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Cambios, Espacio Laical, CAFÉ

Cuba: los vagidos de la política transnacional

En la búsqueda de una evolución de la situación política, que produzca cierta liberalización económica y política, al tiempo que garantice los privilegios de la élite gobernante

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Hace más de un mes, en la primera mitad de marzo, tuvieron lugar dos eventos relacionados con Cuba. Esto no sería noticia —eventos sobre Cuba hay todos los meses en algún punto de la geografía occidental— si no fuera porque ambos eventos estaban ligados por un mismo propósito político.

El primero tuvo lugar en La Habana bajo el ambicioso título “Fe religiosa, institucionalidad nacional y modelos sociales” y fue anunciado como un espacio para el debate de intelectuales cubanos, de la Isla y de la emigración, incluyendo una sesión abierta para todo el público.

Por la prestancia de los expositores iniciales se puede presumir que el evento contó con el apoyo de la alta jerarquía católica, y de hecho un evento como éste es un resultado de su pacto de gobernabilidad con la élite política cubana. En consecuencia, el evento ocupa ese espacio intelectual que opera como un acompañamiento crítico consentido (ACC), y refleja la intención de estas personas de ser partícipes de un proceso de cambios dentro del sistema. Una manera de ver este evento es como un esfuerzo de Espacio Laical para darle consistencia a ese espacio crítico en que el mismo se inserta. Y me parece positivo que lo haga, pues la existencia de un espacio de esta naturaleza es importante para el presente de la Isla.

La reunión de Miami fue organizada por cuatro organizaciones relacionadas con Cuba y centró su atención en las relaciones USA/Cuba y en la cuestión del bloqueo/embargo. Según los organizadores el evento reunió a cerca de un centenar de personas y por lo que podemos saber de él desde la prensa sus mayores esfuerzos se dedicaron a exigir al gobierno norteamericano el desmantelamiento del bloqueo/embargo.

Es curioso anotar que los organizadores de cada reunión se repitieron en la otra, de manera que había un hilo conductor personal. Pero más allá de ello —que pudiera pasar como una referencia anecdótica— una y otra reunión son caras de la formación de un campo político transnacional en torno a la propuesta de una transición pactada. Es decir una evolución conservadora de la situación política que vaya produciendo una cierta liberalización económica y política, que evite las disrupciones y garantice los privilegios de la élite postrevolucionaria, condición esta última que se percibe como inevitable si se aspira a un cambio positivo.

La novedad de este campo político transnacional no reside en que sea el primero. En realidad ha sido usual que las identidades políticas en la Isla se hayan replicado en la emigración, conformando alianzas que han compartido credos y metodologías. Lo que resulta nuevo es que se trata del primer campo político transnacional que puede presentarse como tal públicamente y mostrar sus credenciales a la sociedad cubana de ambas partes. Se puede argumentar que es una pena que sólo la iglesia católica pueda hacerlo —aún cuando lo haga a través de esa ventana refrescante y por momentos díscola que se llama Espacio Laical— pero no es su culpa, sino del sistema político cubano. La iglesia ganó una oportunidad, y simplemente la está aprovechando. Eso es la política.

No obstante todo lo positivo que encierra un evento como el que ha tenido lugar en La Habana, creo que estuvo marcado por una acotación que lo coloca en un dilema ético/político. Ciertamente el evento se centró en la franja de acompañantes críticos: el colectivo de la revista Temas, investigadores del Centro Juan Marinello e intelectuales sueltos que gustan retozar con las herejías. No pude identificar a ningún talibán, con lo que no perdieron nada; pero tampoco pude identificar a ningún opositor, en lo que sí perdieron mucho. Y es así en primer lugar porque en la franja opositora hay valiosos intelectuales que tienen mucho que decir sobre un futuro renovado de la sociedad cubana. Y en segundo, porque la inclusión de estas personas —como también una condena explícita a la negativa de la visa a Carmelo Mesa Lago— hubiera enviado un mensaje riesgoso pero trascendental para los difíciles tiempos que vive el país.

Por otra parte, creo que la relación transnacional enfrenta un hándicap fundamental en el carácter de las organizaciones que forman parte de este campo, y en particular la que dentro de ellas ha sido comensal predilecta de las movidas intelectuales de Espacio Laical: el grupo CAFÉ.

CAFÉ tiene un dilema más complicado que Espacio Laical, pues al operar como parte de la emigración, está obligada a abstenerse de todo intento de opinar o incidir en la política interna cubana —ese es el precio que el gobierno cubano impone a sus interlocutores “patriotas y respetuosos” de la emigración— e incluso de criticar seriamente las abusivas políticas migratorias del gobierno cubano. En consecuencia, si CAFÉ, o cualquier otro grupo de emigrados, quiere acortar distancia del gobierno cubano, está obligado a focalizar su arsenal crítico hacia las políticas norteamericanas y omitir el lado cubano.

Y es lo que hace CAFÉ, y por eso esta organización difícilmente podrá conseguir un espacio en la comunidad cubana emigrada: nació para ser parte del problema, y no de la solución. Y por ello CAFÉ puede resultar un buen comodín para las jugadas inmediatas de la iglesia, pero a largo plazo solo aporta más dificultades que ventajas.

Este desbalance de oportunidades se puso en evidencia en la alta calidad de los participantes en el evento de La Habana, contra la parquedad del cónclave miamense donde las ausencias fueron más notables que las participaciones. Y siempre llama la atención que la prensa oficial y oficiosa cubana guardó un silencio sospechoso respecto al evento que tenía lugar en la capital cubana; mientras que saludó alborozada al que tenía lugar en Miami. Cosas de los tiempos.


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