Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Economía

Cuba: Ajustes, remodelación, o finalmente reformas imprescindibles

Economía mixta y sociedad más plural y descentralizada es la perspectiva sin retorno que se nos presenta en Cuba para estos azarosos tiempos

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Todo parece indicar que el camino adoptado por las autoridades cubanas para reencauzar la economía y la sociedad dentro de una nueva proyección socialista finalmente ha comenzado.

Al parecer, los criterios que comienzan a prevalecer, sin ser absolutamente originales, son más autóctonos o genuinamente más cercanos a las realidades cubanas de estos tiempos.

Creo que surgen de las condiciones concretas, positivas unas y otras no, en que les ha tocado desenvolverse a las diferentes generaciones de cubanos tras el triunfo de la revolución cubana en enero de 1959.

También, aunque más tardíamente, debe ser el resultado de los análisis sobre la elevada cuota de decisiones exageradas y no siempre acertadas que en determinados momentos específicos se fueron tomando; de la reflexión sobre muchos de los resultados ineficientes que luego tuvieron aquellas apresuradas decisiones; y también, del estudio de orientaciones y diseños erróneos que, en más de una ocasión, se pusieron en práctica, por supuesto, con una amplia carga de subjetivismos, voluntarismos y más deseos que condiciones reales para llevarlas a la práctica y que tuvieran éxito.

Tampoco se debe haber soslayado que, aunque el país mantiene y recibe una solidaridad política internacional cada vez mayor, a diferencia de otras épocas y por razones ya históricas y objetivas, el apoyo o la colaboración de otros países no puede ser similar, ni aproximarse siquiera, en proporción y alcance, a los requerimientos urgentes de la economía de cubana actual.

Todo ello, sumado a la prolongada etapa del llamado período especial, hizo que se acumularan en la sociedad cubana sensibles carencias y necesidades de todo tipo, que a la larga han afectado sensiblemente a la población y erosionado significativamente el nivel del consenso político del pueblo hacia el proyecto político-social del país.

Da la impresión que las autoridades cubanas no tienen el propósito de abandonar un proyecto de carácter socialista —lo han declarado y subrayado—, sino de intentar transformarlo y convertirlo en un sistema más adecuado, eficiente y democrático. Por lo pronto parece que ese será su intento.

Ahora, después de transcurridos 13 años del anterior Congreso del PCC, se ha decidido convocar a la anunciada Conferencia Nacional y al VI Congreso del Partido, lógicamente, para que estas asambleas de militantes sancionen formalmente las decisiones ya tomadas y analicen más ampliamente el conjunto de las transformaciones del nuevo modelo económico y social que se ha venido parcial y anticipadamente dando a conocer o poniendo en marcha.

Ahora bien, sabemos que las sociedades se estructuran de forma eslabonada y sistémica, y que, por tanto, los elementos que las componen ejercen dentro de la misma una permanente relación y reacción de causa/efecto.

De ahí que, una vez en marcha las políticas de ajustes económicos y especulando sobre el futuro inmediato que se nos avecina, consideremos que se experimentarán otros cambios de gran significación; no sólo en la estructura económica del país, que será menos estatalizada y descentralizada y por ello más mixta, dada la presencia de los sectores cooperativos y privados, sino también por la modificación de los propios escenarios políticos y sociales que inevitablemente se producirán.

Con independencia de las condiciones existentes o de los errores tácticos iniciales o de apreciaciones temerosas del Gobierno cubano acerca de cómo poner en práctica las diferentes medidas de ajuste o remodelación que apuntamos en un trabajo anterior (a las que seguramente seguirán otras a lo largo de este complejo proceso), no abrigo dudas de que este programa que se ha lanzado ha sido diseñado como una estrategia de largo alcance y perfil amplio y versátil para tratar de llevar al país a buen puerto. El anuncio de convocar al Congreso del PCC me reafirma en esta idea.

Las estrategias se proyectan en el tiempo, son por lo general a largo plazo y no pueden dejar de tomar en consideración las estrechas interrelaciones que se manifiestan en cualquier sociedad, entre los elementos económicos, políticos, sociales y otros. La estrategia es una visión y proyección lejana y de conjunto de lo que se aspira a alcanzar económica y socialmente, y dentro de ella pueden aparecer diferentes acciones y proyectos tácticos, pero estos deben orientarse y diseñarse de una manera consecuente con la misma.

Ahora bien, todo indica que los factores emergentes de la nueva etapa que se inicia son el cooperativo y el privado, en un proceso que habrá de ser conducido desde el Estado con mucha sabiduría y con mayor flexibilidad, para poder ir ajustándolo constantemente en la práctica y evitar que se obstaculice o fracase.

Ésa, pienso, será la manera de ir construyendo un nuevo modelo económico, político y social de conjunto y largo alcance que, a mi modo de ver, debe ser respetuoso y democrático, anti-sectario y participativo, que combine armoniosamente las potencialidades de los recursos y posibilidades estatales, cooperativos y privados, y le ofrezca también a cada uno de ellos sus espacios políticos necesarios.

Especulo que se apreciarán, después de varias décadas, rupturas estructurales, económicas y sociales de importante significación.

Surgirán, por lógica, se desee o no, nuevos perfiles sociales que originarán cambios en los valores políticos y morales de la conciencia en la sociedad y, si partimos de un enfoque dialéctico hacia los cambios que en las circunstancias actuales se están asumiendo, la vida y el propio desarrollo de los acontecimientos del país les impondrán nuevas y sistemáticas transformaciones y otros ajustes necesarios e inevitables.

Es muy probable que, en ciertos sectores de la economía, comiencen con gran fuerza y pujanza a organizarse y a predominar económicamente las actividades emergentes; o sea, las organizaciones de cooperativistas y las propiamente privadas, que se orienten por ejemplo hacia la agricultura, y las pequeñas o medianas empresas de servicios o ciertas producciones permitidas; mientras que en otras esferas de mayor peso económico o de más envergadura social, permanecerán vitales las del sector público o del Estado.

Economía mixta y sociedad más plural y descentralizada es sencillamente la perspectiva sin retorno que se nos presenta en Cuba para estos azarosos tiempos.

Soy del criterio de que en estas nuevas circunstancias no debe quedar excluido ningún cubano, cualquiera sea el lugar del planeta donde se encuentre viviendo. Ése también es su inalienable derecho como hijo de la patria común y lo considero parte indispensable del eslabonamiento sistémico del que hablé anteriormente.

Por lo pronto, las noticias que llegan evidencian que fuertes corrientes del empresariado pequeño y mediano de otros países del área ya se interesan en participar del nuevo proceso económico cubano. Los brasileños, por ejemplo.

Tampoco se debe olvidar que, durante varias décadas y para diferentes generaciones, desaparecieron en Cuba las experiencias empresariales basadas en las relaciones monetario-mercantiles y la competencia. Estas experiencias pueden haberlas asimilado teóricamente algunos, pero la mayoría se encuentra ajena a esta praxis.

Lo preocupante es que lo mismo le ocurre a los funcionarios e instituciones del Estado que, con estas medidas, se verán ahora obligados a relacionarse jurídica y económicamente con estos nuevos sectores emergentes que se han formalizado en el país.

A mi juicio, la carta de triunfo de este proceso de reformas se hallará en la forma con que cotidianamente y de manera muy flexible las autoridades e instituciones encargadas de conducir el proceso lo hagan asimilable y, por supuesto y ante todo, borrando de la mente los prejuicios o juicios políticos e ideológicos que lo entorpezcan o limiten.

Asumidos con realismo y valentía, esos serán los nuevos retos por los que tendrá que atravesar el proyecto social cubano y sus gobernantes.

Es difícil construir un modelo científico de simulación sobre la remodelación económico y social del país y querer visualizarlo de cara a los próximos años. Pero estoy convencido de que la situación que se nos avecina no tendrá muchos parecidos con el contexto en que hoy nos encontramos.

Es verdad que muchas dificultades y no pocos erráticos empecinamientos en las políticas domésticas se han prolongado en el tiempo, pero también las presiones y los impactos exógenos sobre el país se han mantenido de forma inquebrantable durante todos estos años; y es posible que, además del daño económico y social ocasionado, también ello influyera decisivamente sobre lo primero. Y no es que quiera lanzar una justificación al respecto, sino señalar una incuestionable verdad de perogrullo que aún se encuentra vigente y que debe quedar abolida.

Ha transcurrido más de medio siglo desde que se produjera en Cuba el triunfo de una insurrección popular armada, que luego se transformaría, le guste o le parezca bien a unos y a otros no, en un histórico, complejo y radical proceso revolucionario de elevada trascendencia internacional, que generaría, con sus políticas transformadoras y de cambios, complejísimas y novedosas situaciones, no experimentadas para la vida tradicional y doméstica de todos los cubanos.

Es verdad. Parecería utópico de mi parte apelar, y más hacerlo públicamente, a la reconciliación nacional de todos los cubanos; pero lo hago con honradez y plena conciencia, e incluso, a sabiendas de que muchos cubanos tienen aún heridas frescas o abiertas.

Sin embargo, esto ha sido y es así para todos desde hace ya más de cinco décadas: la inmensa mayoría de los cubanos nos hemos visto afectados de una u otra manera por las políticas de confrontación llevadas a cabo por ambos lados, sean estas ofensivas o defensivas, no importa su carácter o justificación.

Entonces, ante lo complejo, vasto y sensible de la situación cubana, sumado al prolongado tiempo transcurrido, considero que el camino más adecuado y posiblemente más eficaz para dejar atrás el pasado conflictivo y rencoroso es sencillamente tratar de edificar un país nuevo y más moderno, económicamente eficiente y productivo, democrático y justo en lo social, y respetuoso de todos los derechos ciudadanos, que convierta la libertad de los individuos en su paradigma fundamental.

Por ello creo que se hace necesario, y apelo a esforzarnos todos, tratar de transitar por ese llamado proceso de reconciliación nacional. Por supuesto, nada fácil y lleno de escollos, pero no imposible de lograr.

Es hora ya de deponer las inútiles armas entre nosotros, es necesario ver la conveniencia como pueblo de transitar de la confrontación al diálogo y, de ahí, a la cooperación participativa entre todos los cubanos.

Quizás me esté adelantando en el tiempo o me haya surgido una cierta cuota de ingenuidad, pero soy de los que creen que las coyunturas que aparecen en los escenarios político-económicos hay que aprovecharlos sin prejuicios ni resentimientos para el bien común de todo el pueblo.

De eso se trata, sencillamente, porque la nación es de todos.

Lo otro es más de lo mismo: confrontación permanente sin vencedores ni vencidos, autoritarismos, intolerancias, resentimientos y revanchismos, sufrimientos innecesarios, reivindicaciones de uno u otro lado, individuos afectados o encarcelados, extremismos y sectarismos, utilización del diferendo para sacar ventajas y vivir a su costa, politiquería barata o cara, retóricas manipuladoras y altisonantes, mentiras y/o falsedades, etcétera; pero la mayoría de la ciudadanía cubana se encuentra en el medio de tales políticas de confrontación y guerra, absurdas y obsoletas, llevadas adelante por los sectores políticos.

Son muchos años ya que como pueblo nos encontramos al pairo entre las posiciones abroqueladas y los intereses de las corrientes de la derecha y la izquierda extremas.

¿Hasta cuándo?



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