Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Exilio, Cambios

¿Cómo puedo montarme en el tren?

Cuando no hay nada que ofrecer a la elite política cubana, de lo que ella busca para “actualizarse” y para hacer funcionar su maltrecho modelo

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Comentar lo que dice un amigo entraña siempre el peligro de rozar la aquiescencia o de herir susceptibilidades. Y eso me sucede con Carlos Saladrigas y sus declaraciones recientes a EFE acerca de su viaje a Cuba y el lugar que, desde su punto de vista, deben tener los cubanos de la diáspora —unos exiliados, otros emigrados, casi todos desterrados— en lo que percibe como una situación en movimiento.

Según Saladrigas (siempre de acuerdo con EFE) los cubanos emigrados deben “subirse” al tren del cambio, pues el país está cambiando y “si uno espera influir o ser parte de una solución, hay que ser parte de los procesos”. Y hacerlo, dice, mirando hacia adelante, pues “el pasado enloda y soñar une”.

Yo estoy de acuerdo con él casi un 100%. Creo que su propuesta es moralmente encomiable, políticamente conveniente y diría que impecable desde el punto de vista lógico formal. Solo que, como en otras cosas que he discutido aquí antes, tengo dudas razonables que me gustaría compartir con los lectores y con el propio Carlos. Y sobre todo una gran duda. ¿de qué manera me puedo montar en el tren de los cambios sin tener que pedir la absolución a los maquinistas?

Me explico.

El Gobierno cubano ha producido una masiva expropiación de derechos en detrimento no solo de los cubanos que están en la Isla, sino también de los emigrados. Las expropiaciones de unos son las contrapartes perfectas de las expropiaciones de los otros, y todas ellas engranajes principales del sistema de dominación política en la Isla. Por tanto, cuando hablamos de los derechos de los migrantes, no hablamos de algo secundario, sino central, diría que estratégico. Y eso lo sabe, mejor que nadie, el Gobierno cubano.

El Gobierno cubano no prevé rol alguno a la inmensa mayoría de los migrantes en el futuro nacional que no sea seguir proveyendo dinero. Sea enviando remesas a los familiares o pagando los abultados servicios consulares. Los considera una mayoría silenciosa que ama la bandera, baila salsa, adora a los próceres y paga puntualmente. Buenos emigrados siempre que no protesten. Pero incluso cuando algunos de estos emigrados protestan, u opinan críticamente y no pueden ser incluidos en la franja de la “mafia de Miami”, el Gobierno opta por no tomarlos en cuenta, como si no existieran.

Y es así porque en este asunto de la política en la emigración el Gobierno cubano hace lo mismo que en el interior de la Isla. Lo único que sabe hacer: operar con grupos polarizados portadores de discursos extremistas. Y por consiguiente solo reconoce dos franjas políticas, como decía, muy polarizadas, como polarizada es su mezquina visión del mundo:

La primera está formada por una minoría de cubanos que tienen status migratorios privilegiados y cuyas preferencias políticas le acercan al Gobierno cubano. Le acercan tanto que siempre contemplo a estas personas con lástima, imaginando cuánto deben sufrir en sus radicaciones fuera del sistema político que consideran virtuoso ad infinitum, y sometidos al orden capitalista que tanto desprecian. Constituyen, desde la ideología oficial, el sector “patriótico” de la emigración y por ende son los participantes de los encuentros de la “nación con la emigración”, en verdad cónclaves de una parte de la emigración y de un gobierno de muy dudosa legitimidad. Y también son, o al menos una parte de ellos, los integrantes de las pandillas facinerosas organizadas por las embajadas cubanas para reprimir o sabotear reuniones públicas opositoras al Gobierno cubano en el extranjero.

La contraparte de este segmento está compuesta por aquellas personas que mantienen posiciones duras de oposición al Gobierno cubano, bien sea porque reclaman la violencia para su derrocamiento, porque se oponen a todo tipo de contacto o negociación, o porque apoyan las acciones punitivas norteamericanas como es el caso del bloqueo/embargo. Sus manifestaciones en las calles de Miami —en particular si son violentas— son presentadas como las manifestaciones políticas típicas de los emigrados oposicionistas. Sus líderes y voceros son las bestias pardas que el Gobierno cubano selecciona para mostrar a la población insular cuál es el tipo de futuro que le espera si la actual clase política desapareciera y su suerte quedara a merced del exilio.

El Gobierno cubano manipula estas franjas produciendo altas y bajas a conveniencia. Durante mucho tiempo importantes figuras académicas del exilio fueron consideradas como enemigos-de-clase-al-servicio-del-imperialismo. En algunos casos eran presentados como agentes de la CIA y cuando se organizaban las multitudinarias delegaciones a LASA, los participantes eran instruidos de cuidarse de los contactos con ellos y de notificar cualquier felonía. Hoy algunos de ellos, en virtud de los rumbos de la “actualización” raulista, de las alianzas políticas que el Gobierno ha tenido que hacer con la Iglesia Católica, o de las posiciones económicas e institucionales que ostentan, ha sido beneficiados con algún acceso al país. Lo cual celebro y les felicito. Efectivamente, pueden montarse en el “tren del cambio”. Visto desde un ángulo positivo, es mejor que nada.

Pero si tenemos en cuenta el carácter selectivo de esta muy modesta apertura, hay que preguntarse a quiénes está dirigida la exhortación de Saladrigas a “ser parte de los procesos”.

Mi dilema —posiblemente el de muchos cubanos emigrados— es evidente: yo no tengo dinero para invertir, ni tengo una posición institucional relevante en Estados Unidos, ni mis apreciaciones de la política cubana me permiten (moral e intelectualmente) un acercamiento menos crítico al sistema cubano y a su actualización por el general/Presidente. Tampoco soy católico, por lo que con razón no soy invitado a las semanas del mismo signo, ni me apresto a saludar al Papa, al que creo que no saludaría ni aunque fuera católico.

Yo no puedo ofrecer a la elite política cubana nada de lo que ella busca para “actualizarse” y para hacer funcionar su maltrecho modelo. Y para colmo, aunque considero que hay que negociar con ella, al mismo tiempo creo que ella es una parte muy relevante del problema. Y si es así, ¿como yo pudiera lograr ser parte del proceso?

Obviamente, Carlos me diría, con toda razón, que él no tiene respuesta para este dilema, y que en realidad cuando el hablaba de participar se refería a otro tipo de personas. Probablemente a su propio sector de los negocios, a cuyos integrantes el Gobierno cubano estaría dispuesto a condonar el ostracismo en aras de inversiones que necesita urgentemente, y de apoyo político para terminar de una vez y por todas con el bloqueo/embargo —esa estupidez de medio siglo— y acceder al mercado americano.

Y si ese paso se da, yo lo voy a aplaudir, porque todo lo que sea abrir una ventana en el enrarecido ambiente cubano, es positivo. Pero sin perder de vista que aquí en la media Isla en que vivo, sin capitales, izquierdoso, agnóstico y freelancer, tendré que esperar algo más para satisfacer la reflexión de mi amigo Carlos Saladrigas: “Los cubanos de fuera —dijo— somos parte de este país (...) Tenemos el derecho y el deber de jugar un papel y contribuir al futuro”.

Y Ud, estimado lector, ¿como se imagina montando en el tren?


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