Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Relevo, Generaciones, Sociedad

El Abuelo Paco y el conflicto generacional cubano

¿Quiénes son esos “jóvenes” de cincuenta y sesenta años, llamados a ser el relevo histórico?

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Aunque sepas que no/dile que sí
si lo contradices/peor para ti.
El Abuelo Paco. Pedro Luis Ferrer.

El conflicto entre padres e hijos es parte de la vida y del desarrollo humano. Y es inevitable por al menos dos razones: un hijo nunca crece más allá de la altura del corazón de un padre; un padre no puede caminar sobre los pies de su hijo. Pero necesitarán desprenderse por el bien de los dos, y ahí está el conflicto esbozado. La sencilla sabiduría de los animales consiste, precisamente, en evitar la prolongación y profundización de tal dilema: llegada la hora de volar del nido con alas propias, no hay padres que interfieran. Aquellas criaturas desprovistas de medios propios, o padres que prolongan el nido por intereses mezquinos, egoístas, ponen en peligro a la prole y a ellos mismos.

Con todas las luces y sombras que pueden endilgársele, la sociedad democrática y de mercado funciona en ese sentido con mucha mayor naturalidad que los regímenes totalitarios. En estos últimos, la familia reproduce al interior de su funcionamiento y organización el patrón del macrosistema totalizante: liderazgo fuerte e infalible, límites rígidos entre el liderazgo y el resto de los miembros, excesiva centralización de las decisiones, y proveedor único —en este caso, el Estado Benefactor o “Estado Papá”, como lo llamó con sorna algún dirigente criollo.

En cambio, la sociedad de mercado necesita una familia lo suficientemente flexible para que pueda haber intercambio de roles —según el trabajo, y según la necesidad—, los líderes pueden y deben aceptar su propia obsolescencia, y dar paso al desprendimiento de los hijos, que comienza temprano; las decisiones no se basan en proveedores únicos, sino en consensos y oportunidades. Con esas reglas, la familia en una sociedad democrática funciona y va hacia adelante.

Es necesario aclarar que la familia postmoderna occidental está cambiando aceleradamente, y aunque mantiene alguno de estos rasgos, hoy los “pichones” permanecen más tiempo en el nido. Eso se debe, entre muchos factores, a los altos niveles de paro laboral entre los chicos, y también a cierta flojedad de los padres, sobre todo latinos, acostumbrados al atestamiento nidal y a la sobreprotección mutiladora.

Al hacer inferencia, salvando las distancias, de la familia cubana a la sociedad toda, y teniendo como mapa analítico esas realidades socio-psicológicas, se puede comprender el daño que han sufrido y sufrirán las generaciones futuras de la Isla. Lo de menos es la destrucción de todos los bienes materiales, incluyendo mares, montañas, ríos, infraestructura, industria e inmuebles. Una fuerte inversión de capitales pudiera revertir los daños en breve tiempo. El problema son las personas, y no todas, sino aquellas sobre quienes recaiga la reconstrucción de un país en ruinas, más morales que económicas, más espirituales que materiales.

La generación que se despide, biológicamente hablando, ha estado al mando por sesenta años. En todo ese tiempo, la llamada “política de cuadros” quizás haya funcionado en las Fuerzas Armadas y los organismos represivos por razones de su propia estructura de mando vertical, escalonado. No ha sucedido así en la sociedad civil. La mayoría de los “mayimbes” —los de la Sierra, los duros—, siguen y seguirán cayéndose pa’rriba mientras amanezcan: una empresita mixta por acá, una embajada por allá, un plancito de recría por acullá. Solo los llamados talibanes de la gran estafa llamada Batalla de Ideas han desaparecido sin que nadie sepa dónde han ido a batallar y con qué ideas se han quedado.

En ese lapso, no breve, de seis décadas, los históricos han acabado con la quinta y con los mangos sin una rectificación seria, a fondo, de sus errores y desmesuras. Con asombro vemos como aún insisten, una y otra vez, en el mismo discurso vacío, de promesas y futuro que nunca llega; son artífices en mover la línea del horizonte más allá, donde nadie pueda alcanzarla, aunque camine toda la vida hacia ella. La sobreprotección en el Estado Benefactor en realidad funciona como autoprotección; ser “Estado Papá” es la forma de preservar el poder con egoísmo, impidiendo el cambio natural; regulando, mutilando y uniformando la “masa” para lograr un “Pueblo Bonsái”, aquel que nunca crece.

Sin embargo, y es imprescindible decirlo, esa generación de abuelos nonagenarios que se resisten a ceder el poder real, viene de una cultura y una sociedad diferentes; por muy vándalos y destructores que hayan sido, lo cual no los exime de culpas, saben bien donde estaba la decencia y la indecencia, lo moral e inmoral, la rebeldía revolucionaria, y la acomodación reaccionaria. Ellos conocen el valor del trabajo y llevar, desde adolescentes, cuatro pesos a la casa; saben, aunque no sean cristianos, de sus valores humanos, redentores, en nuestra cultura e idiosincrasia y del respeto debido a las creencias ajenas; están al tanto de la cultura, aunque no les interese, porque en otra época, aunque pobres, oyeron hablar, cantar y brillar a muchos de los que hoy, ellos mismos, han borrado de los catálogos y las disqueras.

Al haber ejercido el poder omnímodo por seis décadas interrumpidas —y todavía quitan y ponen primeros secretarios del Partido, ministros, embajadores—, han cercenado una gran parte de humanidad y decencia a los nuevos escuderos del Canelato. ¿Quiénes son esos “jóvenes” de cincuenta y sesenta años, llamados a ser el relevo histórico? ¿Quiénes son los requeridos a continuar la obra revolucionaria cuyo mundo se reduce, tristemente, a la circunstancia del agua por todas partes? Son “cuadros” formados en una cultura de contra-valores, anti-democráticos y poco espirituales, provienen de familias rotas, adoctrinados e instruidos, no educados, en becas y unidades militares, y quizás golpeados por desgarradoras misiones de combate y de servicios en medio planeta.

Hablan un lenguaje diferente, porque así es su pensamiento lineal, sencillo, procaz: lo que dice el jefe es ley, y quien hace la ley, no hace trampa; la cultura es defender la Revolución, lo demás es propaganda enemiga; la verdad es para decirla en tiempo y forma —nunca aparece el tiempo y menos la forma; ¿elecciones, para qué?; los dirigentes no los puede escoger la “masa”, para eso está el Partido, vanguardia de la sociedad; otro partido sería el partido de la contrarrevolución; la religión y los religiosos son contrarrevolucionarios tapiñados; el mundo es capitalista, el capitalismo es malo, entonces —silogismo insular— Cuba es el único país que va por el camino correcto; el Imperialismo yanqui quiere apoderarse de Isla para explotar sus recursos (¿de marabusales o los museables?); Miami es una madriguera de ladrones y de vende patrias. Paredón. Paredón con ellos… (Frases tomadas, casi literales, de los comentarios a los artículos que publica el Órgano Oficial)

Si como afirma el precepto marxista, el lenguaje es el envoltorio material del pensamiento, y de este a las decisiones y las acciones hay un solo paso, podemos comprender lo que sucede en la Isla: no pasa nada o muy poco, que no es lo mismo, pero es igual, según el poeta de Ariguanabo.

Nunca nada mejor para comprender el conflicto que tendrá por delante la nación cubana, como un buen chiste o una canción bien humorada, como El Abuelo Paco, de Pedro Luis Ferrer. Tal vez esa fue la tapa al pomo para enviar al cantautor a su gira eterna por nuestros patios, azoteas y solares de La Habana, como el mismo refiere. Dice así el poeta en una parte: Abuelo hizo esta casa/y aunque todos la vivimos/con la suerte que conlleva/cuidarla en el sacrificio/para mover un alpiste/hay que pedirle permiso/si abuelo no está de acuerdo/nadie cambia el edificio.

Ojalá exista un ala disidente del Canelato que sobreviva a la última purga, y conociendo sus propias limitaciones culturales, ideológicas y espirituales, haga realidad estas otras estrofas de El Abuelo Paco: por eso es que el familión/viene poquito a poquito/aprovechando las grietas/de las paredes y el piso/y con la restauración/va cediendo el desatino.


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