Aplausos y aprehensiones en un amargo desmontaje
A los participantes en el entuerto les cuesta trabajo reconocer el enorme daño causado por Fidel Castro en la economía de la nación
No es nada fácil haber dedicado toda una vida a una utopía que terminó hundiendo la nación y después de medio siglo anunciar que se debe comenzar de nuevo a construir lo que se había destruido.
Y digo que no es nada fácil porque en ese largo trayecto ha sido inmenso el sufrimiento de millones de personas. Es imposible borrar de la noche a la mañana la persecución implacable, el acoso, los encarcelamientos y las ejecuciones de quienes desde el mismo comienzo de la utopía impuesta se negaron a respaldar o se opusieron a que el país fuera lanzado al precipicio.
Raúl Castro ha reconocido abiertamente que la sociedad cubana está al borde mismo del abismo, pero no tiene el coraje de hacerlo explicando cuáles han sido las causas de esos fracasos y de identificar al principal responsable de los mismos.
A los participantes en el entuerto les cuesta trabajo reconocer el enorme daño causado por Fidel Castro en la economía de la nación con su pensamiento idealista, sus ideas alocadas, su estilo anárquico de dirección y los sacrificios extraordinarios que le impuso a todos los cubanos por perseguir su quimera de la revolución mundial.
La dirigencia actual del país quiere tapar el sol con un dedo proclamándolo un genio y el inspirador de la reforma económica propuesta, cuando todos los que tengan un mínimo de raciocinio comprenden en su fuero interno que es el máximo responsable del desastre económico actual de la nación cubana, que siempre se comportó como un elefante en una cristalería y que las reformas propuestas son totalmente opuestas a todas las políticas que él preconizó.
No se le puede hablar a un pueblo educado como si fuera un rebaño de ovejas analfabetas. Los cubanos que participan en las discusiones de los Lineamientos presentados por el Partido Comunista de Cuba para su próximo congreso de abril saben muy bien cómo, por qué y quiénes son los causantes de la terrible crisis que viven.
¿Por qué se empeñan en tapar el sol con un dedo disfrazando el desmontaje del manicomio que creó el Comandante utilizando rebuscados eufemismos como el de “actualización del modelo socialista”? ¿Creen acaso que así podrían disfrazar que en realidad intentan dar los pasos iníciales hacia un capitalismo de Estado con una economía mixta, donde el mercado juegue un mayor papel y la economía de la nación se dirija indirectamente mediante estímulos financieros y fiscales?
Hace cuatro años en una carta abierta que escribí al gobernante Raúl Castro publicada en El Nuevo Herald le sugería a la dirección del Partido y del Gobierno cubano que la única forma de frenar el camino al precipicio era rasgándose las vestiduras, reconocer los errores cometidos e iniciar los cambios de rumbos que evitaran la catástrofe. Mucho antes de ese escrito, a finales de 1992 el entonces coronel Álvaro Prendes convocaba a la prensa extranjera radicada en Cuba y proponía que el Gobierno cubano reconociera los errores e iniciara los cambios. Desafortunadamente al coronel Prendes, estigmatizado y acosado, confinado a su casa sitiada por las turbas gubernamentales durante semanas no le quedó otra alternativa que salir al exilio donde posteriormente murió.
A pesar de la tardanza, de las reticencias y vacilaciones que han tenido los dirigentes de la Isla en comenzar los impostergables cambios y las cortinas de humo que usan para esconder la dirección a la que se dirigen, los cubanos, quienes en su inmensa mayoría han tenido que soportar tantas penurias y sufrimientos, ven hoy un rayo de luz en medio de todas sus aprehensiones. Son aprehensiones lógicas, que el propio Gobierno alimenta por su ambigüedad e incoherencia.
Los cambios económicos propuestos son indudablemente positivos, necesarios e impostergables para el país, pero para que tengan éxito deben ir acompañados de medidas tales como el adecuado financiamiento y abastecimiento del sector privado que se desea crear y la eliminación de las trabas a su desarrollo, como los impuestos excesivos y el aumento de la carga fiscal a la fuerza de trabajo que usarán los empresarios que deseen contratar mayores cantidades de obreros desempleados.
Es evidente que tales medidas ni estimulan ni inspiran confianza al sector privado incipiente que se desea volver a crear en Cuba. Será muy difícil que ese sector privado, en que tiene puestas las esperanzas el Gobierno cubano, se desarrolle si se reducen excesivamente sus ganancias potenciales. Estas medidas impiden la recuperación de la confianza que requiere toda gestión empresarial y en especial desestimulan la participación de muchos cubanos de la diáspora que posiblemente estarían interesados en asumir riesgos de inversión en la Isla en condiciones adecuadas.
No alcanzarían las cuartillas de este artículo para enumerar todas las arbitrariedades y obstáculos creados por la dirigencia cubana en este medio siglo que permanecen vigentes y que deben ser eliminados para que los cambios propuestos puedan tener un mínimo de éxito.
Además, ¡No puede haber perestroika sin glasnost! Para que las reformas económicas sean exitosas tienen que venir acompañados de transparencia sin medias tintas ni paños tibios. Actualmente hay demasiada incongruencia, demasiadas interrogantes sin respuestas convincentes. Muchas de las medidas que se proponen parecen diseñadas para preservar el poder de la clase dominante, en lugar de estar creadas para facilitar el éxito de las reformas deseadas.
Si ahora, para el desmantelamiento encubierto del socialismo, se pretende que los nuevos capitalistas que surjan puedan impulsar la naciente empresa privada para que asimile lo más que pueda los cientos de miles de trabajadores que han sido y serán despedidos, tiene que haber transparencia total, devolución irrestricta de todo tipo de libertades y eliminación de todas las trabas para el desarrollo de ese emergente sector empresarial y para todos los cubanos en general dentro y fuera de Cuba.
Comencemos porque los dirigentes del Estado cubano deben rendir cuenta a toda la población de cómo se usa la riqueza que ésta le proporciona mediante impuestos. No puede continuar habiendo recursos manejados secretamente por los altos dirigentes de la nación. Los que existan deben volverse a colocar bajo la supervisión del Gobierno nacional. Todas las divisas de la nación deben estar bajo el control del Ministerio de Finanzas y del Banco Central de Cuba. Los gastos del Gobierno deben ser controlados por un presupuesto que se apruebe por un congreso elegido por el pueblo, y se debe ejecutar bajo la supervisión de un Ministerio de Finanzas, para que se pueda evitar o al menos reducir la malversación, la corrupción, el desvío de recursos y el despilfarro. Además, el Gobierno cubano debe tener la obligación de informarle exhaustivamente al pueblo de cómo utiliza los recursos financieros que obtiene mediante los impuestos que el pueblo aporta. Sin una utilización racional de las finanzas y una transparencia administrativa que la garantice, no puede haber una reforma económica exitosa.
Por último, hay que resolver el problema de las libertades políticas y de la libre elección de los gobernantes del pueblo cubano. No puede haber un proceso de desarrollo económico eficiente cuando una minoría privilegiada poseedora de la “Verdad Divina” administra el país por derecho propio per secula seculorum. Cuando los gobernantes de un país no son elegidos por la voluntad popular, se eternizan en el poder y gobiernan en su propio beneficio, no en el de sus compatriotas. Y eso significa que los gobernados pierden el interés en producir y ser eficientes. ¿Para qué esforzarse si no creen que van a recibir beneficios de ello?
Ya en más de una asamblea se ha cuestionado qué objetivo tiene, a partir de ahora, mantener la “Dictadura del Proletariado”, cuando este principio Leninista se basaba en la necesidad de implantar una dictadura que pudiese construir el socialismo y el comunismo y eliminar todo vestigio de una minoría privilegiada.
Si se reconoce que la construcción del socialismo y el comunismo no es factible, y que se trataba de una utopía, ya que siempre sería necesario cierto grado de desigualdad para que la población se interesase en trabajar, ¿qué necesidad hay de un partido único y de una “Dictadura del Proletariado”? ¿Qué sentido tendría continuar manteniendo una dictadura si se acepta públicamente que esa igualdad idílica ya no sería alcanzable?
Por el contrario, tal dictadura beneficiaría únicamente a una minoría privilegiada parasitaria que solo aspiraría a mantener para siempre un alto grado de desigualdad entre sí y el resto de los cubanos. En esas condiciones, como diría el Comandante, ¿dictadura para qué?
El pueblo cubano solo se interesará en participar en una reforma económica genuina cuando se realice en beneficio propio y no de una minoría explotadora privilegiada. Como es lógico, ésto solo se podría lograr cuando el propio pueblo tenga la posibilidad de elegir periódicamente y libremente a sus gobernantes para poderlos sustituir por otros cada vez que demuestren ineptitud o comiencen a corromperse.
Si esto no se logra, la reforma económica, como tantas otras cosas que el Gobierno cubano ha intentado anteriormente, perdería gradualmente el impulso y eventualmente se paralizaría, pues el pueblo no estaría estimulado.
El progreso y la felicidad de los cubanos depende en última instancia de instaurar un sistema político que impida que ninguna clase se apodere permanentemente del poder y pueda reprimir a todos competidores potenciales que la amenacen con desplazarla del mismo.
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