios constitucionales
El PCC nunca tuvo ninguna doctrina fija, sino la ideología que Fidel Castro santiguara
En la primavera de 1978, el finado sociólogo francés Pierre Bourdieu se apeó con “el racismo de la inteligencia” en medio de un coloquio de la ONG Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos (MRAP). Lo hizo no por aquello de que unos seres humanos sean más inteligentes que otros, sino porque aquel racismo “es lo que hace que los dominantes se sientan justificados de existir como dominantes, que se sientan de una esencia superior”.
Para Bourdieu había tantos racismos como grupos con necesidad de justificarse por existir tal como son. Manuel Cuesta Morúa sigue ahora la rima con el racismo del Estado re-consagrado en el artículo 5 de la re-Constitución. Incluso se apoya en otro francés que bien baila —Michel Foucault— para servirnos el racismo de Estado “en su fundamento cultural [como] pretensión de organizar la política exclusivamente en torno a una específica visión del mundo, que se considera superior a la visión del mundo del resto de los mortales”.
Dialéctica de la ilustración
El problema de este y otros enfoques del anticastrismo culturoso estriba en que no dan luces, sino penumbra. La tesis del racismo de Estado sirve ahora igualito a como sirvió desde que su referente quedara establecido en la Constitución (1976) saliente: para nada.
Ninguna metatranca de Foucault, Bourdieu u otros servirá para virar la tortilla cubiche del racismo más allá de la discriminación por el color de la piel. Por eso Fernando Ortiz, en vez de hacer revoltillo con racismos, recurrió al poder constituyente en 1940 con el huevo duro de la discriminación y entregó a los delegados de la convención ad hoc el manifiesto Contra las discriminaciones racistas [1].
Entre cubanos se sabe bien por donde vamos al hablar de discriminación. Retorcer aquella por razones políticas como racismo de Estado confunde y hasta tiende una trampa para caer como Chacumbele. Cuesta Morúa viene con que la banalización del poder total del PCC “impide ver la naturaleza racista de toda hegemonía política no fundada en el voto, sino en las concepciones”. Todos sabemos que una vez más se acerca lo terrible. El año que viene Cuba no será libre, sino que esa hegemonía política quedará fundada, con su “racismo de Estado” y todo, precisamente en el voto de la mayoría de los cubanos que vayan al referendo.
Esta maldita circunstancia del poder dictatorial es el muto contra el cual se estrellan todas las evoluciones o involuciones teóricas sobre el tardocastrismo, desde ilegítimo hasta ilegal, injusto y de lesa humanidad. El problema del poder —la política— no es teórico, sino práctico. Es pura escolástica repetir o maquillar por décadas las críticas que velan con falsa conciencia, esto es: ideológicamente, que la cosa nunca radicó ni radica en explicar nada, sino en cambiar algo.
Dialéctica negativa
Por vía escolástica, Cuesta Morúa explica la esquizofrenia constitucional del Partido Comunista: se reafirma como fuerza dirigente superior (Art. 5) y reconoce la propiedad privada (Art. 21.e). Así “está negando la mitad de su propia doctrina”. Ya es legítimo vivir en contra de la ideología, “pero sigue siendo ilegítimo pensar, y organizar la convivencia, en contra de su otra mitad”.
Tal como la contra-inteligencia anticastrista trató de azorarnos con que la re-Constitución “mantiene la jurisprudencia soviética de la Constitución de 1936” —a pesar de que esta no fue el modelo ni siquiera de la Constitución kubizhe de 1976, que se atuvo a la Constitución búlgara de 1971 [2]— Cuesta Morúa viene a darnos la negación de la propiedad privada como piedra angular de la doctrina del PCC. Quedamos abocamos así a otro viejo avatar del escolasticismo: discutir si la cosa hace el nombre o el nombre hace a la cosa.
El PCC nunca tuvo ninguna doctrina fija, sino la ideología que Fidel Castro santiguara. Así, la reforma constitucional de 1992 definió al PPC como “martiano y marxista-leninista, vanguardia organizada de la nación cubana”, a pesar de que hasta el mismísimo Che Guevara —como introducción a un manual de marxismo-leninismo de un tal Otto Wille Kuusinen— había sentado: “Es lógico que este partido sea de clase. Un partido marxista-leninista mal podría ser de otra manera” (El partido de la clase obrera, 1963).
Vamos a seguir a Cuesta Morúa en eso de que la re-Constitución dejó al comunismo en la estacada. El “abandono constitucional” del PCC en 1992 como “vanguardia organizada marxista-leninista de la clase obrera” habría sido también “toda una revelación del subconsciente ideológico y un acto de inconsistencia moral”. Si la “reconversión doctrinal” ahora “debilita toda credibilidad ideológica”, igual habría ocurrido en aquel entonces, pues tampoco hubo “deliberación previa con los implicados”, es decir: los militantes del PCC.
A pesar de la retahíla de horrores [entrecomillados] que señala Cuesta Morúa, nada acaeció entonces ni acaecerá ahora, ya que el juego estratégico de la política es lo que va sucediendo mientras Cuesta Morúa y casi todo el resto de la oposición están ocupados en juegos del lenguaje. La re-Constitución declara que el PCC, además de único, es “martiano, fidelista y marxista-leninista”. Así deja claro que de ese cake ideológico de tres leches [3] servirá el trozo que convenga de postre al plato fuerte, que siempre será tal o cual decisión tomada según la también única “guía para la acción”: preservar el poder.
Y mientras el PCC hace las cosas que puede al efecto de preservarlo, sin importarle un carajo qué diga no se sabe qué doctrina, Cuesta Morúa —como casi todo el resto de la oposición— no sabe qué hacer para quitárselo y llena el hueco con analectas que, antes de ilustrar al cubano de a pie, animan más bien a zafarse en cuerpo y mente de ellas para poner los pies en la tierra.
Coda
Tras el fin de la ideología y el arraigo de la especie marxista-leninista por interés, Cuesta Morúa viene a criticar al tardocastrismo con siluetas ideológicas como si expresaran conocimiento.
Nota
[1] Estudios Afrocubanos, Vol. V, 1945-1946, 232-235. El manifiesto está fechado el 28 de enero de 1940. Ortiz subió la parada con la propuesta de una ley complementaria que castigara como delito la discriminación por razón de raza o color.
[2] Eso lo sabe hasta el pipisgallo en la jurisprudencia kubizhe. Así correspondía a un país hermano o satélite de Moscú.
[3] El partido comunista kubizhe pre-castrista pasó ya por ahí en su alianza con Batista. Después de haberse legalizado como Unión Revolucionaria Comunista (1938) cambió a Partido Socialista Popular (PSP) en 1944 y declaró su lealtad a los principios de Earl Browder, Batista y Marx. Cf.: Boris Goldenberg, “Surgimiento y declinar de un partido: el PC cubano (1925-1959)”, Problemas del Comunismo, Vol. XVII, No. 4, julio-octubre 1970, 93.
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