Coronavirus, Pandemia, Elecciones
Compañero Díaz-Canel: en Santa Clara los muertos no votarán por ti
Miguel Díaz-Canel Bermúdez es sin discusión el responsable máximo de las muertes por coronavirus en Cuba, en particular en Santa Clara
Sólo dada la pésima memoria de los cubanos se explica que Miguel Díaz-Canel escogiera postularse por uno de los distritos electorales de Santa Clara. Nada menos que por esa ciudad, la que sufriera las peores consecuencias de la pésima elección de ese señor, al escoger su estrategia para enfrentar a la pasada Pandemia.
En Santa Clara todos tienen no uno, sino varios familiares, o vecinos, o conocidos, que murieron ahogados en los pasillos y salas del Hospital Arnaldo Milián Castro. Si es que alcanzaron a llegar allí, durante aquellos días del verano de 2021, que más parecen tomados de La Peste, de Camus.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas e Información, ONEI, Santa Clara, el 31 de diciembre de 2020 contaba con una población de 247.436 habitantes. De ellos, en el siguiente año morirían 5.013 personas, para una tasa de mortalidad de 20,3 por cada mil habitantes, o lo que es lo mismo, una persona de cada 49. La tasa de mortalidad más alta de Cuba en más de un siglo, y una de las más altas del mundo, ante la pasada Pandemia. De esas 5.013 personas, más de 2.500 murieron solo en los meses de julio, agosto, y septiembre de 2021.
Para que se tenga una idea, en 2019, el año antes de la llegada de la Pandemia, Santa Clara había tenido 2.555 muertes, para una tasa de mortalidad de 10,4. Por tanto, el exceso de muertes en 2021, con respecto a 2019, es de 2.458 defunciones más.
Miguel Díaz-Canel Bermúdez es sin discusión el responsable máximo de la estrategia nacional para enfrentar la Pandemia, y, por lo tanto, dado el fracaso de esa estrategia, lo es también de lo sucedido en lo particular de Santa Clara. Esa estrategia consistió en destinar los recursos escasos al desarrollo de vacunas, mientras se apostaba a las medidas de aislamiento social estricto, de cero transmisión, para conseguir contener la epidemia hasta tener esas vacunas. Así no se adquirieron ni antipiréticos, o antinflamatorios, o antibióticos… en número suficiente, y cuando a un año y tres meses de la llegada del virus a Cuba, la epidemia escapó de control, encontró a un sistema sanitario carente de lo más elemental, y a un personal médico y paramédico totalmente agotado. Para colmo, la única planta productora de oxígeno medicinal que quedaba en el país sufrió una rotura precisamente en los días en que la epidemia escapaba de control.
El que la única planta de oxígeno medicinal fallara resulta injustificable, si tenemos en cuenta que ya se sabía los graves problemas que en otros lugares había tenido la falta o poca disponibilidad de este gas. Dado ese conocimiento, es inconcebible que la dirección del país, y Miguel Díaz-Canel en especial, como jefe de estado, no hayan preparado condiciones para una inmediata reparación de dicha planta, la única, en caso de rotura. Se debió tener todo lo necesario en Cuba para cualquier eventualidad imaginable, pero no se hizo porque se apostó todo, sin ningún plan alternativo, a que se tendría las vacunas en poco tiempo, y el sistema de control de la transmisión del virus aguantaría sin fisuras.
Díaz-Canel, en fin, en cualquier otro país donde el electorado tenga real control sobre los cargos públicos, no habría ni tan siquiera sido nominado a un segundo periodo, y nada menos que por el lugar que más sufrió su equívoca estrategia ante la Pandemia. Habría corrido, sin duda, la suerte de Trump, o de Bolsonaro, por ejemplo.
Y es que tan sólo en Santa Clara, con una política más responsable, quizás se hubiese podido evitar la mitad o más del exceso de muertes con respecto a 2019: unas 1.200 defunciones. Hubiera bastado con no plantearse una estrategia de cero circulación viral mediante un estricto control social, y en su lugar permitir un flujo regulado de casos a los hospitales, sin dejarlos colapsar, como ocurrió en el verano de 2021, cuando los casos que en otros lugares del mundo llegaron a ellos en olas más pequeñas, espaciadas en el tiempo, en Cuba, y en especial en Villa Clara, llegaron en un único y devastador tsunami. Habría bastado con destinar a medicamentos básicos para tratar la enfermedad parte de los recursos invertidos en el desarrollo de unas vacunas que ni pudieron venderse (como era el sueño del señor Díaz-Canel: salir del subdesarrollo vendiendo vacunas), ni llegaron a tiempo, ni nadie nos asegura a estas alturas sea en verdad efectivas. Habría mucho menos que lamentar, en fin, de haber abandonado las reuniones en el aire acondicionado de Palacio, entre vasos de limonada bien fría, para estar diariamente al tanto de la única planta de oxígeno, mientras se compraba y se almacenaba en el país, desde mucho antes, lo necesario para cualquier problema en la misma.
No nos engañemos: el desastre no fue mayor, y las muertes no llegaron a las 6.000 o incluso más, solo porque por fortuna la situación se fue de control en pleno verano. De haberse dado diciembre, enero, o febrero, quizás tendríamos que lamentar ahora una tasa de mortalidad para ese 2021 de 25 por mil.
Nada, que si se tiene un poco de memoria, si se entiende que lo sucedido en el verano de 2021 en Cuba solo clasifica como desastre sanitario, solo comparable en el Hemisferio a lo sucedido en Perú; si se da uno cuenta que el responsable de la arriesgada y disparatada estrategia frente al Covid está ahora en las boletas electorales a las que se enfrentará este próximo 26 de marzo, ningún pilongo, independientemente de su militancia política o ideología, marcará en la casilla junto al nombre de este señor.
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