Prensa, La denuncia de hoy, Venezuela
El diario castrista “Juventud Rebelde” y los sucesos en Venezuela
¿Alguien podría calcular cuánto ha costado, durante más de medio siglo, la tinta consumida editando más de una veintena de periódicos que dicen lo mismo?
Me atrevo a asegurar que si el comunismo castrista, desde la medicina hasta la educación gratuita, tuvo alguna consecución o avance, fueron victorias pírricas. Por ejemplo, nunca nadie podrá calcular cuántos miles de millones de pesos o dólares o euros o lo que fuese costó echar adelante durante lustros solo una de aquellas cadenas de “granjas del pueblo” que no demoraron mucho en declararse improductivas, y que se tragaban con suma puntualidad y constancia decenas de camiones soviéticos de carga, piquetes de tractores también soviéticos e italianos, océanos de gasolina y montañas de fertilizantes para, como decía, acaso alguna vez llevar par de plátanos a la mesa de los ciudadanos, incluidos aquellos que iban a realizar el extenuante “trabajo productivo voluntario” en los campos. Nunca se sabrá esta cifra ni tantas y tantas otras supermillonarias que han sido despilfarradas —inútilmente, valga la casi redundancia— por el castrismo debido a una economía sin control, al voluntarismo de Fidel Castro, su afán enfermizo por probar y probar una y otra vez con los cubanos como si estos fueran sus ratones de laboratorio esclavos. Nunca hubo información fehaciente a la población sobre el presupuesto nacional, acerca del origen de las “gratuidades”, que según aquel mi amigo músico, el negro Rigo, “no queda claro si son de verdad gratuitas”. Lo entrecomillado fue la observación que le dejó saber el buen Rigo a una de las profesoras de Instrucción Revolucionaria, después de, con tanta sinceridad, argumentarle que una botella de ron tenía un costo de $1,90 pero él debía comprarla en $20,00 y una cajetilla de cigarros $0,20 pero él debía entregar $1,60 por ella. ¿Qué se hacía ese sobreprecio que le cobraban a él y los demás? ¿No se pagaba acaso la educación, los círculos infantiles y las escuelas y tantas otras cosas con este sobreprecio? Esta fue la última candorosa observación y el último argumento del negro Rigo en aquella escuela; se tuvo que ir con su música, su contrabajo, a otra parte.
A mi amigo músico le habían enseñado también en aquel curso que la prensa del capitalismo debía ser definida como “medios de difusión masivos”, no de “comunicación”, porque no “comunicaban”, solamente “difundían”, y casi siempre patrañas burguesas. “Medios de comunicación” eran los del socialismo, del socialismo cubano en este caso, porque estos sí “comunicaban”. Rigo nunca lo creyó, él, por el contrario, pensaba que lo antes dicho sobre “comunicación” y “difusión”, estaba planteado al revés por la profesora. Él había vivido parte del capitalismo en Cuba y lo suficiente del comunismo castrista como para saber diferenciar, me dijo. El Rigo era músico de oído, buscavidas casi; no había asistido a conservatorio alguno, no era graduado del Instituto Superior de Arte, no era un pianista sinfónico, nunca se había parado frente a una filarmónica, ni siquiera ante un atril, pero: “No soy verraco, mi socio, yo no me voy con esa finta”, me diría al terminar lo que antes he relatado.
El Rigo tenía buenas razones, ya lo sabemos. Y entonces surge otra pregunta en cuanto al “gasto presupuestal”: ¿alguien podría calcular cuánto ha costado, durante más de medio siglo, la tinta consumida editando más de una veintena de periódicos que dicen lo mismo, que mienten con el mismo estilo, que están concebidos por la dictadura para servirle a ella misma? Nadie podría dar la cifra correcta, solo que son billones y billones de dólares que han salido, precisamente, del cuero de los cubanos; y que hoy siguen saliendo con el mismo propósito y del mismo sitio, incluido el cuero de los exilados que envían sus remesas. Dije tinta. Pero ¿y el montonal de edificios, las legiones de empleados administrativos, las cuadrillas de material rodante, las interminables cajas chicas para viáticos, cuánto han sumado, cuanto suman, sumarán en medio siglo? Y las nóminas... esas tristes nóminas, tristes porque dan pudor ajeno, donde aparecen los articulistas, columnistas, escribientes más privilegiados del planeta: no tienen réplica..., redactan, reportan sabedores de que nadie en la Isla habrá de alegarles..., no hay otros, solamente son ellos diciéndose entre ellos y al “pueblo”, que con sus esfuerzos y carencias salda sus nóminas, las mismas falsedades. Es triste, muy triste, creo que más triste que indignante, comprobar que aquellos periodistas, aquellos seres se amen tan poco a sí mismos, tengan de sí mismos una opinión tan pobre como la que, seguramente en su intimidad, se dedican, al menos los que aún son capaces de autoevaluarse. Ellos a veces publican acerca de robos, desvíos de recursos que en no pocas ocasiones han servido al infractor para poder comer o para comprar un juguete a sus hijos. ¿La pregunta es: ¿qué diferencia habrá entre el periodista que ha redactado la nota sobre un delincuente para hacerla pública, y el delincuente?, ¿cuál de los dos le está robando más al pueblo de Cuba?
Bueno, ya se habrá dado cuenta el lector de que únicamente me he referido a la prensa escrita del régimen. Lo mismo ocurre con la radial, televisada, y la digital para el extranjero.
Y lamentablemente, la perversión del periodismo castrista, va en ascenso. Por estos días, sobre los tristes sucesos que hoy ocurren en Venezuela, está dando fe, o sería mejor decir mala fe, el diario Juventud Rebelde. En un ditirambo aparecido el pasado 6 de marzo, da a la luz una crónica, amelcochada, ya se supone, sobre un señor de unos 75 años de edad que no podía seguir hacia su destino en al ciudad de Caracas, puesto que una valla callejera ubicada por los manifestantes se lo impedía. La valla, dice la crónica, estaba puesta allí “por quienes se empeñan en desestabilizar el país”. O sea: los estudiantes que protestan contra el gobierno venezolano, de los cuales hasta hoy han muerto más de una veintena, además de que otros han sido golpeados y torturados, y otros llevan más de un mes en las cárceles sin que les haya sido imputado delito alguno. Estos estudiantes que protestan pacíficamente, en esta nota de Juventud Rebelde, son acusados de “destilar el odio, de dividir, reprimir, acorralar, aniquilar salvajemente”. Si sacásemos esta frase de contexto, quedaría muy adecuada para calificar la presente actuación del régimen de Venezuela contra los manifestantes, ¿verdad? El mismo medio de “comunicación masiva”, publica el 7 de marzo, bajo el título “El fascismo sigue cobrando víctimas”, sobre otras personas fallecidas “como consecuencia de la violencia desatada por grupos extremistas de derecha”. Asimismo, acerca de las manifestaciones llevadas a cabo el pasado miércoles de 12 marzo, tanto por estudiantes opositores como de simpatizantes del chavismo, dice Juventud Rebelde que estos últimos “caminaron, desbordando entusiasmo, desde la Plaza Brión, en Chacaíto (este de la ciudad), y se dirigieron hasta la Plaza Morelos, donde instalaron la Conferencia de Paz de la juventud”. Esto de “desbordando entusiasmo”, además de una frase tan manida por la conga del periodismo de la dictadura cubana, suena un poco macabro: si cierto segmento de cualquier población “desborda entusiasmo” en medio de sus compatriotas muertos, torturados, encarcelados, ya no habría nada que hacer. No dice la crónica de Juventud Rebelde que las imágenes de los manifestantes adeptos o adictos al gobierno, no alcanza ni para una foto de carné. Mientras que los “de la ultraderecha”, que “intentaron cruzarse con la marcha chavista, propósito que fue contenido por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), porque no poseían la autorización previa para seguir esa ruta”, rebasaban el gran angular de CNN.
Desafortunadamente, informaciones como las antes citadas son las únicas que recibe el pueblo de Cuba, cautivo de la prensa oficialista, de estos asalariados del castrismo. Uno se pregunta qué podrán hacer estas personas que hoy, sin la más mínima vergüenza, mienten al mismo pueblo que les da de comer, cuando llegue ese momento inexorable en que de verdad deban informar, conscientes de que ya no tienen impunidad ni inmunidad. ¿Sabrán entonces trabajar con el mínimo decoro —recalco, “mínimo”— que hoy se le exige a un comunicador cualquiera? ¿Deben irse preparando ya, profesional, éticamente, para ese día en que deban demostrar sin en realidad eran periodistas?
Ya ven. Así van las cosas.
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