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Obituario

Agustín contra los gramófonos

Muere Agustín Tamargo, un polémico y apasionado periodista exiliado.

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Los cubanos alertas y desprejuiciados, la gente sincera de aquel país, ya viva dentro o fuera de su geografía, saben muy bien que con la muerte en Miami de Agustín Tamargo se pierde una voz porfiada y una mirada primordial para el pasado, el presente y el porvenir de Cuba.

Culto, agudo, vehemente y sin mordazas, se pasó la vida, desde su juventud en su querido Puerto Padre hasta el viaje final ahora a los 82 años, haciendo el trabajo que amaba y haciéndolo con profesionalismo y coraje. Lo hizo por igual con oleajes de tintas complicadas en Bohemia y otros medios de la República, que con la palabra violenta o amable ante los micrófonos de las emisoras del exilio en las últimas décadas.

Se podía, se puede, compartir o no algunas franjas de las ideas que expresaba y defendía con ardores adolescentes —aun en medio de las agonías de una enfermedad—, pero la unanimidad no puede (o no debe) escasear ante la honradez, la contundencia y la eficacia con que las defendía.

Para quienes tuvimos —desde Cuba— la fortuna de participar con él en largas comparencias radiales, siempre polémicas y enriquecedoras (en un espacio junto a la periodista Nancy Pérez Crespo), Agustín Tamargo fue siempre —en aquellos predios desolados y huérfanos— el representante genuino de un linaje de comunicadores que el comunismo le había extirpado al país para esclavizarlo con impunidad.

En ciertos momentos de sosiego, con distancia y todo, a través de la fragilidad del hilo telefónico, se podía reconocer al hombre culto, curioso, tertuliano y bohemio que conoció y disfrutó de la amistad de grandes artista y escritores de Cuba y América.

Poco antes de salir de su patria, Tamargo dijo que se iba porque Fidel Castro no necesitaba periodistas sino fonógrafos.

Por la bestialidad con que esos fonógrafos lo atacan desde años y por la facilidad con que le fabrican patrañas para disminuirlo, muchos de los jóvenes periodistas independientes y otros demócratas de la disidencia, pudieron entender la trascendencia de este intelectual avasallador, irreverente y cubanísimo que vivía atento a los rumbos de la libertad.

Como estamos seguros de que el paraíso existe y uno tiene también el derecho a personalizar el suyo, a elegir el mobiliario, la cubertería y el entorno, Tamargo debe de andar recostado leyendo en una cama vieja, en los portalones de una vieja casa frente al mar.