Castro, América Latina y la pequeña empresa
Con cada negocio privado que permita en la Isla 'el Comandante' pierde una cuota de poder, una huerta en su señorío absoluto.
Es público que a Fidel Castro no le agradan los negocios privados —por muy modestos que sean—, y mucho menos, por supuesto, si esos negocios están en Cuba. Desde que se vio obligado a permitirlos, no pierde ocasión para criticarlos, legalizar trabas, endosar multas, reducirlos a tamaño mínimo y, desde luego, sustanciarlos en sus lemas anticapitalistas.
En la Isla, muchos saben —o al menos barruntan— la causa de tal virulencia. Con el negocio privado pierde el “comandante” una cuota de poder, una huerta en su señorío absoluto. Pero lo que en realidad valdría preguntarse es no ya cuánto daño provocó a la economía y a la sociedad cubana cuando decidió nacionalizar hasta el más humilde “timbirichi”, sino cuánto perjudica en la actualidad la actitud francamente anticuentapropista del mandatario, cuánto significa de retraso multiplicado, de tiempo-país y generacional perdido.
Respuesta hay, por otro lado, para conocer por qué Castro no prescinde, de un plumazo, de los cuentapropistas, en vez de ponerles, aquí y allá, toda clase de zancadillas. En su pensamiento entra mucho menos el cálculo de los perjuicios económicos que tal plumazo acarrearía, que la crítica que le lloverá desde todas partes.
Las críticas serían copiosas porque las entidades del tipo cuentapropista —en un rango más ancho que el de Cuba lógicamente— constituyen un resorte económico fundamental del mundo en que vivimos. ¿Hasta dónde llega la importancia, para América Latina por ejemplo, de lo que se conoce por las siglas PYMES, que agrupan a las pequeñas y medianas empresas?
En Chile no se habla de desarrollo económico sin mencionar a las PYMES. Si su concepción y tamaño varían con los criterios y condiciones de los países, en la nación austral se consideran en este rango a las que cuentan de uno a 250 trabajadores. O sea, que cuando se dice PYMES se señala a las micro, pequeñas y medianas empresas. Ellas constituyen, como en el resto de América Latina y el Caribe, uno de los temas más importantes de cualquier debate político o electoral.
Las PYMES chilenas crean el 80 por ciento del empleo nacional y ocupan una cifra similar en el número de las empresas del país. Bastaría con lo anterior para tachar la monomanía anticuentapropista del “comandante” como una puñalada en el corazón de la economía y la bienandanza social de Cuba.
De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, casi nueve de cada 10 trabajadores de la región se desempeñan en emprendimientos de estas características, y en la mayoría de los países generan entre el 40 y el 65 por ciento del ingreso nacional.
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