Conductas paralelas
El gobierno de la Isla se parece al hombre que intentó aguantar el mar, apuntalando la puerta con el hombro.
Conozco a un hombre que vive frente al malecón, en una casa triste y vieja, de puntal alto y elevado portal, situada a cuatro metros de la acera, que fue en otro tiempo aristocrática mansión de una familia numerosa.
Hoy el mar, al subir de nivel, azotado por los vientos que en cierta época de estos últimos años han venido desatándose sobre La Habana con puntualidad sospechosa (unos dicen que castigo del Cielo, otros que consecuencias del cambio climático), deja la casa de aquel hombre en ruinas, y a él esperando que ocurra un milagro para poder repararla.
La última vez, el hombre se plantó detrás de su puerta y empezó a forcejear con el mar: el mar empujando y el hombre apuntalando la puerta con el hombro, mientras el viento hacía volar las viejas ventanas de la casa y el agua en el portal seguía subiendo pie sobre pie.
Fue una lucha de titanes. Veinte minutos, lo menos, lucharon el hombre y el mar. Finalmente el mar se abrió paso con todos sus vientos, arrastró puerta y hombre, se los llevó corriente abajo, como corchos flotando, hasta hacerlos rebotar contra el alto muro del patio, donde los dejó girando en el remolino de las aguas, destrozada la puerta, sin arreglo posible, y asustado de su locura al hombre.
Una gesta parecida protagoniza hoy el gobierno cubano. Anonadado frente a la crecida sobrevenida en las tecnologías de la información, no acaba de ver la realidad; cambió el mundo, pasaron sus días, y él, en vez de abrir las puertas de par en par para que entre la luz del día, sigue empeñado en cortarle la lengua a la gente y taparle los oídos.
Daría pena, si no fuera porque resulta ridículo, propio de un inquisidor del siglo XVI en busca de demonios, verlo por las azoteas persiguiendo antenas de televisión satelital. Total, las decomisa en esta manzana, imponiéndole a sus dueños multas de miles de pesos, y en caso de reincidencia metiéndolos presos, y en la manzana siguiente, o aun en esa misma, siguen los canales extranjeros dándole gusto al vecindario, pues siempre ha existido la manera de burlar al inquisidor.
Como Adán y Eva
Con internet también ha fracasado, a pesar de tenerla bajo siete llaves. Era inevitable. Como a Adán y Eva, lo prohibido nos ha de seguir tentando; ayer y mañana, ante cada prohibición, el público querrá saber el por qué de la misma, existiendo sólo un modo de saberlo.
Estas prohibiciones le han restado credibilidad. Negado a dejar de ser el Oráculo nacional, el gobierno agrava a diario su situación. Mientras tozudo insiste en no ver que hoy el pueblo está en situación de poder discutir con él de igual a igual, de casa en casa siguen yendo, en CD o en memorias flash, las películas, canciones, programas grabados de los canales o sacados de internet, artículos periodísticos y todo lo que él daba por no apto para el consumo de la masa (equiparándolo así, sin darse cuenta, con la manzana del Paraíso).
Todo lo que de Cuba el gobierno desearía que se siguiera desconociendo en el exterior, sigue invicto cruzando los mares, con fotos y filmes incluso, a través del teléfono celular desde el lugar mismo de los hechos.
A pesar de eso, ni los espiritistas más competentes del país se atreven a pronunciarse. Por lo que sigue siendo un enigma si llegará el señor gobierno a aceptar que la revolución callada ya es un hecho irrevocable, que venía gestándose mientras él envejecía y entraban en escena nuevas generaciones —y factores—, o si procederá a actuar en consecuencia, con inteligencia. Pero ahora que todavía está a tiempo, uniéndose a la gente que está por el cambio.
Si no lo hace, el gobierno puede irse mirando en el espejo de aquel hombre desesperado frente al malecón, que intentó aguantar el mar apuntalando la puerta con el hombro.
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