Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Religión

A los pies de la Virgen

Un testimonio sobre el fervor popular que genera la celebración de la Caridad del Cobre, incluso en condiciones difíciles.

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Ya se ha hecho tradición que en la novena de Nuestra Señora de la Caridad todas las parroquias y comunidades de la ciudad de Santiago de Cuba visiten el Santuario de la Virgen en El Cobre. Cada día, una o más parroquias se aprestan a realizar el trayecto desde Santiago al Cobre. Son 21 kilómetros, que la devoción de los fieles llenan con sus cantos y oraciones, haciendo del trayecto una verdadera peregrinación de fe y amor.

Pero que nadie piense que este viaje se hace en cómodos ómnibus con aire acondicionado, como los que usan los turistas en Cuba y cualquier hijo de vecino en cualquier otra parte del mundo. La gente no va en cómodos automóviles, cada familia en el suyo, pues en nuestras parroquias son muy pocos los que tienen carro y muchos menos los que pueden darse el lujo de pagar el combustible para llegar hasta allá. Uno dice 21 kilómetros en otros países y parece nada… ¡pero en Cuba eso es mucho caminar!

Nosotros vamos a El Cobre en camiones o camionetas. No con aire acondicionado, sino con el aire a condición de que te sientes de espalda a la ventolera. Y nada se diga de la lluvia, que en los camiones puede entrar a raudales y empapar al piadoso viajante. Pero la gente va. Y va con alegría, pues como decía aquella tonada que me aprendí en mis ya lejanos días de seminario: "Cuando de mi patrona voy a la ermita, / se me hace cuesta abajo, la cuesta arriba".

Verdad es que con el tiempo esos camiones y camionetas han ido mejorando, en belleza, comodidad y seguridad. Yo usaba la broma con varios feligreses de llamar a los camiones de este año los "Vía Azul" [nombre de la empresa de ómnibus nacionales en dólares] de los pobres. En manos de particulares industriosos esos camiones, con más de 40 ó 50 años de uso, parecen recién salidos de la fábrica… pero no dejan de ser camiones.

Puestos a caminar, y a pesar de la amenaza de lluvia, nos reunimos en la parroquia y llenamos cuatro camiones (con 60 ó 65 pasajeros cada uno) y dos camionetas, con algún que otro automóvil. Al llegar a El Cobre, ya se ha hecho tradición ir a tomar la sopa de la hospedería.

Luego nos reunimos "a los pies de la Virgen", en el camarín detrás del altar. Por un mecanismo, la imagen da vueltas y en esa capilla del segundo piso del Santuario se le puede ver muy de cerca. Allí nos metemos todos, y tenemos el saludo a la Virgen y la oración y los cantos iniciales.

Allí le presentamos a la Madre de Dios nuestros sueños e inquietudes, nuestros proyectos y problemas. Una madre presenta en el altar del camarín el diploma de oro de su hijo, joven médico que atravesó un período de grave enfermedad: un cáncer del que finalmente pudo librarse. Hoy se encuentra, recién graduado, y ya ofreciendo sus servicios médicos en la patria de Bolívar.

Por los enfermos, los presos y los que están lejos

En el altar de la Virgen pedimos por la parroquia y por todas las comunidades. Por una familia que perdió a dos de sus miembros en trágicas circunstancias: en un rapto de locura, el padre mató a la madre y luego se quitó la vida, todo eso en presencia de su hijo menor, de nueve años. Allí pedimos por los enfermos y los presos, por los que están lejos del hogar o sufren bajo el peso de las dificultades económicas. Todo pasa por nuestra oración y es colocado ante la Madre, para que ella interceda por nosotros ante el Hijo que lleva en sus brazos.

Luego bajamos a la nave del templo, colmada por los que hemos ido y por los fieles de El Cobre. El Rosario, desgranado cada uno de sus misterios por un hermano diferente de la comunidad; la Novena a la Virgen dirigida por la dinámica y fervorosa hermana Vilma, hija de la parroquia de Santa Teresita, consagrada a Dios en la Congregación de las Hermanas Sociales.

Mientras, los padres que trabajan en el Santuario y yo, hemos estado confesando a los fieles. Al final, tenemos la Santa Misa, con la alegría de los cantos y el gozo de estar reunidos en la casa común de todos los cubanos. Nuestra oración es por Cuba y por todos los cubanos, donde quiera que estén, como quiera que piensen, sean o no sean creyentes. A la Madre le hablamos de los hijos… "¿Puede una madre olvidar a sus hijos?".

Terminada la celebración nos subimos de nuevo a los camiones. La noche amenaza lluvia, volvemos cantando por el camino. Al llegar a Santiago, el diluvio. Una lluvia cerrada que cala los huesos. No hubo nadie que no se mojara. Muchos tuvieron que esperar casi una hora a que escampara, en el viejo y carcomido salón parroquial, apuntalado nueve veces.

En el camino hemos cantado la vieja tonada que aprendí de niño en el Seminario: "Cuando de mi patrona voy a la ermita / Se me hace cuesta abajo, la cuesta arriba. / Y cuando bajo de verla, y cuando bajo. / Se me hace cuesta arriba, la cuesta abajo. / No sé, no sé que tiene mi Virgencita, / No sé, no sé que tiene, cuando me mira: Que son sus ojos, cual dos luceros, / ¡Ay quien pudiera siempre mirarse en ellos!".


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