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Moncada, Asalto, 26 de Julio

65 fogonazos del Moncada

Imágenes del asalto al cuartel Moncada y los hechos posteriores

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Al pasado sólo puede retenérsele
como imagen que relampaguea
Walter Benjamin

La primera biografía de Fidel Castro (1959), por el periodista Gerardo Rodríguez, pasó por el Moncada tal y como el propio Castro había contado en La historia me absolverá (1954). La primera biografía de la revolución (1961), por el periodista estadounidense Robert Taber, relató el asalto Moncada con espléndida confusión, que incluye a Castro batiéndose dentro del cuartel y a Yeyé Santamaría oyendo los gritos de agonía de su hermano cuando le sacaban los ojos.

La historia oficial acabó configurándose con las piezas del novelista francés Robert Merle, la periodista Marta Rojas y el historiador Mario Mencia sobre la base de los testimonios de los asaltantes sin ninguno del bando contrario, excepto el testimonio del teniente Sarría, quien pasó a la historia por preservar la vida de Fidel Castro y largar de paso que las ideas no se matan.

El historiador Antonio Rafael de la Cova vino a equilibrar el relato historiográfico con 115 entrevistas (entre 1974 y 2005) a militares participantes en la acción y a ciertos asaltantes que terminaron rompiendo con Castro, sin soslayar ni desdeñar los testimonios recogidos por la historia oficial. Tal como debe ser, De la Cova pasó las versiones de ambos bandos por el tamiz de la verificación y así dio a imprenta el relato más minucioso y exacto del asalto al Moncada (The Moncada Attack, The University of South Carolina Press, 2007). De aquí se pueden verter al español imágenes muy ilustrativas.

  1. Al principiar a reclutar gente para su movimiento, casi todos de la Juventud Ortodoxa, Castro eludió al presidente de esta, Max Lesnik, y otros porque se dedicaban a “la charlatanería política”.
  2. Un tal Julio Piedra se apareció en la finca de Los Palos (Mayabeque) donde los futuros asaltantes practicaban tiro. Castro le dijo: “Si alguno de los presentes cae preso, lo pagarás con tu vida”.
  3. El exoficial veterano de la II Guerra Mundial Isaac Santos, alias Profesor Harriman, entrenaba a la gente de Castro en la universidad. Al chocar los estudiantes con la policía el 15 de enero de 1953, por el ultraje al busto de Mella, Harriman urgió a entrar en acción. Castro repuso: “Aquí no hay nada que hacer; vamos a ver a Guido García Inclán para dar tángana por radio”.
  4. En abril de 1953, Castro viajó a su casa natal en Birán con un lugarteniente suyo, Raúl Martínez Ararás. Pidió dinero a su madre y al regreso dio el fajo a Martínez para contarlo. “Son sólo $116”, dijo este desencantado. Castro replicó: “No podemos quejarnos. Nos dio más que todos los líderes del Partido Ortodoxo juntos.”
  5. Antes de salir para Santiago, Castro pasó por casa de su amante Naty Revuelta a recoger copias del Manifiesto a la nación, escrito por Raúl Gómez García, y los discos —desde el Himno Invasor hasta la Eroica de Bethoven— que serían puestos al tomarse una radioemisora. Le encargó a Naty que el domingo por la mañana entregara el manifiesto a los medios, a los líderes de la oposición y a la embajada americana.
  6. José Luis Tasende llamó la noche del 24 de julio al padrino de su hija, Raúl Castro, quien no estaba al tanto de los planes de su hermano. Salieron juntos a la estación de ferrocarril y allí abordaron con Mario Chanes y otros el tren a Santiago. Por la mañana Tasende reveló el plan a Raúl, quien anotaría en su diario: “Se me paralizó el estómago”.
  7. Ese mismo viernes, Castro despertó a la una de la madrugada a Moisés “El Moro” Mafut, para que movilizara a la célula del movimiento en Arroyo Naranjo. Mafut preguntó que si era para más prácticas de tiro y Castro soltó: “No. El domingo Cuba estará encendida”.
  8. Mafut y su célula partieron para Santiago en el auto de Oscar Alcalde. En Las Tunas se encontraron con otros que iban a Santiago. Alcalde advirtió que no hablaran con nadie y Mafut preguntó qué pasaba. Alcalde respondió: “O ganamos o nos matan a todos. Es lo único que puedo decirte”.
  9. El teniente del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) Armando Acosta se presentó el viernes 24 de julio al jefe del Moncada, coronel Alberto del Río Chaviano, para reportar que, según cierto informante de La Habana, se preparaba un ataque contra el cuartel. Del Río Chaviano repuso que la gente de La Habana no tenía idea de qué pasaba en Santiago: “Yo estoy al mando aquí y sé todo lo que está pasando. Nada inusual”.
  10. El lugarteniente de Del Río Chaviano, teniente coronel Ángel González, tomó en serio al oficial del SIM, aconsejó a su jefe no ir la noche de sábado a los carnavales y pidió reforzar la defensa. Del Río Chaviano asintió y agregó que no se preocupara: “No iré a los carnavales”.
  11. Del Río Chaviano terminó yéndose a los carnavales con el comandante Florentino Rosell, jefe del Cuerpo de Ingenieros. La radio difundió que felicitaba en persona a la reina del carnaval. Al escuchar esto en la granjita Siboney, Melba Hernández comentó: “¡Qué gran momento para golpear a Chaviano!”
  12. A la media hora de romper el tiroteo en el Moncada, el soldado José Olivares vio que un militar de uniforme entraba por la posta 5 como si estuviera de paseo y le gritó: ¡Oye, comemierda, te van a matar! Era Del Río Chaviano.
  13. Al bajarse en Plaza de Marte (Santiago) a tomar un cafecito, el chofer del auto en que Castro venía de La Habana, Teodulio “Lulo” Mitchell, preguntó: “Discúlpeme, doctor, ¿qué clase de armas tenemos?” Castro contestó: “No te preocupes. Lo tenemos todo”.
  14. Al llegar a la granjita Siboney, “Lulo” vio a Raúl Castro y preguntó a Antonio Ferrás quién era ese muchacho con cara de niño. Aquel aclaró que era un hermano de Fidel y “Lulo” dijo: “Bueno, en ese caso la cosa es diferente”.
  15. Al dar las instrucciones de combate en la granjita Siboney, Castro llamó a “Lulo”, quien como exsoldado portaba el único Springfield de los asaltantes. Castro explicó: ¿Ven ese rifle? Disparen contra cualquiera con esta arma de reglamento. “Lulo” exclamó: “Bueno, doctor, ¿y yo qué?” Castro le aconsejó que no avanzara demasiado.
  16. Castro dijo al grupo: “Todos ustedes son ahora sargentos”. Y pidió a Fernando Chenard tomar una foto “histórica”, pero faltaba el flash.
  17. En la granjita Siboney, Alejandro Ferrás probó su pistola 45 disparando contra el techo y se armó una barahúnda porque todos pensaron que estaban siendo atacados.
  18. Ángel “Patachula” Díaz-Francisco alegó que el plan era una locura y se fue en su Oldsmobile con otros tres. Boris Luis Santa Coloma le espetó que se había apendejado. Los desertores sumarían doce.
  19. El Dr. Mario Muñoz dejó su arma a un lado, se puso la bata de médico y comentó a Héctor de Armas: “Esto no es lo que yo pensaba.”
  20. Ernesto Tizol había manejado ya por Santiago y sabía bien que para llegar al Moncada tenía que pasar por frente a la gasolinera de José Vázquez Rojas, en la intersección de las avenidas Garzón y Céspedes, adonde había ido antes para cuadrar el arriendo de la granjita Siboney, pues Vázquez Rojas era el dueño. Pero en la madrugada del 26 de julio, Tizol dobló antes por Avenida Las Américas y enrumbó hacia Alturas de Quintero
  21. Esta deserción por el camino pasó a la historia oficial como los moncaditas que se extraviaron en Santiago porque no conocían su trama urbana y cierta contra-historia exiliar incluyó a Fidel Castro entre los “extraviados” tras irse con una bola de trapo de Batista: que Castro no apareció “en la trágica escena del combate” (Cuba Betrayed, Vintage Books, 1962, p. 35), que también lanzaría su jefe de inteligencia (Habla el coronel Orlando Piedra, Ediciones Universal, 1994, p. 174 y 177).
  22. Boris Luis Santa Coloma iba en el auto de Tizol y al escuchar los tiros regresó en otro auto. También lo hizo Oscar Alcalde, quien venía detrás de Tizol. Al terminar el combate, Santa Coloma se dirigió a la granjita Siboney, pero como su novia, Yeyé Santamaría, no estaba allí, retornó a buscarla y acabó siendo apresado. La prueba de parafina decidiría su mala suerte.
  23. Los soldados de guardia cosaca —Alfonso Silva y Luis “Cara de Chivo” Triay— que se toparon con los autos de los asaltantes en la posta 3 siempre dudaron en abrir fuego, al ver que los ocupantes estaban uniformados. Castro reconocería que, en vez de enfrentarlos, debió “olvidarlos y seguir. Si esos soldados veían otro carro y otro carro y otro carro, no disparaban”.
  24. El comando que tomó la posta 3 quitó un extremo de la cadena y en vez de continuar hacia las barracas, se desmontaron y dejaron el auto Mercury 1950 negro obstaculizando la entrada.
  25. Renato Guitart había confeccionado un plano del acceso al cuartel por aquella posta, pero no precisó que la puerta de acceso al arsenal estaba en la planta baja, detrás de la escalera. Por aquí subió el comando y fue a dar a la barbería.
  26. El 11 de julio Guitart había ido al cabaret San Pedro del Mar (Santiago) y un reportero local escuchó que alardeaba con sus amigos: “No se sorprendan si dentro de poco me ven con las estrellas de coronel sobre los hombros”.
  27. Al despertarse el Dr. Eric Juan Pinta para cubrir su turno de guardia en el hospital militar, sonó el primer disparo del ataque al Moncada. El celador José Joaquín Vázquez se asomó a la ventana y el asaltante Israel Tápanes levantó su escopeta calibre 22 casi junto a la oreja de Castro. El disparo ensordeció a Castro y mató a Vázquez.
  28. Al notar que un asaltante vestía pantalón blanco bajo el uniforme, el Dr.Pita exclamó: “La banda de música de la policía se ha sublevado.” Alguien replicó: “Los músicos no tienen armas”.
  29. En medio de la confusión resumida por Castro con que “el combate que tiene que darse dentro del cuartel se produce fuera del cuartel,” los asaltantes Gustavo Arcos, Abelardo Crespo, José “Pepe” Ponce y Reinaldo Benitez resultaron heridos (por friendly fire) con balas calibre 22.
  30. En menos de media hora la situación se tornó insostenible y Castro ordenó la retirada. Ramiro Valdés salió en un carro con goma ponchada, junto con Boris Luis Santa Coloma y el herido Gustavo Arcos en el asiento trasero. En eso arribó Oscar Alcade en su carro y otros ocupantes, entre ellos Juan Almeida. Alcalde había seguido a Tizol, pero regresó a batirse cuando escuchó los disparos. Al llegar, apenas pudo desmontarse.
  31. Castro se montó en el auto Studebaker que conducía Ricardo Santana y siete más se subieron. Santana adelantó como una exhalación a Ramiro Valdés.
  32. El teniente Manuel Piña se percató de algo que Castro no había advertido al planificar el ataque: desde la azotea del edificio de apartamento de tres pisos frente a la posta 2 se dominaban las entradas a las barracas del cuartel y así se podía neutralizar hasta la ametralladora 30 emplazada en el polígono. Piña pidió voluntarios para ocupar el edificio y sólo 10 soldados se ofrecieron, pero atravesaron el polígono y entraron al edificio sin combatir.
  33. En el Palacio de Justicia, Raúl Castro rompió con un culatazo de pistola la cerradura de la puerta que llevaba a la azotea, pero al ocuparla se toparon con un muro de cinco pies de alto que impedía prácticamente hacer fuego contra el cuartel. El jefe del grupo, Léster Rodríguez, había inspeccionado el lugar con antelación, pero no subió a la azotea.
  34. Al concentrarse contra el Palacio de Justicia el fuego de una ametralladora 50 montada en el Club de Oficiales del cuartel, el policía Genaro Quintana dijo a sus captores que la resistencia era inútil. Léster Rodríguez convino con su rehén y ordenó la retirada. Raúl salió de allí sin haber disparado un tiro.
  35. Al concentrarse contra el Hospital Civil el fuego de una ametralladora 50 montada cerca de la posta 4, el jefe del grupo de asaltantes, Abel Santamaría, no sabía qué hacer. Su hermana Yeyé lo instó a dar una orden, porque él era el jefe, y Abel dijo que había que prepararse para morir.
  36. El Dr. Muñoz sugirió disfrazarse como pacientes. Todos serían apresados, menos Ramón Pez Ferro, a quien un paciente de verdad, el militar retirado Tomás Sánchez, salvó la vida declarando que Ferro era un nieto suyo que estaba acompañándolo. Excepto las dos mujeres —Melba y Yeyé— todos los apresados serían asesinados. Uno de ellos, Osvaldo Socarrás, reveló de dónde habían salido y otros detalles en el interrogatorio. El teniente Jesús Yánez Pelletier se encargó de llevarlo a la granjita Siboney para verificación.
  37. Aquí se ocuparon tres libros: Pluma en ristre, Las fuerzas morales [dedicado por Naty Revuelta a “Mi incomparable Fidel”] y un volumen de Obras Escogidas de Lenin [con la firma de Abel Santamaría en la primera página].
  38. El libro de Lenin se esgrimió por el capitán de inteligencia militar del cuartel, Bebo Lavastida, al cónsul americano en Santiago, Henry Story, como prueba de que el asalto obedecía a una conspiración comunista. El cónsul repuso: “Fidel Castro no es comunista”.
  39. El jefe de operaciones, mayor Andrés Pérez-Chaumont, llegó al cuartel a las 11 de la mañana. Se excusó con que alguien no identificado había disparado contra él a la salida de su casa en Playa Ciudamar. El parabrisas tenía un impacto de bala. Pérez-Chaumont se hizo cargo de Socarrás, a quien traían de vuelta de la granjita Siboney. Mandó a trasladarlo de local y dio al soldado que servía de custodio una seña inequívoca: se pasó el índice por la garganta.
  40. La tortura se hizo superflua —esto es: no tuvo que ponerse en práctica— porque el interrogatorio de los primeros asaltantes capturados arrojó detalles claves del ataque, incluso la jefatura de Fidel Castro, según el testimonio del teniente Marcelo Otaño.
  41. Del Río Chaviano dio la orden de matar a todo el que diera positivo en la prueba de parafina, que indicaba haber disparado un arma de fuego. Así, los asaltantes fueron conducidos por grupos al campo de tiro y ametrallados allí.
  42. Unos treinta cadáveres serían dispersados por el cuartel para simular que habían caído en combate. Así, Guido Fleitas, que había caído en un lugar, fue arrojado en otro, y como algunos de los apresados quedaron en calzoncillos, reaparecieron con uniformes que no tenían siquiera perforaciones de bala.
  43. Castro afirmó a Ignacio Ramonet: “Hubo cinco muertos en combate [Guido Fleitas, Flores Betancourt, Carmelo Noa, Renato Guitar y Pedro Marrero] y otros 56 que asesinan”. De la Cova precisa que fueron asesinados 52, entre ellos Marrero, quien fue capturado vivo. A los otros cuatro mencionados por Castro que sí cayeron en combate, De la Cova agrega cinco: Rigoberto Corcho, Manuel y Virginio Gómez, Guillermo Granados y Miguel Oramas. Once resultaron heridos, entre ellos cuatro por friendly fire (Fogonazo 28).
  44. Castro asevera que la masacre de prisioneros comenzó tras llegar de La Habana el Inspector General Martín Díaz Tamayo con la orden de Batista de matar diez rebeldes por cada soldado muerto. Tal imputación fue desmentida públicamente por el gobernador de Santiago, Waldo Pérez, y el presidente del tribunal del juicio del Moncada, Adolfo Nieto, quienes dieron testimonio y razón de que Batista no dio semejante orden y casi todos los presos fueron asesinados antes de llegar Díaz Tamayo.
  45. Por el contrario, el Gran Maestro masón Carlos Piñeiro atestiguó que, al quejarse de la situación en Santiago ante Batista, este ordenó a su asistente, Ángel “El Viejo” Alonso, llamar al Moncada y Piñeiro escucharía enseguida a Batista insultando a Del Río Chaviano y responsabilizándolo.
  46. El desertor “Patachula” terminó siendo arrestado en Holguín y llegó al cuartel a las cinco de la tarde. A la espera de ser interrogado le soplaron que echara la culpa de todo a Guido Fleitas, que estaba muerto. “Patachula” alegó que había ido a los carnavales de Santiago y salido espantado por la balacera. Como dio negativo en la prueba de parafina, quedó con vida luego de pasar dos interrogatorios sin golpes ni torturas.
  47. Del Río Chaviano se apeó por radio con que la mayoría de las bajas militares habían sido soldados enfermos pasados a cuchillo en el Hospital Militar. El cabo Elio Rizo posó para la prensa con un cuchillo de matarife.
  48. El alcalde de Santiago, Maximino Torres, encargó al funerario Manuel Bartolomé inhumar los cadáveres no reclamados de los asaltantes. De 33 cadáveres examinados por los forenses, 23 tenían disparos a quemarropa en la cabeza. Ninguno tenía signos de tortura.
  49. Bartolomé no encontró ningún cadáver con ojos sacados, como se cuenta que sucedió con Abel Santamaría, ni testículos cortados o machacados, como se cuenta de Boris Luis Santa Coloma. La foto forense de este último se publicó en el libro El Moncada: la acción (1981), pero la foto forense de Abel jamás ha visto la luz.
  50. Tras regresar a la granjita Siboney, Fidel Castro y 19 asaltantes más salieron de allí alrededor de las siete de la mañana, cruzaron la carretera y se internaron en el monte hacia Alturas de Ocaña. Mario Chanes de Armas iba en el grupo y relata que, al llegar al cañaveral La Pelá, se vio obligado a impedir que Castro se diera un tiro en la sien.
  51. Castro dividió el grupo el martes 28 por la mañana y se quedó con siete. El minero Alfonso Feal se topó con ellos, advirtió que no continuaran camino, porque los soldados ya estaban por allí y acabó llevándolos a la cueva Los Chivos. Ya en casa, Feal escuchó por radio que Del Río Chaviano había prometido a Enrique Pérez Serantes, Obispo de Santiago, preservar la vida de los asaltantes aún fugitivos. Regresó entonces adonde Castro y los demás para darles la buena nueva.
  52. Feal acudió a su jefe, que resultó ser Fidel Pino Santos, benefactor del padre de Fidel Castro, y Pino Santos transmitió al obispo que Fidel y siete más querían rendirse en su presencia. El viernes 31 de julio, Pérez Serantes salió en caravana de tres jeeps hacia el lugar convenido: una guásima junto a la carretera cerca de la finca El Cilindro, en la zona de Sevilla, pero Feal informó que no había señales de los fugitivos.
  53. Pérez Serantes regresó a Santiago y notificó a Del Río Chaviano que su misión había finalizado sin éxito. Se ordenó entonces entonces reanudar las patrullas para dar con Fidel y los demás, pero el teniente coronel González Alfonso recomendó a Del Río Chaviano no mandar a Pérez-Chaumont, sino a una escuadra de la Guardia Rural que conociera el terreno. Así fue como el teniente Pedro Sarría se coló en la historia.
  54. Fidel se quedó con Oscar Alcalde y Pepe Suárez, mientras y los otros cinco del grupo bajaron del monte a rendirse. Fueron a dar al jeep en que venía Pérez Serantes detrás de la patrulla. Armando Mestre pidió al obispo que no se apartara y unos soldados comentaron bajito qué hacía este entre los asaltantes, si todos los negros eran o batistianos o comunistas.
  55. Entretanto la partida de Sarría rodeó el bohío donde se escondían Castro, Alcalde y Suárez. El cabo Julio Corbea disparó al aire y el soldado Luis Manuel Batista pateó la puerta, que cayó sobre Alcalde. Este soldado tenía un hermano en estado crítico por heridas en el asalto e increpó al más alto de los fugitivos: “Tú eres Fidel Castro, el responsable de todo esto”. Fidel repuso que se llamaba Francisco González Calderín y Fidel Castro había pasado por allí hacía ya unos días. El soldado palanqueó su Springfield y ahí entró Sarría en la historia: con su mano izquierda desvío hacia arriba el rifle y con la derecha sacó de su funda la pistola del soldado, al tiempo que profería en voz alta una sentencia de Domingo Sarmiento: “Las ideas no se matan”. Era el sábado 1.º de agosto.
  56. Los prisioneros fueron trasladados en un camión Chevrolet seguidos por Pérez Serantes en su jeep. Sarría montó a Fidel Castro en la cabina. Por el camino se tomaron con Pérez-Chaumont, pero la orden era conducirlos al vivac y no al cuartel. Pérez Serantes dijo que así se evitaban represalias de los militares parientes de los 18 que habían muerto en el asalto.
  57. El teniente Antonio Ochoa conspiró con el capitán Lavastida y el teniente Manuel Arpa para liquidar a Castro en el trayecto con la excusa de que intentaron escapar, pero Del Río Chaviano precisó que el presidente Batista había ordenado no tocar Castro.
  58. Al entrar la prensa en el vivac, Castro se colocó frente a un retrato de Martí, tal como había hecho Batista al dar el golpe del 10 de marzo, y largó que no habían asaltado el Moncada para matar soldados, sino para iniciar una revolución, así como que José Martí era su único mentor y Batista, el único enemigo de los soldados. Su alocución de 20 minutos se llevó a 8 para ser transmitida por Cadena Oriental de Radio.
  59. Los 49 asaltantes presos en el vivac fueron trasladados a la Prisión Provincial de Boniato a las 7 de la noche y sometidos a la prueba de parafina por el médico forense José Ramón Cabrales. Sólo que Castro, en celda separada, se negó y dijo que pusieran ahí que dio positiva, porque él sí que había disparado y, de tener otra vez un arma en la mano, seguiría haciéndolo.
  60. El Tribunal de Urgencia encausó a 122 personas por el asalto al Moncada, entre ellas 57 de los 99 asaltantes sobrevivientes. Los demás eran políticos y activistas civiles, desde el presidente depuesto Carlos Prío hasta el jefe de la bandería comunista Blas Roca. A juicio fueron llevados 101 detenidos. Seis rebeldes y 15 civiles habían pasado a la clandestinidad o estaban en el exilio.
  61. El juicio comenzó el lunes 21 de septiembre a las 10:30 am. Presidía el juez Adolfo Nieto, quien ordenó a los militares retirar todas las armas de la sala. Al pasar lista el secretario del tribunal, Raúl Mascaró, 98 acusados estaban presentes. A los 21 ausentes no detenidos se habían sumado 3 asaltantes hospitalizados: “Patachula”, Gustavo Arcos y Abelardo Crespo.
  62. Al dar lectura al informe del coronel Del Río Chaviano sobre el ataque, Mascaró fue interrumpido por Fidel Castro, quien solicitó asumir su propia defensa. El magistrado Nieto repuso que esperara su turno y advirtió que ni los acusados ni sus defensores podían aprovechar sus alegaciones para hacer propaganda política.
  63. Fidel Castro fue el tercer acusado en prestar declaración y principió con una monserga política. El juez Nieto puntualizó que debía limitarse a responder las preguntas del fiscal y al preguntar éste quién había instigado el asalto, Castro proclamó ser el jefe y agregó que al autor intelectual había sido Martí.
  64. Luego de ser interrogado por dos horas, Castro pidió asumir su defensa y pasó del banquillo de los acusados al estrado de los abogados defensores. Desde aquí instaría al tribunal a tomar nota de las denuncias de asesinato y tortura implícitas en las declaraciones de los testigos, a fin de proceder oportunamente a encausar a los militares responsables.
  65. Al escuchar a Castro, uno de los coacusados sin ser asaltante, Ignacio Fiterre, murmuró a otro de igual condición, Sergio Mejías, que había nacido un líder.

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