Jueves, 11 octubre 2001 Año II. Edición 211 IMAGENES PORTADA
Sociedad
Ciudadanos de quinta

Discriminados en su propia tierra, los cubanos deben doblar la cerviz hasta para viajar en ómnibus.
por CLAUDIA MáRQUEZ LINARES  
La Habana
Esperando la guagua

Trasladarse de una provincia a otra en la Isla continúa siendo una odisea matizada por no pocas, y desagradables, extravagancias. El transporte es uno de los servicios que más golpea a la población, sobre todo en esta última década. A pesar de que evidentemente va en aumento el número de vehículos que circulan en el país, la transportación por ómnibus interprovinciales no ha tenido la tan esperada recuperación.

En una década, la demanda ha aumentado, lo que unido a la contracción en la oferta disponible agrava aún más la situación. Un sólo ejemplo: los ómnibus con destino a Colón, Matanzas, cuya frecuencia en 1989 era de cuatro salidas diarias, hoy sólo es de una, y en días alternos. Junto al empeoramiento del servicio sale a relucir un incremento de los precios. El pasaje a la ciudad matancera ha ascendido de dos pesos con 15 centavos a siete pesos.

Recientemente se tomaron una serie de medidas tendientes a mejorar la situación, aun cuando no están encaminadas a incrementar el parque automotor, sino a sustituirlo paulatinamente por vehículos en mejor estado que el destartalado lote de ómnibus húngaros existente, gran consumidor de combustible. Parte de esos medios de transporte se están canjeando por autobuses Hunday, de procedencia surcoreana. Los asientos de éstos últimos no son reclinables, por lo que un viaje de varias horas a bordo resulta incómodo, cuando no agotador. Agréguesele que debido a que estas "guaguas" no poseen maleteros, los equipajes son trasladados encima de los asientos, reduciéndose la capacidad para pasajeros.

Últimamente, gracias a la disminución de la afluencia turística a Cuba —según afirman trabajadores del sector—, los ómnibus pertenecientes a la industria del ocio pueden recoger pasajeros en las terminales nacionales. Curiosamente, si estos vehículos interprovinciales llegan vacíos, cobran en moneda nacional a los pasajeros; si transportan algunos turistas, por muy pocos que sean, los cubanos deben abonar dólares para acceder a ellos.

La medida es irracional y discriminatoria. Ningún criterio económico puede justificar una práctica poco menos que surrealista.

Alguien que viajó recientemente a bordo de un ómnibus de la empresa turística Isla Azul refiere cómo vivió la humillación de saberse —una vez más— ciudadano de quinta en su propio país. Como el vehículo no transportaba turistas, sus televisores permanecieron apagados, mientras el servicio sanitario, cerrado bajo siete llaves, jamás abrió su puerta (fue un viaje de más de ocho horas).

Hay viajes, sin embargo, que duran 43 años. Y, por si fuera poco, conducen a ninguna parte.


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