Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Capitolio, Socialismo, Economía

El camino más largo

Poco importa pues, que el régimen se mude de casa, o que un listo diga que la economía hay que planificarla de abajo pa’ arriba

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Seguir un sólo camino es retroceder.
Igor Stravinski

Detrás de un buró, escoltado por un anciano casi nonagenario, segundo secretario del Partido, y por el también en edad jubilar presidente de la Asamblea Nacional, un grupo de ministros —unos se rascan la cabeza, otros disimulan el sueño y el tedio al oír las mismas cosas por sesenta años— el presidente escogido por el Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel, es incapaz de cambiar el discurso de sus antecesores: más producciones nacionales, menos importaciones, ahorro, eficiencia y control de los recursos. Cree o quiere hacer creer a los “escamados” dirigentes que será fácil dejar de importar yuca de Costa Rica, ahorrar combustibles en las piqueras ministeriales, que la gente trabaje como si le pagaran, evitar que el pueblo “resuelva”, socio-listamente, según su necesidad y según su trabajo.

Hace pocos días, de la misma manera, detrás de un buró, Alejandro Gil, ministro de Economía y Planificación —esta vez frente a los delegados al XXI Congreso de la única organización sindical cubana, la CTC— trataba de diferenciarse hablando de incorporar inversiones y sustituir importaciones que no estuvieran en el plan: “hemos estado defendiendo la tesis que el plan es flexible porque no debemos dejar de hacer nada que le incorpore eficiencia a la economía con el argumento de que no estaba en el plan. Esto incluye inversiones a corto plazo y sustitución de importaciones” (Cubadebate, 20 de abril de 2019).

Alejandro, poderoso más no conquistador, sí incorporó al gastado arsenal persuasivo castrista la locución “encadenamiento productivo”. Pero incapaz de explicar cómo se come eso de cadenas y de producción a quienes deberían defender el estómago de millones de trabajadores, y como si fuera el carnicero de la esquina, Gil dedica varios minutos de su intervención a explicar por qué faltan el pollo y los huevos en las casillas seis décadas después. Alejandro, que no es gilberto, sabe que es uno de los tantos sentados en la poltrona giratoria; como en la película argentina El Lado Oscuro del Corazón, bastará accionar una palanquita, y pasará a vestir de franela aterciopelada; mientras, un jerarca gritará durante su caída al abismo de la invisibilidad social: “no soporto los hombres que no saben mandar”.

Aunque aparentemente una cosa no tiene que ver con la otra, por estos mismos días se ha aprobado la Ley Electoral. Lo interesante no es la ley en sí, porque a un grupo de futurólogos no les hace falta; ellos saben antes de colocar las papeletas en las urnas quién será el delegado, el presidente de la Asamblea, incluso el de la república. Lo curioso es que llevaban casi una década rehabilitando el Capitolio Nacional, y una vez concluido, resulta que no hay sillas pa’ tanta gente. Ergo: hay que reducir la cantidad de delegados a la Asamblea, tarea relativamente fácil si sabemos que ciertos escogidos apenas han pisado el municipio que representan.

De ese modo, y como es habitual, las leyes —mejor dicho, los decretos-leyes— se acomodan a los hechos, y no al revés; o sea, son hechos-leyes por decreto; no hay ley que aguante cien años ni Partido Comunista que la resista. Estos tres escenarios, en apariencia, separados e inconexos, nos hablan de una aceleración de la crisis económico-social del régimen, y sobre todo de un escenario internacional complicado, no solo por el embargo que, es justo decirlo, atora la rápida digestión de inversiones y capital fresco. El régimen que hasta hace poco pasaba por víctima, revolución autóctona, país soñado, está siendo leído, por primera vez, como el principal operador político y militar del impresentable régimen bolivariano.

Resulta difícil para las cancillerías europeas y latinoamericanas admitir que Maduro y sus secuaces son unos impostores y al mismo tiempo aceptar que en La Habana hay un coro de ángeles que solo aspiran a que el Diablo Imperialista los deje volar. Si bien para el Canelato Cubazuela es una alianza económica de supervivencia, en lo político y lo internacional ha hecho y hará un daño irreversible al discurso de victimización que tantos réditos ha dado al régimen cubano por sesenta años. Por si fuera poco, el Palacio de la Revolución y el Órgano Oficial están situados, sin disimulo y como nunca antes, al lado de dos parias mundiales; ahora la Corea comunista y Persia islámica, regidos por el terrorismo interno y externo, son nuestros hermanos solidarios.

Así que algunos inteligentes compatriotas —cada día abundan menos, porque se van o los van—, han pensado en lavar la cara política, y descentralizar la economía de hacienda colonial, aquella en la cual el amo, desde la ventana —ahora, un buró—, dice al mayoral qué campo y que cantidad de caña hay que tumbar en la faena. Esa muda de palacios legislativos, de Siboney a Centro Habana, no hará más democrática la República. Pero tal vez engañe a quienes deseen ser engañados. Los futuros inversores en la Isla, amparados por la modificación de la Ley de Inversiones de 2018, ahora podrán retratarse con aquellos daguerrotipos de museo; a sus espaldas, literal y simbólicamente, tendrán el Capitolio Nacional.

Mientras se aviva el debate en Estados Unidos, y en estas páginas en particular sobre el socialismo, la frase de que ese es el camino más largo del capitalismo al capitalismo adquiere significado axiomático. El socialismo es, ni más ni menos, el paso de la propiedad privada a manos de la propiedad social, y nunca se sabe quién es el social. El socialismo es un reciclaje moderno, atemperado, de la sociedad feudal, con sus castas y sus siervos de la gleba. El socialismo, para que sobreviva, no puede desprenderse ni del capital ni de la iniciativa individual; la decisión y billete coinciden en el mismo bolsillo. El socialismo es irreconciliable con el mercado, y los valores —y también los problemas—, que genera la libre competencia humana necesitan, por supuesto, de leyes y contrapesos consensuados.

Poco importa pues, que el régimen se mude de casa, o que un listo diga que la economía hay que planificarla de abajo pa’ arriba. Menos aún que el presidente designado hable lo mismo en una bodega que en un museo de arte rupestre, y se dé “un baño de pueblo” —frasecilla pedestre. El socialismo es un enorme buró que termina confinando a sus líderes a un reducido espacio de delirantes promesas; una retórica vacía y repetitiva, sin asideros con la siempre tristísima realidad. Alguien tan sabio como tan categórico, sir Winston Churchill, lo dijo de un modo más concluyente: “El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes. La virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de la miseria”.


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