Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Raúl Castro

Raúl Castro, cinco años después (I)

Primera de un artículo en dos partes, en que el autor analiza los logros y deficiencias que han caracterizado el mandato del actual jefe de Estado cubano

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Con la enfermedad de Fidel Castro, su hermano menor, siempre el segundo hombre de la revolución, asumió el poder el 31 de julio de 2006. Polémicas existen sobre si Cuba ha cambiado algo desde entonces. Está claro que las ilusiones sobre la realización de trascendentales cambios, creadas por Raúl Castro debido a sus antecedentes pragmáticos como organizador y ministro durante decenios de las fuerzas armadas, no se han cumplido a pesar de haber transcurrido un lustro.

Habría que destacar que hasta el 24 de febrero de 2008 su mandato fue provisional, así como que en el VI Congreso del Partido Comunista, en abril de 2011, se consolidó como primer secretario. Mucho se recuerda su discurso del 26 de julio de 2007, donde fue extraordinariamente crítico al referirse a la situación nacional, y abogar por reformas estructurales y de conceptos, no efectuadas hasta el presente.

La estructura institucional del país y el disfuncional sistema de gestión se mantienen, con su prodigalidad de ministerios, reproducidos en provincias y municipios. Una arquitectura administrativa generadora de un inmenso ejercito de burócratas, que unidos a los del partido y las organizaciones políticas y de masas son una carga insoportable para la sociedad. Hoy constituyen el primer obstáculo para que fluyan los cambios imprescindibles. Esa organización institucional se basa en una rígida centralización estatal, al estilo soviético, con el importante papel de la planificación inmovilizadora y desfasados conceptos de una falsa propiedad socialista —verdaderamente antisocial—, los dogmas contra la propiedad privada y el desconocimiento del mercado como una categoría económica objetiva. Todo sazonado con intereses conservadores y burocráticos, que desde los más altos niveles hasta la base defienden la hegemonía y los privilegios disfrutados durante tantos años.

A pesar de esta realidad, no puede negarse que a partir del 31 de julio del 2006 existe una nueva situación en Cuba. Comenzó una etapa de relativa racionalidad, en que sin desaparecer el estado totalitario, se han abierto ciertos espacios, que aunque insuficientes, hubieran sido impensables bajo la dirección de Fidel Castro. Los factores que han hecho posible superiores dosis de sentido común podrían ser varios, como las características personales del nuevo presidente, menos proclive a los excesos ideológicos y más interesado en aspectos prácticos, económicos y sociales; quizás que al asumir el poder ha encontrado un escenario más calamitoso del que imaginó hallar, ante lo cual no ha tenido más opción que tratar de realizar reformas en un país, que “está al borde del precipicio”, como él mismo ha definido; o la conclusión de que no se puede seguir viviendo por encima de los magras posibilidades de una economía en ruinas.

Desde su ascenso provisional al poder, el ambiente es algo más sosegado. Han concluido las marchas, contramarchas y mítines que agobiaban a los cubanos; hasta en la televisión donde aún se mantiene una importante carga ideológica, la programación se cumple sin las interrupciones no anunciadas para presentar los largos discursos del máximo líder, y todavía peor, las peroratas de Hugo Chávez. Por suerte, desaparecieron también la “Batalla de Ideas”, la Revolución Energética y los trabajadores sociales, y con ello los “diligentes” dirigentes formados —o deformados— personalmente por Fidel Castro, para servirlo en la ejecución de sus ideas.

En la educación se aplican programas más racionales y se erradicaron las costosas escuelas en el campo y el envío de jóvenes de los centros urbanos a labores agrícolas durante determinados períodos en el año. Desaparecieron las aventuras de los maestros emergentes e integrales, y se implantaron exámenes de ingreso a las universidades, cuya enorme cantidad de suspensos ha demostrado la calamitosa formación de los estudiantes desde la escuela primaria. Así también parece terminar la desatención en la preparación de técnicos medios y obreros calificados, que ha dado lugar a una sustancial carencia de imprescindibles oficios y profesiones. Las rectificaciones en marcha, con sus contradicciones y limitaciones, no podrán evitar que los efectos nocivos causados por los daños al magisterio cubano y a la formación de generaciones de jóvenes estén presentes por mucho tiempo.

A eso se ha sumado una serie de transformaciones, que aunque efectuadas de forma insuficiente y sin una concepción integral, han significado rupturas con la ortodoxia ideológica que durante tanto tiempo prevaleció en Cuba. Es difícil imaginar que antes de julio de 2006 se hubiera podido decretar el pago por el trabajo realizado, y aún con sus limitaciones la ampliación del trabajo por cuenta propia, la contratación de fuerza de trabajo por privados y la entrega de 1,3 millón de hectáreas de tierras en usufructo, así como tomado la decisión de comenzar la reorganización de la fuerza de trabajo mediante el despido de 1,3 millón de trabajadores, aproximadamente el 25,0 % de los ocupados.

Paralelamente, a pesar de que se mantienen las características represivas del régimen, como ya han expresado algunas personalidades se han permitido modestos espacios de opinión, muy reducidos hasta ahora, incluida la aparición de publicaciones independientes —todavía con cortas tiradas— y la posibilidad de que puedan leerse internamente criterios de académicos cubano-americanos y realizarse determinados intercambios sobre cuestiones controversiales. Incluso en los controlados medios de difusión y otros lugares (teatros, centros de conferencia…) se aprecia una creciente tendencia, a veces sutil, en ocasiones con nitidez total, a la formulación de críticas a la situación imperante; algo que por su magnitud es inédito e inimaginable en el pasado. Tampoco puede soslayarse el acceso de los cubanos a bienes y servicios antes prohibidos —teléfonos celulares, computadoras (sin acceso a internet) y efectos electrodomésticos—, y el compromiso oficial expresado en los Lineamientos del VI Congreso del PCC de permitir la venta entre particulares de viviendas y automóviles, lo cual de hecho significa el reconocimiento a la propiedad privada. Estas medidas, como ha señalado el escritor Leonardo Padura, están provocando grandes cambios en la sociedad cubana, no obstante ser insuficientes y aplicadas a un ritmo inadecuado, como expresamos anteriormente.

Estas realidades conviven en un clima de contradicciones, inconsecuencias y, sobre todo, incertidumbre. Si bien fueron excarcelados todos los prisioneros de conciencia de la Primavera Negra de 2003, quienes decidimos permanecer en Cuba estamos sometidos a una licencia extrapenal que nos puede hacer regresar a las cárceles en cualquier momento. Al mismo tiempo, en estos años han sucedido hechos repudiables, como la muerte durante una prolongada huelga de hambre del reo de conciencia Orlando Zapata Tamayo, las continuas amenazas y falsas acusaciones lanzadas desde las altas instancias del gobierno contra personas que únicamente manifiestan sus opiniones pacíficamente, la organización de turbas para agredir a los disidentes y los asiduos encarcelamiento por cortos períodos y algunas condenas de largo alcance.

Más importante aún, todas las leyes represivas se mantienen vigentes y los órganos para aplicarlas están listos para regresar a los peores tiempos. Un hecho que refleja las vacilaciones de gobierno en respetar los derechos humanos es que a años de haber firmado los Pactos Internacionales de Naciones Unidas, no los ha ratificado la Asamblea Nacional, lo cual demuestra la intensión de mantener las manos libres para ejercer acciones violentas contra los deseos populares de cambios democráticos.


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