Actualizado: 28/03/2024 20:04
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In Memóriam

A Emilia Luzárraga

Una cubana que dedicó su vida a la reconciliación nacional.

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La inserción

De cierta manera, la experiencia tras las rejas le dejó a Lino y a muchos otros presos políticos un saldo positivo. Pese a esfuerzos incontables, el régimen no los doblegó. Ni los túneles llenos de dinamita debajo de la prisión de Isla de Pinos, ni la irregularidad de las visitas familiares ni las celdas de castigo sin luz, ni las insinuaciones a las esposas sobre la supuesta infidelidad de sus maridos; en fin, ni torturas ni mentiras ni bajezas lograron lo que el régimen buscaba: la derrota moral del presidio político.

Al final, tuvo que ceder. Mediante un programa de trabajo en el sector civil de la economía, la mayoría de los presos políticos fueron liberados antes de que cumplieran sus sentencias —Lino entre ellos— sin someterse a la llamada rehabilitación política exigida por el régimen.

Cuando se casó con Lino, Emilita tenía 19 años y, sin la revolución, casi seguramente no hubiera sido sometida a pruebas tan brutales. El propio Lino se asombraba por la fuerza que desplegaba ante cada dificultad. Inicialmente, quizás Emilita apoyaba a Lino por su deber de esposa. Muy pronto, sin embargo, asumiría la política por cuenta propia.

En el exilio, Lino y Emilita se insertaron en las corrientes en favor de un verdadero diálogo, la reconciliación y la paz entre todos los cubanos. De ahí su participación en la Plataforma Democrática y el Comité Cubano por la Democracia en los noventa: la primera agrupaba a representantes de la democracia cristiana, el liberalismo y la socialdemocracia con miras a un diálogo serio con La Habana; el segundo, a cubanoamericanos que favorecíamos un cambio en la política de Estados Unidos hacia Cuba. Sin embargo, la Coordinadora Social Demócrata fue la que movilizó el mayor y más constante compromiso de Lino y Emilita.

Su participación activa en estas iniciativas tenía un peso moral indudable: pese a los años en presidio y al sufrimiento familiar, ni Lino ni Emilita albergaban odio ni rencor. Para ellos, no había cabida alguna para la venganza, sino todo lo contrario: dedicaban su vida a la reconciliación entre los cubanos de todas las tendencias.

De hecho, Emilita mantenía el enlace telefónico con los socialdemócratas en la Isla. En un mensaje a Lino, Manuel Cuesta Morúa comenta "la generosidad, suavidad y solicitud de Emilita con y para sus amigos". Continúa: "Personalmente la conocí y su bella impresión me acompañó a mi regreso a Cuba en el año 2000. Leonardo anda, como yo, algo deshecho, sin su gracia acostumbrada y con el dolor de perder una amiga a la que siempre tendremos en la memoria. Aquí en Cuba la recordaremos de mil maneras y sólo nos espera acompañarlos hoy y mañana en nuestras condolencias hacia una familia que siempre admiraremos y que, de algún modo, envidiamos por su fortaleza y unidad".

Leonardo Calvo Cárdenas, con quien Emilita hablaba a menudo, aunque no llegó a conocerla porque el permiso de salida le fue denegado, nos dice en el número 38-39 de la publicación Consenso: "Nuestro andar por la vida no va a ser el mismo sin Emilita; sin embargo, el tributo a su entrega de tantos años y a su memoria nos compromete a llevar hacia delante la obra que ella enalteció con tanto calor y entusiasmo. Emilita nos enseñó como nadie el valor sublime de las cosas sencillas, y hoy la vida nos impone la prueba más difícil: tratar de aprender a vivir sin ella, o a vivir con ella de otro modo, para ser dignos de su legado de ternura infinita, altruismo sin límites e integridad sin fisuras, y demostrarle por siempre que tanto, tanto amor, sólo con amor se paga".

La fe católica

La Cuba de Lino y Emilita se asentó mayormente en el exilio, si bien no pocos fueron presos políticos o murieron en el paredón. Además de la familia en grande, los compañeros de Lino de la Agrupación y del MRR, las compañeras de Emilita de la Merici Academy y un sinnúmero de amistades, de entonces y ahora, desbordaron la Funeraria Ferdinand y la iglesia Saint Raymond. El padre Llorente ofreció la homilía en la Misa de Resurrección.

Lino y Emilita son también parte de la Cuba católica en la Isla hoy. Entre esa Cuba y la que se estableció en el exilio han surgido un sinfín de nexos basados en la fe, la hermandad cristiana y la solidaridad cubana. De visita en Miami, monseñor Pedro Meurice Estíu, arzobispo emérito de Santiago Cuba, visitó a Emilita en el hospital.

Conocí a Emilita en 1975, en casa de mi prima, en La Habana. Aunque seguía preso, Lino ya había pasado lo peor del presidio. Yo era joven, apoyaba la revolución y, por consiguiente, carecía de la sensibilidad para entender lo que había padecido Lino o para reconocer la generosidad de Emilita al aceptarme tal y como yo era entonces. En 1978 conocí a Lino, libre al fin, y pasé una tarde con ellos y mi prima en La Habana.

Hace unos años, a raíz del grupo de trabajo Memoria, Verdad y Justicia, Lino, Emilita y yo conversamos mucho sobre el historial de violaciones de los derechos humanos y cómo una Cuba democrática debía enfrentarlo. En 2003, sacamos el informe Cuba, la reconciliación nacional.

Cuando reuní a los integrantes de Memoria, Verdad y Justicia, sabía que estaba pisando un terreno delicado. Sin embargo, no había advertido que ese terreno estaba también dentro de mí. Aunque ya hacía mucho que había dejado de apoyar a la revolución, al parecer, no había reconocido emocionalmente la totalidad de sus costos humanos. Hacerlo fue una liberación lograda, en buena medida, gracias a Lino y Emilita.

A fines de septiembre, tenía que viajar a Oxford a un seminario sobre América Latina. Desde su enfermedad, visitaba a Emilita a menudo, en su casa o en el hospital. Siempre me agradecía las visitas e, invariablemente, le contestaba: "Vengo a verte por ti, pero también por mí". Durante mi estancia en el Reino Unido, me sobrecogió una suerte de epifanía. A través de Emilita sentía la gracia de Dios. Llegué a Miami un lunes, fui a mi casa a refrescarme y salí para el hospital. Quería decírselo pero no pude por su deterioro físico. Así pues, queridísima Emilita, ya ves que la agradecida por siempre seré yo.

* Sin el libro de Kay Abella, Fighting Castro: A Love Story (WingSpan Press, 2007), no hubiera podido redactar este artículo. Para Emilita, la publicación de Fighting Castro fue un regalo inesperado que la llenó de alegría.


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