Actualizado: 17/04/2024 23:20
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Sociedad

Del hombre nuevo al jinetero postcomunista

Al jinetero cubano poscomunista, habituado a vivir de la gozadera y a “resolver”, habituado a ejercer una actividad parasitaria, le resultará extraordinariamente difícil la integración a una nueva sociedad basada en las libertades.

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Cuba siempre ha sido una isla impúdica y hedonista, al decir del historiador y ensayista Rafael Rojas. Desde los tiempos de la conquista y la colonización americanas la Isla asumió la función de proveedora del sistema de flotas metropolitano que con base en Sevilla partía hacia tierra firme continental. De este modo desempeñó un papel muy importante en el proceso de acumulación capitalista en Occidente, contribución que, a partir del siglo XIX, se acrecentó con el apogeo del sistema de plantación. Las tripulaciones de aquella flota que fondeaba en el puerto habanero dos veces al año demandaban, además de vituallas para seguir viaje hacia Europa o América, diversión, ocio, cachondeo, o sea, una vía de escape para la marinería, fatigada por largos meses de navegación, el escorbuto y la carencia de compañía femenina. Podría decirse que desde entonces se fue fraguando entre los isleños una manera de pertenencia a esa cultura marinera y húmeda; relajada y carnal: sensual, la cual, los propios peninsulares, pese a su catolicismo inquisidor, asimilaron encantados, aplatanándose rápidamente. Tal y como expresó Antonio Benítez Rojo, “el Caribe es el reino natural e impredecible de las corrientes marinas, de las ondas, de los pliegues y repliegues, de la fluidez y las sinuosidades”. La Isla fue concebida finalmente por los extranjeros en general como un lugar mágico donde todo puede suceder, donde se acuestan dos y se levantan tres; un lugar de tránsito, de enriquecimiento veloz y de placer sin límites.

Este signo distintivo del pueblo cubano abarca a todos sus pobladores, sin distinción de género o raza. Es algo consustancial a la cubanidad y que funciona tanto dentro de los límites insulares, como en el exilio miamense, mexicano, español o canadiense, pues el emigrado cubano acarrea su “jolongo” cultural doquiera que va. Sin embargo, un país de cultura básicamente hispano-africana concibe al hombre como dueño y señor supremo, mientras que la mujer debe cumplir todas las tareas domésticas, así como atender al marido, a los niños, enfermos y ancianos de la familia, además de ser su sumisa servidora y siempre disponible objeto sexual. Por tanto, el liderazgo en la seducción y las artes amatorias es atributo exclusivo del hombre. Prácticas semejantes, realizada por cualquier mujer –al menos antes de la crisis de los noventa– se consideraba una falta grave y concitaba el repudio de la sociedad en pleno.

Pensadores tan idolatrados por generaciones de cubanos como el Héroe Nacional José Martí sufrió serias contrariedades durante su estancia en los Estados Unidos debido al relativo nivel de emancipación que para la fecha ostentaba ya la mujer norteamericana con respecto a la latinoamericana: “¿pero dónde está la casta franqueza, la sabrosa languidez, las cariñosas miradas, la tierna dulzura y la suave gracia de nuestras mujeres del sur?”. Martí no podo ocultar su desajuste funcional con respecto a ese tipo de mujer moderna que percibió fría, calculadora, independiente; demasiado viril. Quizás, al sufrir esta suerte de desarraigo, el cubano, para quien el tema de las mujeres representó un conflicto permanente, llego a expresar en un rapto de frustrado machismo caribeño: “Y tantas cosas buenas como pueden hacerse en la vida. Ah! Pero tenemos estómago y ese otro estómago que cuelga y que suele tener hambres terribles”.

Sin embargo, durante la dictadura castrista los atributos del homo-cubensis, el macho caribeño, se han potenciado en grado superlativo, traspasando los contornos acuosos de la Isla para proyectarse a escala global como mito plenamente aceptado por las sociedades de occidente. Valdría la pena preguntarse ¿por qué?

Las razones se hallan en causas de origen económico y moral, así como educativo y cultural. La colectivización de corte estalinista a que fue sometida la sociedad cubana supuso la reducción drástica de las libertades individuales, la disolución de la familia tradicional y de todos los valores que la sustentaban incluyendo la religión. Tras su llegada a La Habana, los barbudos abdicaron del catolicismo y bajaron a todos los santos del altar colocando en él a la Revolución, considerada entonces como ícono supremo del sacrificio por la patria. Todo el acervo de usos, costumbres y hábitos muy enraizados en la ética pública insular, así como ciertas normas morales tácitas, fueron erosionadas por la feroz embestida del ateísmo estatal –Cuba tiene la más alta tasa de divorcios del mundo: 70 divorcios por cada 100 matrimonios–. Aquel basamento ético, sustentado en el catolicismo, al menos desde el punto de vista formal, representaba una suerte de código de moralidad mínima cumplimentado por la mayoría de los machos tropicales quienes solían atenerse tácitamente a sus postulados.

Quiere esto decir que más allá de la existencia en la sociedad capitalista cubana de hombres bígamos encubiertos, quienes sustentaban muchas veces dos y más familias simultáneas, además de ligues ocasionales, aquellos individuos, por regla general, guardaban un comportamiento de moralidad aparente de cara a la sociedad. El propio padre del dictador Castro fue un ejemplo elocuente de esta práctica que ocurría lo mismo en las zonas rurales que en las urbanas.

Otro de los elementos que contribuyó a perfilar el “nuevo hombre machista-leninista” y que consiguió dar el tiro de gracia a los remanentes de moralidad, legado de la Cuba republicana, fue la institucionalización, a partir de 1971, del sistema de la Escuela en el Campo para los adolescentes de 12 a 18 años de edad. En cualquiera de estas escuelas convivían aproximadamente 600 varones y chicas, su ubicación normalmente era en sitios de difícil acceso, por lo cual a veces se pasaban semanas sin ir a sus hogares. En jóvenes en plena explosión hormonal y con profesores que muchas veces no superaban demasiado la edad de sus educandos, el libertinaje sexual –amor libre se le llamó– no se hizo esperar, con su secuela de abortos, embarazos indeseados y madres adolescentes, aumento de las enfermedades de transmisión sexual y maestros sancionados, entre otras. En una sociedad donde casi todo estaba prohibido y en medio de una sabana aislada de la civilización, entre jóvenes adolescentes, no resultaba extraño que ocurrieran tales excesos liderados por los propios profesores y los estudiantes varones. Estos últimos, aunque preñaran, no eran expulsados de las escuelas, a diferencia de sus parejas ocasionales.

Quizás el factor más importante que acabó de cuajar el macabro experimento de crear una nueva especie de hombre fue la acelerada desvalorización de la cultura del trabajo en toda la sociedad. El “ancien cuban male”, al margen de su implicación inveterada y sistemática con más de una falda e incluso con más de una familia, fue educado en valores que le asignaban al trabajo, al aprendizaje de un oficio, o a alguna habilidad laboral, una importancia capital por el hecho de que constituía, si no el único medio, el más socorrido para ganarse la vida con honradez. De tal suerte, aquellos Don Juanes, más allá de sus aventuras amorosas e incluso de ser padres de hijos tenidos con diferentes mujeres, solían adjudicarle a su empleo una importancia fundamental pues era a fin de cuentas la fuente de ingresos que les permitía cubrir los gastos que demandaba su incesante vida promiscua en un país donde aún la mujer no se había incorporado mayoritariamente al mundo laboral.

Sin embargo, al nuevo hombre guevarista-castrista se le privaron de los medios e instrumentos de trabajo para su sustento, que pasaron a ser propiedad del Estado omnipotente y redentor. Ya no se trataba de formar hombres libres capaces de ganarse la vida honradamente mediante el despliegue de sus iniciativas y capacidades en pos de su beneficio personal y el bien común, sino de crear un nuevo individuo obediente, sin ambiciones personales y subordinado a los intereses de la colectividad. Hasta el desmembramiento de la Unión Soviética en 1991, el poder cubano, gracias al monumental subsidio soviético, sostuvo a flote a la indigente economía cubana, haciendo como que le pagaba a sus “obreros, campesinos y trabajadores intelectuales”, mientras estos hacían como que trabajaban. La situación daría un giro de 180º durante la crisis de los 90, cuando aquel Estado todopoderoso tuvo que abstenerse de dar lo que podía pues cada vez disponía de menos recursos. De esta forma sus súbditos, privados una vez más de la libertad de echar a andar un pequeño negocio –el impulso liberalizador fue frenado a partir de 1996– con el cual eludir la crisis y levantar sus economías personales, tuvo que buscarse la vida como mejor podía y he aquí que muchos jóvenes se vieron impelidos a prostituirse.

Así, el pene cubensis –hacemos abstracción deliberada aquí del comportamiento de este fenómeno en las jóvenes cubanas– pasó de ser un instrumento concebido por los nuevos mambises del siglo XXI, como signo inequívoco de virilidad masculina y vehículo para proporcionar placer a la mujer cubana, en herramienta de trabajo fundamental; una suerte de llave de los truenos capaz de resolverlo todo, de conseguir “fulas” y otros bienes y favores con que sobrevivir, incluso a la hora de emigrar a tierras lejanas.

Tales conductas, asumidas y toleradas de un modo u otro a nivel macro-social, incluso por el mismísimo poder, sirvieron de fuente de inspiración a despabilados cronistas musicales como David Calzado quien, con su famoso tema “El Temba”, reflejó mejor que cualquier estudio sociológico la necesidad de los jóvenes de los 90 de entablar relaciones intimas basadas no ya en el amor o el deseo, sino en la imperiosa necesidad de supervivencia que agobiaba a los cubanos. El estribillo de la timba aconsejaba a la novia de un cubano “…búscate un temba que te mantenga pa’que tu goces pa’que tu tengas”. El texto del tema no tiene desperdicio y algunas de sus partes merece ser reproducido: “que es eso de matrimonio yo solamente puedo ser tu novio, tu novio… te quiero conformar pero tu quieres ser mi esposa… Con qué te voy a dar lo que tú quieres conquistar si es imposible darte lo que pides… Búscate un temba que te cuide día y noche hasta que te compre un coche… Así que te mantenga, te suministre lo que no tengas y que te llene de prendas, pa’que te ponga una buena vivienda”…

O sea, el hombre cubano poscomunista, condenado por su propio gobierno a carecer de los medios económicos legales que le permitirían ganarse la vida decentemente y gozar de un cierto estándar de riqueza material junto a su futura esposa, le propone a su novia perpetua que se prostituya con un hombre mayor –la letra en ningún momento alude a que sea un extranjero, aunque se sobreentiende–, pero solvente y en condiciones de darle una vida con bienestar. Aunque no aparece explícitamente, se deduce que él, por su parte, se reserva el derecho de hacer otro tanto con las turistas extranjeras, o sea, en resumen: que su novia por un lado y aquellas por otro, lo mantendrían. Una, además de “mojarlo” con lo que saca de su jineteo, lo ama con la lujuria y la entrega pasional a la que está acostumbrado, mientras que la otra lo surte materialmente, llegando quizás hasta rescatarlo de aquella prisión insular para devolverlo a la vida en libertad en cualquier sociedad de occidente. Cuba, a partir del derrumbe del socialismo real, modificó su perfil político como exportadora de revoluciones para convertirse en una potencia sexual de rango internacional en los albores de la globalización.

Debemos convenir que, en materia de comercio sexual, la degradación y la decadencia acompañan tanto al ofertante como al demandante. Asimismo, en todas las latitudes y en todas las épocas históricas han existido y existirán chulos, proxenetas, gigolós y cualquier calificativo que quiera adjudicárseles a los hombres que se consagran a este innoble quehacer. Sin embargo, cuando estos comportamientos se masifican, deviniendo medio de vida de una cantidad cada vez mayor de hombres jóvenes que no pueden ganarse la vida decorosamente y que su única posesión es el cuerpo que habitan, representa un inequívoco indicador del grado de descomposición moral de la sociedad en que viven. Curiosamente, el “apareamiento” ocasional con la extranjera, que conserva en la Isla los derechos que le asisten “por denominación de origen”, obra el milagro de trasladar por ósmosis parte de aquellos al “pinguero” cubano, al menos mientras éste la acompaña.

El Estado cubano niega a su pueblo el ejercicio de derechos civiles, políticos y económicos, tales como realizar por cuenta propia ciertos oficios y profesiones, impidiendo así el despliegue de la libre iniciativa económica. Frente a este drama cotidiano que frena el desarrollo de la creatividad personal y coarta la libertad, la población se enajena, encontrando en el sexo y la promiscuidad la única vía de escape a una situación social en avanzado estado de descomposición. Tal comportamiento, en no pocos casos, le asegura además una mínima supervivencia frente a la crisis económica permanente.

La economía cubana tiene un marcado carácter parasitario; sin subsidios es incapaz de sobrevivir, o sea, sin el ahorro externo generado en las mismas sociedades cuyos valores desprecia y considera moralmente inferiores y he aquí que manadas de turistas occidentales acuden al Parque Jurásico Castrista a “purgar sus pecados como criaturas consumistas”. Una forma típica de redimirse de esos pecados en el paraíso del sexo y la desinhibición es ligándose un joven cubano que vive de la prostitución, pues no tiene otro horizonte de realización en esa sociedad. Éste, luego de proporcionales placer y lujuria ilimitadas a las “yumas” es recompensado de inmediato y a veces premiado con remesas mensuales las cuales no pocas veces devienen matrimonios de conveniencia.

Existe consenso de que un elevado por ciento de los jóvenes que se consagran a esta actividad son negros o mulatos. La implicación negra en la prostitución se explica por la situación de marginación extrema que soporta este sector de la población y también por los propios tópicos racializados de sexualidad de las turistas que contemplan al negro o al mulato como objetos sexuales perfectos por el “primitivismo” de sus instintos. A tal punto ha llegado esta situación que el fenómeno del jineterismo se ha convertido en un componente básico para definir y marginar aún más a la población negra y mestiza.

Tal situación expresa la podredumbre de un régimen que, paradójicamente, desde que accedió al poder consideró cualquier forma de prostitución como una lacra social a erradicar. No obstante, el propio dictador, quien tiene por cónyuge a una esposa reclusa a la cual en escasas ocasiones y sólo en época muy reciente se le ha visto en público, se ufanó abiertamente de que las prostitutas cubanas poseen un nivel de instrucción universitario, mientras el Ministerio de Turismo publicita a Cuba como un nirvana de pasión y amor caribeños. La frustración de los jóvenes cubanos va en aumento, lo cual hace que emigren no por estrictas razones económicas, como sucede en el Tercer Mundo, sino por la falta de libertad que sufren para encauzar sus vidas de manera independiente, pues el régimen les impide concretar sus capacidades y creatividad en pro de su progreso y bienestar personal. Está claro que ningún otro gobierno del mundo, salvo Corea del Norte, es dueño de prácticamente el 100% del tejido económico y, por tanto, responsable único de las condiciones de vida de sus ciudadanos. La carencia de libertades y la coacción ideológica que ejerce el régimen, demandando adhesión incondicional imperecedera, terminan por distorsionar gravemente los comportamientos sociales que encuentran en la mentira, la simulación y la doble moral el único reducto donde escapar de la opresión política.

El más grave problema que se deriva de esta situación se afrontará durante la ardua etapa de reconstrucción económica y el complejo proceso de reconciliación nacional, pues el crecimiento del producto interior bruto debe sustentarse no solamente en un capital humano cualificado, sino además en valores de responsabilidad, orden, cultura del trabajo, capacidad de acción colectiva, ahorro y civismo que constituyen la base de la libertad y la prosperidad. La libertad y la economía de mercado necesitan reglas y controles impuestos por la sociedad que se beneficia de sus ventajas. Empero, al jinetero cubano poscomunista, habituado a vivir de la gozadera y a “resolver” lo más inmediato para sobrevivir un día más, fogueado en las lides del jineteo urbano y habituado a ejercer una actividad ciertamente parasitaria, le resultará extraordinariamente difícil la integración a una nueva sociedad basada en las libertades, así como en determinados deberes y responsabilidades ciudadanas. Sin duda, este es uno de los más grandes desafíos que enfrentará la Cuba del mañana.


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