Apagones, Energía, Combustible
Apagón
Como una extraña evocación de los sentidos y la memoria, un anuncio que traslada décadas atrás al autor de este trabajo
Quien todo sabe sufrir, a todo puede atreverse.
Marqués de Vauvenargue
El régimen cubano a través de un medio de comunicación apenas conocido por su provincialidad —diario Invasor, en Ciego de Ávila—, ha anunciado recortes de la energía eléctrica en el territorio sin dar más detalles. Por la forma, el medio escogido y el acostumbrado ir y venir en las sombras informativas, podría inferirse que en breve la Isla estará sometida a otro periodo de apagones, o alumbrones, como humorísticamente los cubanos llaman a la ausencia de fluido eléctrico. Es también predecible la táctica del poco-a-poco: recortes a las empresas, disminución del horario de trabajo, apagones programados para el sector no-productivo y finalmente, cortes no programados a la población: —“pero ¿nos tocaba este apagón?”
Como una extraña evocación de los sentidos y la memoria, el anuncio me ha colocado a finales de los años 60 o principios de los 70. Todavía soy un niño y estoy sentado en la sala de mi casa frente a algo que llaman “chismosa”. Es un pomo de cristal de boca ancha; adentro tiene un tubo de pasta vacío y por cuyo interior discurre una mecha de gasa o algodón. El queroseno, en Cuba conocido como luz brillante, cubre la parte inferior del pomo permitiendo que la mecha no se apague.
El humo renegrido y el olor a carburante quemado inundan toda la casa. Pero aun en invierno hay que mantener las ventanas y las puertas abiertas —todavía no hay necesidad de enrejarse. Muy afortunados aquellos que conservan los faroles norteamericanos de una época en que no había apagones; aún más los que tienen faroles chinos, semejantes a los usados en la Campaña de Alfabetización porque alumbran mejor. Pero ambos necesitan queroseno, y ese es el problema mayor. Escasea el combustible. Está normado por la libreta de abastecimiento, y los bodegueros son los dueños de la luz, literalmente.
El niño que yo soy entonces concentra sus cinco sentidos en la chismosa y se pregunta en aquella sala hasta cuándo durará la luz brillante, cuando vendrá la luz eléctrica, y sobre todo, si cuando sea grande no habrá apagones. No pueden durar toda la vida, como esta chismosa, inextinguible. Han inventado una cosa que se llama Patrullas Clic. A los chicos nos han dado la responsabilidad de apagar las luces innecesarias, no solo en nuestro hogar; podemos pedir a los vecinos, de manera respetuosa, que apaguen las luces de su garaje o portal por considerarlas innecesarias. Si se quejan, podemos dar parte al Comité de Defensa de la Revolución.
Veinte años después soy padre y mis hijos mayores comienzan a experimentar los mismos apagones. O peor: aunque esta vez tenemos quien nos envíe de Estados Unidos lámparas recargables, velas, y baterías, los cortes eléctricos del llamado Periodo Especial no tienen horarios ni fechas en el calendario. Hay una “programación”, pero a veces no se cumple. Son ocho horas con luz y ocho sin ella. Y el verano es inclemente. Hay que sacar los niños a dormir en el portal hasta que venga la corriente porque adentro desfallecen. Las lámparas no tienen tiempo para recargarse. Vuelven las chismosas. Y el adulto que ya soy, dos décadas después, frente a otro pomo de cristal con queroseno —otra vez está perdido— se pregunta cuándo viene la luz y si esto va a durar toda la vida, como la chismosa.
El calor, los apagones o quien sabe qué gota colma la copa de la gente y en 1994 se tiran a la calle en lo conocido como el Maleconazo. No puede caber duda de que la presencia del Difunto termina por sofocar la explosión popular después que los policías disfrazados de trabajadores de la brigada Blas Roca dieron tonfas y mawashis a diestra y siniestra. Sagaz conspirador, supo que con el calor y la luz eléctrica en Cuba no se juega, y buscó afanosamente quien le alumbrara el futuro.
Ahí aparece el nuevo mecenas, Hugo Chávez. Los apagones comienzan a desaparecer poco a poco. Ya no hay Patrullas Clic ni en la televisión aparece el muñequito del Villano Incandescente. El Apagador en Jefe es ahora el Eléctrico en Jefe: inventa la Revolución Energética. En la planta superior del antiguo Club Hijas de Galicia instala el módulo de cocina que son equipos eléctricos de pésima calidad y gastan un montón. Enseña en la televisión, a teatro lleno y en cadena nacional como se cocina en la Olla Reina. Las plantas de generación eléctrica son sustituidas por grupos electrógenos que consumen —tragan— combustible con una sed incombustible. Precaviendo el hurto, crea un regimiento de trabajadores sociales para vigilar las plantas eléctricas en turnos rotativos. Les quita a los pisteros la “llave” de las bombas de gasolina y se la entrega a algunos trabajadores disociales que pronto serán Ladrones Nuevos.
También ordena cambiar en todo el país los bombillos incandescentes por “ahorradores”. Los chicos del trabajo social —más sociales que trabajadores—, tienen la libertad de entrar a las casas y ellos mismos cambiar las bombillas ante la resignada mirada de los moradores. Si alguien se queja… informar al Comité. Otra tarea a estos guardias rojos tropicales: reportar los viejos refrigeradores y sus juntas, para ser cambiadas. No importa que el refrigerador de casa, de sesenta años, funcione como el primer día.
En ambos periodos apagacionales el factor externo —la ausencia de un proveedor de combustibles—, se ha unido al deterioro de la red eléctrica nacional, y una canícula veraniega infame. Estos nuevos apagones que pudieran venir y se anuncian subrepticiamente, encontrarán una Isla con dos terribles experiencias apagacionales anteriores, los mismos problemas externos e internos, y la agravante de la ausencia de un liderazgo autentico, un discurso machacón, sin soluciones, empecinado en seguir la senda del fracaso. Es justo señalar además, que pocas veces como ahora el cerco económico y diplomático al castrismo ha sido tan severo. De ello también se encargó el Anti-yanqui en Jefe al boicotear todos los “salves” lanzados por el Hermano Obama.
Duele pensar desde esta orilla que los abuelos de mi generación tendrán que ver a sus nietos frente a una chismosa. Han pasado más de veinte años desde el último de aquellos días de apagones, calores, bicicletas, avitaminosis, picadillos y bebidas innombrables. Nada ha cambiado. No hay voluntad para conversar, no con Estados Unidos, sino con los cubanos, con todos, a quienes les han apagado la voz y la vida por tres o cuatro generaciones.
El poeta revolucionario Roque Dalton, asesinado por sus correligionarios, escribió en Sobre dolores de cabeza: “El comunismo será, entre otras cosas/ una aspirina del tamaño del Sol. Hoy sabemos, casi con total certeza, que el dolor de cabeza es el comunismo, y que el apagón eterno y universal del Sol es su definición mejor.
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