Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Sociedad civil, Cambios

Aburrimiento postrevolucionario

Recordando una advertencia de una lúcida bloguera, no existe un mejor sistema que aquel en que los compromisos individuales revientan todas las convocatorias

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Las sociedades post —postindustriales, postcomunistas, postliberales, etc.— son siempre culturalmente muy confusas pues tienden a definirse más negando que afirmando. O mejor dicho, se afirman negando.

Y esa confusión sacude hoy a la sociedad cubana, una sociedad eminentemente postrevolucionaria, cuyas coordenadas culturales e ideológicas no soportan los registros binarios a los que la polarización política nos tiene tan acostumbrados. Y diría que uno de los rasgos más sobresalientes de la sociedad cubana contemporánea —compuesta básicamente de personas que nacieron y crecieron (como decía una joven amiga) con la mesa “revolucionaria” ya servida— es su preferencia por la vivencia cotidiana, su percepción inmanentista del mundo. En contraposición a todo el discurso trascendentalista que animó al proceso político que se inició en 1959 y que aún hoy, en su agonía, quiere sobrevivir en la idea de que con Cuba se salva la humanidad.

Es una manera de cómo el verdadero “hombre nuevo” de la revolución —agnóstico, instruido, hedonista— pasa la cuenta a su disfraz de estoicismo plebeyo guevarista.

Esta situación es perceptible en lo que por lo general están produciendo los jóvenes cubanos (y algunos no tan jóvenes) que están usando el ciberespacio como medio de expresión, excluyendo, por supuesto, a los mozuelos de ambas aceras que escriben por encargo acusando de cualquier cosa y difamando de todas las maneras a quienes piensan diferente. Pero si descartamos a esta escoria, veríamos con sorpresa que aunque existen diferencias sustanciales —por ejemplo, el grado de distanciamiento o cercanía con el régimen político cubano— también similitudes cruciales. Y estas últimas pudieran ser más importantes que las primeras.

Un ejemplo interesante puede encontrarse en lo que publican cerca de una docena de jóvenes en una página web llamada Havana Times, una imprescindible y muy meritoria página web que goza de la fe pluralista y la profesionalidad de su principal animador, Circles Robinson. Aunque la mayoría de ellos se identifican como de izquierdas —desde posiciones políticas, ambientalistas, de derechos sexuales, etc.— y muchos son miembros del Observatorio Crítico, todos abordan la cotidianeidad con una agudeza crítica y desprejuiciada que solo he encontrado antes en algunos blogs de la oposición, como son los casos muy conocidos de Generación Y, Octavo Cerco y Sin Evasión (todos afortunadamente conducidos por mujeres), entre otros muy meritorios.

Usualmente estas personas no hablan de alta política y cuando lo hacen llegan a la alta política desde abajo, desde cuestiones cotidianas, casi que diría intimistas. Como pueden ser la falta de un bombillo, la necesidad de un cementerio para mascotas, una charla homofóbica en la cola de un banco, la vida en un basurero capitalino, la tristeza de un ingeniero nuclear sin trabajo o la invisibilidad de un comensal cubano en un restaurant. Un desprejuiciado columnista de HT carga en defensa de una bloguera “oposicionista”, no por alguna razón atinente al derecho universal a la libre expresión, sino con la misma lógica mundana como defendería a un vecino en Diez de Octubre. De la misma manera que esta misma bloguera nos introduce en la denuncia de una detención arbitraria a partir de sus recuerdos de una barraca de una escuela al campo, los desechos de bagazo que se desprendían de su litera y el fango en las botas.

Y eso los distingue básicamente de la generación precedente en la que me ubico, que tendemos a ser más trascendentalistas, a explicar a la Isla desde arriba, desde la alta política. Sin lugar a dudas porque nos socializamos en una época en que “lo mega” y las contraposiciones binarias (y aquí recuerdo al estimado profesor Javier Figueroa) parecían justificarse en la propia realidad. Quizás también por el hecho de que aunque mi generación no fue la que sirvió la mesa (recordando la expresión de mi amiga) sí estuvo allí cuando la sirvieron, como crédulos espectadores. De cualquier manera uno se siente más obligado a explicar la ruptura de un compromiso que fue muy fuerte, como lo fue todo en aquellos primeros tiempos de la difunta revolución cubana. Y tienda a ver a estos jóvenes como escollos a ser superados por la “historia”, o, recordando una muy infeliz frase de un conocido intelectual oficialista, “un ciberchancleteo”.

Es posible que el factor que unifica a “leales” y “opositores” sea un aburrimiento generacional, un aburrimiento ante aquello que Kierkegaard llamaba algo así como la eternidad vacía, sin contenido. Un aburrimiento ante el largo suplicio de varias décadas, entendido este último —siguiendo a Foucault— como una técnica dolorosa de normalización, un ritual resonante que muestra el costo de la disidencia y la utilidad de la igualación. Un genuino aburrimiento postrevolucionario.

Y si así fuera, estaríamos en presencia de algo más que de una oposición —dentro o fuera del sistema—, de algo mucho más importante: de una crítica a un modo de vivir, pensar al mundo y a nosotros mismos. De un concepto más “presentista” de la buena vida. Y que, por supuesto, se lleva consigo a un régimen autoritario que ha establecido su propia dictadura sobre las necesidades de la gente común y dictado la imprescindibilidad de su receta única para resolverlas. Más allá del signo político de la República del futuro, no se puede prescindir de esta propuesta absolutamente revolucionaria.

Ojalá que eso siga. Ojalá que en una Cuba del futuro las normas sociales sean tan abiertas y convincentes que ridiculicen a quienes hablen despectivamente de los homosexuales, que exista un cementerio para las mascotas, que nadie tenga que hurgar en los basureros para ganarse la vida y que los camareros le pregunten a los cubanos si les gustó el servicio. Eso es muy importante, tanto como hasta dónde funcionan las políticas macroeconómicas o hasta dónde es representativo un parlamento. Finalmente, recordando una advertencia de una lúcida bloguera, no existe un mejor sistema que aquel en que los compromisos individuales revientan todas las convocatorias.


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