Actualizado: 07/05/2024 1:47
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El húngaro borrado y la cerveza Hatuey

Cómo se inventó La Bodeguita del Medio y de quién fue la idea: La versión oficial ha omitido el nombre de su verdadero fundador.

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Hace un tiempo, hojeando un repertorio de jurisprudencia, leí que la Audiencia Provincial de Barcelona había dictado una sentencia desestimando la pretensión de una sociedad estatal cubana frente a una empresa española. El gobierno de la Isla sostenía que el nombre La Bodeguita del Medio era de su exclusiva titularidad. Tal petición fue declarada jurídicamente inaceptable por la Sala de Apelación.

La noticia judicial me animó a buscar un poco en la historia de ese pequeño local cuyas mesas le dan la vuelta al mundo. Ubicada a escasos metros de la Catedral de La Habana, La Bodeguita llegó a convertirse a lo largo de la década de los años cincuenta en un santuario del ron y la gastronomía criolla con un ambiente bohemio y artístico probablemente irrepetible.

Quien haya viajado en estos últimos años a la ciudad de las columnas sabe que La Bodeguita es parada obligada del vía crucis turístico (y a fe que obligada, porque su mojito es más que regular, y su comida es una de las grandes decepciones de la hostelería oficial de la capital, que ya es mucho decir).

Una vez allí, el visitante curioso se encuentra con el relato simple de que una tienda de ultramarinos se transformó en un sitio de ambiente y abierto a la cultura y el arte por exclusiva obra y gracia de Ángel Martínez, el entonces dueño del local, llegado del centro de la Isla de Cuba y asesorado en la tarea por el poeta Nicolás Guillén y por el cantante Carlos Puebla. Así de fácil.

El asunto del origen, de quién fue la idea, cómo se inventó La Bodeguita del Medio no es, en sí mismo, importante, pero representa la omisión de un personaje extraordinario. La desaparición interesada, el gesto estalinista de sacar a figuras incómodas de los escenarios, son un diáfano ejemplo del cuidado con el que se ha empleado la revolución cubana en fabricar versiones de su historia, al tiempo que decapitaba la posibilidad de visiones alternativas de los hechos del pasado.

Sepy en su bodega

La historia real incluye a un ex piloto de cazas húngaro llamado Sepy Dobronyi. El magyar se exilió al finalizar la II Guerra Mundial. Viajó a Francia y España y cinco años después llegó por azar a La Habana. Quizá el cóctel tropical que es aquella ciudad y algún dictado emocional o circunstancial le impactó con fuerza y decidió quedarse bajo el sol del Caribe, junto al mar, lejos de las aguas azules del Danubio y los encapotados cielos de Europa.

En Cuba fue diseñador de joyas, fotógrafo, escultor, pintor y propietario de muchos negocios y de una imaginación arriesgada poco común. Fue él —con su amigo Bigote de Gato como testigo— quien convenció a Ángel Martínez, dueño del local de abarrotes, para abrir un restaurante que recibiera a los muchos amigos y compadres que Sepy había hecho, buena parte de ellos socios de la bohemia y de la noche habanera, a los periodistas y escritores que se movían por la zona entre las imprentas y los diarios, y a los pintores que tenían sus estudios en los alrededores.

Para 1956, Sepy Dobronyi era director de arte de la entonces llamada Comisión Turística Cubana, sociedad dirigida a fomentar el arte moderno que se hacía en la Isla.


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