Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Sociedad

Amor deshecho

Las posadas que el régimen extinguió por decreto apilan a unos pocos menesterosos sin techo.

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El amor está en cuarentena. Y por lo que parece, no solamente aquí, sino también allá o acullá. Ocurre en parte porque (al menos aquí) hemos hallado una expresión moderna para conjurarlo. "Hacer el amor" significa entre nosotros punto menos que deshacerlo. Pero desde luego que el problema trasciende la etimología.

Hace poco, en la televisión cubana entrevistaban a una vieja y muy conocida actriz, y dentro del ensarte de preguntas boberas que acostumbran formular en estos casos (también en cualquier otro, pero sobre todo en estos casos), saltó la liebre:

¿Cómo aprecia el estado del amor entre los jóvenes habaneros?, le preguntaron. Ante lo cual dijo la actriz: "Creo que están padeciendo cierta confusión en los términos. Hacer el amor, para ellos, no va casi nunca más allá del acto sexual. Pero esto es lo menos preocupante. Peor, porque agrava la confusión, es que nuestros jóvenes no disponen de condiciones mínimas para disfrutar la plenitud del sexo, hecho que a su vez les impide conocer el amor pleno. Para empezar, ni siquiera cuentan con un espacio discreto y relativamente cómodo donde "hacer el amor".

En suma, la actriz se quejaba, no tan veladamente como para no ser entendida, de la extinción de la especie que decretó el régimen para las posadas de La Habana.

¿Quién que es, hombre o mujer, en esta capital de nuestra isla no fue en años atrás cliente asiduo de las posadas? ¿Cuántos matrimonios duraderos y pródigos no se cultivaron allí? ¿Alguien tiene idea de cuántos cientos de miles de habaneros hechos y derechos constituyen, aun sin saberlo, productos made in las posadas?

¿Cuántos de nosotros, dondequiera que estemos hoy, no rendimos culto en la memoria a nuestra primera experiencia sexual plena y, por tanto, amorosa, que tuvo lugar, no más faltara, entre aquellas paredes húmedas y sin cáscara, garabateadas con ocurrencias zafias y alebrestadas y cómicas, profusas de rendijas que debíamos tapar con el pañuelo para impedir la participación de quienes se convidan solos, sobre sábanas ajadas, con botellas de agua remediadora ante la negación de los grifos, pero que a fin de cuenta nos marcarían para siempre: en la nariz, con su olor a leche náufraga; y en el corazón, con la infinita nostalgia.

11 y 24, La Campiña, Venus, Hanoi, Amistad, Rayo, Las Casitas de Ayestarán, La Monumental, La Lechera, el grupo de posadas de la Playa de Marianao… en fin, no alcanzaría el espacio disponible para nombrarlas todas. Suele comentarse por acá que este tipo de instalación, tal y como aquí existían, era poseedor de características bien particulares y diferenciadoras con respecto a otras de su clase (más o menos) que existen en el mundo. Lustre nacional, como el azúcar.

Y como al azúcar, nos las agriaron de un borrón. Pero el azúcar por lo menos podemos recibirla importada. Mas, ¿quién va a mandarnos desde afuera un sitio reservado donde hacer el amor? Ni Chávez, que no hay relajo en el que no se empeñe.

Desfacer entuertos

Acostumbrados a responder con remedios timadores ante cada demanda de soluciones, nuestros salvadores de la patria (inquilinos a pupilo de Miramar y el Vedado) desactivaron las posadas para apilar en ellas a unos pocos, solamente unos pocos de los menesterosos sin techo que durante años y decenios han pernoctado aquí en una especie de barracones de esclavos a los que llaman albergues.

Desvestir a un santo para vestir otro, así calificaban nuestros abuelos despropósitos tales. Pero en el caso ni a eso llegan, pues al tiempo que dejaron el santo encuero, sus ropas no les alcanzó ni para proveer de taparrabos a los desvestidos.

En cambio, han cargado a su cuenta una herejía por la que difícilmente hallarán la manera de que los absuelva la historia: condenaron al amor extinguiendo su habitáculo.

No en balde aquella actriz, con todo y sus años, puso el grito en el cielo. Es que no hay forma humana de cumplir con lo que manda Dios en materia de hacer el amor (sea literal o metafóricamente), parado en sobresalto a mitad de una escalera, agachado detrás de los urinarios de un cine o de un teatro, con la hierba al cuello, en las oscuridades públicas bajo el acecho del violador y del atracador, o en casa de mamá, que tal vez se haga la dormida durante unos minutos, pero con la condición de que se excluyan las exclamaciones y suspiros, que son como el postre.

El resultado, por supuesto, está a la vista. Es el amor deshecho. ¿O será mejor decir amor desecho?

Claro que nunca es tarde si de amor se trata. Y bien puede el régimen, si es que verdaderamente está dispuesto a desfacer entuertos, tal y como tanto se pregona por estos días, ubicar entre sus prioridades la restitución de las posadas habaneras.

La oportunidad se pinta sola. Y además les permitiría matar tres pájaros de un tiro: 1) Proporcionarle otras viviendas medianamente decorosas a esa pobre gente que hoy se hacina en los ruinosos nidos de amor devenidos cuarterías; 2) Reacondicionar los habitáculos para que vuelva a prosperar la especie extinguida; incluso, esta restitución debiera contemplar por decreto que en las redivivas posadas se admitan como lo que son, usuarios corrientes, las parejas de homosexuales, cuya situación resulta todavía más crítica que la del resto de las parejas; 3) Al reivindicar este derecho de los homosexuales, estarán facilitando que se apunte otro punto en su tarea proselitista la princesa heredera de la nueva dinastía.


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