Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crónicas

Del incierto futuro

¿Quién va a salvar la Revolución si nadie quiere ser joven comunista?

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La juventud es cada vez más indolente. No hace tanto llegó una dirigente "de base" a una escuela de becados, y preguntó en un aula: "¿Aquí quién quiere pertenecer a la Juventud?".

 

La dirigente hablaba de la Juventud Comunista, de la gloriosa Juventud Comunista, y lo preguntaba así, con la naturalidad de quien estuviera hablando de un pantalón viejo, de un trapo que se le daría al primero que levantara la mano. Así: "¿Aquí quién quiere pertenecer a la Juventud?".

 

Lo curioso es que en aquella aula de becados sólo cuatro alumnos levantaron la mano, y no de golpe. Lo hizo uno primero, después otro, y luego, con desgano también, dos más.

 

"Hay campismo, casas en la playa, vales para discotecas, para comer en los restaurantes", les decía la dirigente, y así les fue enumerando algunas de las ventajas materiales de pertenecer a la Juventud.

 

"¿Nadie más?". Entonces otro alumno, el quinto, en aquella aula de treinta, levantó la mano.

 

En otro tiempo, eso no era así. En aquellos días heroicos, tiempos cuando los cubanos nos pasábamos la vida esperando que llegaran los americanos —que por fin, los muy pendejos, no se atrevieron a venir—, llegar a tener el carné de la Juventud en tu bolsillo era como salir con Jasón en busca del Vellocino de Oro, y regresar con él a cuestas.

 

Entonces se hacían asambleas de ejemplares en el aula, te proponían, y si la mayoría de tus condiscípulos te elegía, comenzaban a "procesarte". Un dúo hacía la investigación de tu pasado en la escuela primaria, en el barrio, investigaba a tus padres. Y si pasabas el proceso, entonces: "¡Bienvenido a la Juventud, futuro cuadro del Partido!".

 

Desde luego, quien llegaba a la Juventud, a menos que después se le ablandaran las piernas, seguía para el Partido al tener la edad requerida, a "convertirse en persona".

 

Entonces, el proceso de captación del joven, me seguía diciendo aquel comunista añorante, era tan exigente, que su esposa no había logrado pasarlo en la primera oportunidad, a pesar de ser revolucionaria de cepa.

 

¿Por qué? Porque, ocupada en otras tareas de la revolución, como preparar clases para asignaturas de las cuales era monitora, se le pasó en unos meses entrar en el CDR. Cumplía en mayo los catorce años, y no entró hasta septiembre.

 

Pero, bueno, concluía el añorante, ¿qué podría esperarse de esta juventud de hoy, que ha visto a su padres devolver el carné del Partido en un por ciento vergonzoso?

 

Él mismo tenía tres hijos, que fueron jóvenes comunistas y luego militantes del Partido. Hoy viven en Nueva York uno, en España el otro, y en México la hembra —casada con un hombre que ni le gusta.

 

Cuba así, por lo que me decía, se había quedado sin futuro.


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