Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crónicas

Agua al dominó

Los 'cambios' del nuevo gobierno se quedaron cortos. Hospedarse en hoteles, vender computadoras y celulares fueron puro maquillaje.

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Comentaban en la mesa de dominó que los cambios del nuevo gobierno se habían quedado cortos. Un jugador, que acababa de poner el juego a nueve por las dos cabezas, dijo: "cuáles cambios". Otro jugador que había estado pasando con el cinco y el cuatro y tampoco llevaba nueve, preguntó: "cuál nuevo gobierno".

El compañero del dueño de los nueve, que también tuvo que pasar, dijo que no podía llamársele cambios a autorizar a los nativos hospedarse en los hoteles, venderles computadoras y bicicletas de motor y darles derecho a tener celular. Esto es, precisaba, los nativos excepcionales que podían pagarse esos lujos.

"Pero ha mejorado el transporte público", comentó el que había estado pasando con el cinco y el cuatro.

"¿Cuál nuevo gobierno?", insistió el dueño de los nueve.

Por lo que decía, las dificultades en Inmigración para entrar y salir del país seguían igual, la gente seguía sin autorización para vender su casa, su automóvil, e igual en todo lo demás. Todo estaba donde había estado desde el principio. Y volvió a plantar un nueve.

El compañero del que había estado pasando con el cinco y el cuatro, tampoco llevaba nueve, pero estaba tan bajito que no dudaba que, cuando por fuerza en un par de nuevas vueltas de la mesa se trancara el juego, él dominaría con los siete tantos que tenía en la mano, entre ellas el doble blanco y el uno blanco, cerrando con esto una escandalosa pollona.

Sin dar muestras del regocijo que esta certidumbre le causaba, comentó que había estado casado durante 52 años. Cuando seis años atrás murió su mujer y el último hijo que le quedaba en Cuba logró irse, inscribió en el registro de direcciones del CDR a un nieto cabeza loca que vivía por entonces en Matanzas, arrimado a una muchacha de por allá, con lo cual al morir él su casa de toda la vida no se perdería y el muchacho tendría un techo seguro cuando la matancera lo botara.

Así fue. El nieto, desde seis meses atrás vivía con él, y en las últimas semanas se había buscado una nueva muchacha muy ordenadita, muy hacendosita ella por cierto, y entre ambos lo tenían de lo más atendido, lo trataban como a un rey, le servían las comidas en punto, hacían los mandados, limpiaban, le tenían como soles los cuellos de las camisas blancas, y aquella casa, después de años de telarañas y tiznes hasta en el baño, ahora parecía un quirófano.

Ah, pero vivían cambiando las cosas de lugar, cambiándolas, especialmente desde que la muchacha llegó, porque antes el nieto, si veía una escoba en el piso ahí la dejaba, ni trapeaba, no descargaba el inodoro, de vez en cuando traía dos pizzas de la calle y punto. Pero llegó la muchacha con sus manías de orden y limpieza, y ya él no los aguanta.

Hasta le han pintado la casa, buscaron cortinas nuevas y el retrato que antes estaba allí aparece ahora por allá. Todo eso será muy bonito, estará muy bien, pero esa de ahora no es su casa, la casa que él tiene en su memoria, la que aparece en sus sueños, la casa donde él seguía tomando café y conversando con su difunta mujer sentado en aquel sillón que ya no está donde estaba antes, y vive perdiéndose en esa casa en la cual se siente desalojado, un intruso, un extraño.

Hablaban de tumbar paredes, ampliar la cocina, abrir una ventana. La última cosa que ese par le hicieron, y donde él se les paró bonito ("Esperen que yo me muera", les dijo muy firme), fue cuando, alegando problemas de higiene, intentaron ponerle a dormir en el patiecito del lavadero a Lobo, el perro que toda la vida ha dormido en la sala, meando y cagando allí. Es verdad, pues es muy viejo y nunca quiso aprender, pero matando a cuanto ratón entra en la casa, porque en el edificio, y en el barrio tal vez, su casa es la única que no tiene ratones.

Se le había escuchado con interés, pero ¿qué tenía eso que ver con lo que se venía hablando?, preguntó el dueño de los nueve, virándose de repente con once tantos en dos fichas, seguro de sorprender, puesto que los de la pareja contraria tenían cinco fichas uno, cuatro el otro y faltaban por salir el doble ocho y el doble seis.

"Mucho", repuso él anciano virándose con falsa humildad con sus triunfales siete tantos que sellaban la pollona. "Mucho", repitió. "El nuevo presidente, al tomar posesión de su cargo, pidió permiso a la Asamblea para consultar con el anterior presidente los cambios que fuera a hacer. De donde ha de estarle a él pasando con el anterior presidente lo que a mí nieto y su mujer conmigo".


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