Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fraude, Insurrección, Invasión

El fraude, del Cambio Fraude

El primer inconveniente está en que usted no podrá ablandar frijoles si su olla de presión perdió la válvula, o se le desgastó una junta, y el vapor escapa por ahí

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En redes sociales o canales de YouTube muchos declaran con prosopopeya, y con golpes en el pecho, no admitir un tal cambio fraude. O lo que es lo mismo, un cambio que no implique un desmantelamiento total del actual régimen cubano, y la exclusión de quienes lo integran, o simplemente apoyan, tanto del gobierno del país, como de la política y los beneficios de la privatización posterior. Sin embargo, en política importa tanto cómo creemos debería darse el cambio, como con qué contamos para hacer que ocurra de esa manera. El asunto, por lo tanto, es qué se puede hacer para lograr un cambio, no fraude.

La esperanza de los negados a admitir cualquier solución, fraudulenta, está en la estrategia de la olla de presión. Dado que el régimen pretende ser algo así como el controlador de absolutamente todo en Cuba, el adjudicador de los recursos escasos y el nivelador social, al privarlo de la capacidad de lograr concretar esas aspiraciones suyas, la ciudadanía, en esa agobiante circunstancia en que ni le dan por la libreta lo necesario para vivir, ni tampoco la dejan buscárselo por ella misma, explotará y se lanzará contra él. En fin, que una política de cierre total al estado paternalista y totalitario obligará a la ciudadanía, ante el empeoramiento de sus condiciones de vida, y la falta de esperanzas de mejorarla en el futuro mediato, a rebelarse y derribar a ese estado.

El primer inconveniente está en que usted no podrá ablandar frijoles si su olla de presión perdió la válvula, o se le desgastó una junta, y el vapor escapa por ahí. Presionar a una sociedad para que se lance contra un estado represivo, sin antes asegurarse de que los ciudadanos no tengan posibilidades de dejar el país hacia un lugar en que les sea relativamente fácil abrirse paso, no lleva a una explosión social. Por el contrario, solo a la salida del país de los elementos más idóneos, por su ánimo emprendedor o temperamento atrevido, para iniciar cualquier sublevación y movilizar a sus conciudadanos. Solo un ejemplo histórico: ante la hambruna de finales de los 1840 los irlandeses prefirieron emigrar por millones, y no enfrentar al aparato represivo inglés; en cambio, setenta años después, al terminar la Primera Guerra Mundial, cuando las restricciones a la emigración a los Estados Unidos les impedían dejar su Isla en grandes números, en una situación por demás mucho mejor que la del terrible año 1847[i], encontraron lo necesario en sí mismos para obligar al Reino Unido a concederles una autonomía que era en verdad una independencia de facto.

Pero el principal problema en la estrategia de los anti-fraudulentos está en que ya no estamos en los noventa del siglo pasado. Aquel tiempo idílico, anterior al reggaetón, en que hasta las peores dictaduras trataban de hacerse pasar por democracias, para no perderse las increíbles ventajas de la globalización. En el actual contexto el autoritarismo, o por lo menos ciertas formas suaves del mismo, es bien visto hasta por no despreciables sectores en la política de los Estados Unidos, o Europa Occidental. En este mundo en que globalismo es una mala palabra, o una conspiración de violadores de niños, y los hombres fuertes en la política tienen tanto público como las estrellas internacionales de la música pop, reprimir a manifestantes ya no conlleva las consecuencias de hace 30 años.

Si en los noventa, y aun en la primera década de este siglo las manifestaciones pacíficas sacaban gobiernos del poder, provocaban cambios políticos, derribaban dictaduras, dado que desde el poder político los autócratas no se atrevían a llevar la represión hasta sus últimas consecuencias, ya que sabían que hacerlo tenía un costo negativo en la integración de su país en el sistema económico global, en la actualidad ya no es así. En Venezuela la población se ha tirado por millones a la calle, les han lanzado literalmente los tanques encima, han muerto muchas más personas a manos de los militares y paramilitares que en las sublevaciones que a inicios de siglo treparon al burro de Evo Morales a la presidencia de Bolivia… y no ha pasado nada. A pesar de todo ello, de las sanciones y el repudio abierto del público internacional, no se ha logrado sacar del poder a Nicolás Maduro, Súper Bigote, que ha sabido comprar la fidelidad de los militares con dádivas de todo tipo y especie, mientras su pueblo se muere de hambre, o se desperdiga por todo el Hemisferio. Más o menos lo mismo ha sucedido en Nicaragua, o en Bielorrusia, o en Irán, donde el régimen ha sobrevivido a manifestaciones comparables a las de 1979, e incluso al alejamiento de algunos de los sectores y personalidades que lo apoyaban desde entonces.

La conclusión es evidente, y ya de hecho la hemos presentado extensamente en Farewell Míster Gene Sharp, Welcome Back Marx: los tiempos de sacar a regímenes autoritarios del poder mediante la lucha pacífica pasaron, si es que el resultado que se pretende imponer es un cambio “genuinamente” completo, no fraudulento. Frente a un régimen autocrático, con un eficiente aparato represivo, y la determinación de hacer uso de él hasta las últimas consecuencias, tirarse a la calle a pedir cambios, de manera pacífica, o en todo caso a pedradas, solo llevará a llenar las cárceles de presos, o las morgues de cadáveres. Frente a un régimen así, en esta Edad Post-Globalizadora, solo cabe la lucha armada, si es que no se quiere ningún tipo de arreglo con quienes gobiernan.

Esta conclusión, a la cual al emigrado, que de más está decir no estuvo en las calles cubanas en las jornadas del 11 y 12 de julio de 2021, le resulta difícil llegar, la ha sacado en cambio el cubano de la Isla; pero no con el cerebro, sino con el lomo. Lo cual, unido al hecho de que desde la reapertura de fronteras en noviembre de 2021 hasta la fecha en que se escribe este artículo ha salido del país una cifra superior al medio millón de individuos, en general el sector más activo y politizado de la juventud cubana, hace que las probabilidades de una nueva explosión social nacional sean muy limitadas, casi inexistentes.

En definitiva, se dice el cubano de la Isla, si no se pudo sacar al régimen del poder en un momento, el inicio del verano de 2021, en que no había manera de abandonar el país, porque las fronteras estaban cerradas, y el hastío de año y medio de aislamiento social ya predisponía a la juventud a explosiones públicas de descontento; cuando durante año y medio esa juventud estuvo alejada del aparato de lavado de cerebros que son las escuelas cubanas, y en cambio sumergida casi por completo en redes sociales, dominadas por el discurso opositor; cuando no pocos todavía creían que el aparato represivo de un régimen, tan según él mismo del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo, no lo reprimiría, y más bien se uniría con él a las protestas —pueblo uniformado, nos decían—; cuando muchos pensaban que el régimen estaba tan débil que se desmoronaría en unas pocas horas: ¿por qué pensar que ahora sería más fácil sacarlo, por medio de una sublevación pacífica, o en todo caso armada solo de piedras? La verdad, incómoda como siempre ella resulta, es que ya tan solo sacar al país, o a lo que de país va quedando tras la hemorragia migratoria, a las calles, con el argumento de conseguirlo —¡ahora sí, coño!—, cuando ya todo el mundo sabe que Díaz-Canel y su pandilla matan sin contemplaciones[ii], que te encierran y tiran la llave sin que ello les afecte el sueño, mientras en cambio las fronteras permanecen abiertas de par en par y sin “regulación” para quienes se porten bien y entren por el aro, es una tarea tan ardua y compleja como podría haber sido convencer a la población alemana, en noviembre de 1945, de volver a tomar las armas contra los aliados que ocupaban su país, no siempre de buenas maneras.

Desengañémonos, las únicas maneras de derribar al régimen mediante un cambio radical y sin ningún fraudulento y amañado arreglo con la camarilla en el poder, son estas: o una intervención de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, en una operación militar especial —podría justificarse en lo de evitar la infiltración rusa tan cerca de sus fronteras y tan adentro de su área de influencia, o sea, copiar la justificación del Kremlin para invadir Ucrania, y que el régimen cubano ha dado por buena implícitamente—, o una invasión de una nueva fuerza de exiliados, como en abril de 1961. Lo cual no tendría por qué terminar en desastre como entonces, porque si bien el régimen cubano mantiene una formidable capacidad represiva interna, de vigilancia y control de su población, superior a la de regímenes como el venezolano, nicaragüense, bielorruso y aun iraní, las capacidades de defensa externa de sus fuerzas armadas están muy disminuidas. O sería mejor decir que son ya en la práctica inexistentes[iii].

El problema está en que sabemos que ni la actual administración demócrata, ni una aislacionista como la de cualquier republicano con posibilidades de llegar a la Casa Blanca en 2025, se comportarán a la manera del autócrata del Kremlin. Por un lado la actual Casa Blanca está comprometida con una concepción del orden internacional, obra de Woodrow Wilson y Franklin Delano Roosevelt, contraria a la moscovita de esferas de influencia, en que unas pocas superpotencias son las únicas soberanas, y por el otro la disposición del público americano a que se los enrede en conflictos más allá de sus fronteras anda por mínimos históricos. Tampoco es que puedan los americanos desviar su atención hacia Cuba, ese pequeñito incordio caribeño, cuando están al borde mismo de una guerra con la República Popular China por la defensa de Taiwán, y la guerra en Ucrania todavía anda lejos de haberse decidido.

En cuanto a una nueva brigada 2506, seamos honestos: solo debemos constatar el cambio de mentalidad del exilio en la evolución de sus líderes de opinión de 1960 al presente, para de inmediato desechar la idea. Sin duda el exiliado promedio actual, si encuentra sus héroes en “guapos” como Alexander Otaola, quien sin ningún aval de valentía conocido se atreve a llamarnos a los opositores internos “ratas”, no puede tener mucho en común con aquellos mil que en la Ciénaga de Zapata, como modernos espartanos, contuvieron durante tres días, casi sin municiones y sin apoyo aéreo, a una fuerza de 20.000 hombres perfectamente equipados, 60 tanques T-34, y un centenar de piezas de artillería.

Así que no, no existen las vías realistas de provocar el colapso del régimen, y el total e incondicional abandono del poder por los generales, y “doctores”, ahora en Ciencias, al menos sin usar la vía armada. Lo único que va quedando detrás de la política de presiones, para que pacífica y seráficamente el régimen se rinda de manera incondicional al pueblo inerme en las calles, equipado solo con claveles, es la esperanza en que suceda algo por el camino que la ayude a hacerse efectiva. En definitiva quienes no admiten ni el más mínimo amago de cambio fraude depositan todas sus expectativas en esa solución a la cual los cubanos desde hace por lo menos dos siglos se han dado por sobre cualquier otra para intentar salir de sus dificultades: apostarlo todo a sacarse el premio gordo en la bolita.

Pero ninguna política seria puede basarse en seguir una estrategia determinada, para ver si ocurre algo aleatorio e indefinido por el camino que permita que en el nuevo, y afortunado contexto, esa estrategia tenga las consecuencias ansiadas. Por demás lo de esperar a sacarse el premio gordo en la bolita es un lujo que solo puede dárselo uno desde el Exilio, sin sufrir directamente las presiones de la estrategia de la olla de presión, que no afectan en lo personal a Raúl Castro y sus nietos, o a Díaz-Canel, su familia y el gato de su esposa, a quien significativamente llaman Marrerito[iv]. Aquí en Cuba, con la urgencia de ponerle a la familia de uno por lo menos arroz y frijoles en el plato todos los días, no estamos de ánimo para soñar con platos de camarones rebosados o soluciones políticas ideales, justas o no fraudulentas. A los cubanos de la Isla cualquier cosa nos parecerá bien, mientras implique una pequeña mejora en nuestras vidas, y a la vez abra el dominó trancado. Situación en que vivimos desde que se hizo evidente la doble imposibilidad de la ciudadanía desarmada de derribar al régimen, y de este para evitar el despoblamiento y retroceso económico y cultural del país —su haitianización, al decir de Antonio Rodiles. Y si decimos otra cosa, no se engañe, es para no quedar mal con el tío o el amigo en Miami que nos pone recargas de vez en cuando, o nos manda medicinas, zapatos y pomos de aceite —en Cuba hay toda una especie de “luchadores” que, veinte minutos antes de salir para la reunión de su CDR, se filman hablando pestes de la dictadura, o hasta con un cartelito en la mano; todo para el pariente de afuera… que antes de salir de Cuba hacía exactamente lo mismo, pero ya no se acuerda, o no quiere acordarse.

En lo personal nunca he sido aficionado a los juegos de azar, jamás he jugado a la bolita. Quizás por esa escasa identificación con las características de los individuos nacidos más cerca de mi lugar de nacimiento sobre el planeta Tierra puedo decirlo con claridad: la política de presiones sin un componente de lucha armada no lleva a ninguna parte, y solo se basa en la esperanza de que algo tiene que pasar, para cuando sea así entonces se haga efectiva y ¡cataplúm!, se caiga el régimen y Rosa María termine de Presidenta y Otaola, en lugar de alcalde de Miami termine de Primer Ministro, o incluso de Ministro de Defensa, y nada, por su buen trabajo amase unos bonitos par de billones americanos, que a casi todos le parezcan muy bien.

Soñar con barrer con el régimen cubano, con hacer borrón y cuenta nueva para devolvernos a las doce de la noche del 31 de diciembre de 1958, no es más que eso, un sueño. Pero si a ello le agregamos la pretensión de conseguirlo solo con presiones, para que el pueblo se tire a la calle y el régimen haga como la dirigencia checoslovaca en 1989, no es más que un engaño. Un auto-engaño para muchos, a los cuales lo sufrido no los deja ver con claridad; pero también un engaño matrero que le da de comer, y muy bien, a ciertos camajanes o politiqueros exiliados. Lo malo de esos embelecos es que a la inmensa mayoría de los cubanos acá, y a los muchos que allá deben emplear una parte importante de sus ingresos para sostener a sus familias en Cuba, no nos resuelven nada.


[i] Los irlandeses, por cierto, estaban en 1918 en las mismas circunstancias que los cubanos en 2021: en medio de una pandemia, y sin posibilidad de dejar el país. Probablemente si el Reino Unido hubiera logrado localizar a tiempo a Maikel Collins, y desbaratar al IRA al eliminar a su cerebro, Irlanda no hubiera alcanzado a separarse del Reino Unido hasta después de 1945.

[ii] El pueblo, con las razones del apaleado, ha llamado a este compañero El Singao. Un triste título que por más que se empeña en suprimir del vocabulario isleño, mediante la amenaza o la cárcel, rueda incontenible en susurros de un extremo a otro de la Isla, y que sin duda lo definirá ante la Historia.

[iii] El régimen cubano cuenta al presente, para defenderse de una amenaza externa, con menos medios que no ya en 1961, sino incluso 1956. En ese último año, todavía con Batista en el poder, Cuba contaba con 8 reactores modernos T-33, una veintena de cazas de hélice P-51, 16 bombarderos tácticos B-26, y tres fragatas. Hoy, sin embargo, tras treinta y dos años de haberse suspendido los envíos de armamento por la Unión Soviética, difícilmente haya media decena de aviones obsoletos en capacidad de volar, o muchos cohetes antiaéreos capaces de despegar; la Marina en la práctica se reduce a un pesquero reconvertido en “fragata”, o par de “minisubmarinos” de factura Norcoreana, y para abatir el blindaje de los tanques que el régimen pueda allegar en su defensa no se requiere de sistemas de misiles antitanque TOW, o Javelin. Por tanto una brigada invasora, de unos cuantos miles, equipada con drones y medios portátiles sofisticados, y relativamente baratos, con unos buenos mandos que entiendan qué guerra se puede hacer con esos medios, y dispuesta a luchar, se abriría paso sin mayores dificultades a través del país. Y de que esos medios existen, y son accesibles, da cuenta el que por estos días un ciudadano belga que conserva 50 tanques Leopard 1 en su patio, ande en gestiones para vendérselos a Ucrania. Claro, si el dinero que se puede reunir se usara para comprar armamento, y no para adquirir fincas de pájaros, en que los líderes de opinión desayunan en línea, otro gallo y no un guacamayo cantaría.

[iv] Según me cuenta un amigo, de un vecino, de un pariente… que ha tenido el dudoso honor de visitar a esa familia en La Habana, el citado gato pesa más de 50 libras y traga como un primer ministro. Por lo menos como un primer ministro cubano.


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