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Chile, Allende, Neruda

El golpe militar en Chile, Guillermina, Neruda y Gonzalo Rojas

Rememoro a La Habana de los años 70. Los discursos de Fidel condenando el Golpe militar. Las imágenes de Allende en todos los murallones de la ciudad. Violeta Parra y “Gracias a la vida”

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El pasado once de septiembre, se cumplieron 50 años del Golpe de Estado en Chile: acción de la Armada, Fuerza Aérea, Cuerpo de Carabineros y el Ejército para deponer a Salvador Allende y al gobierno de la Unidad Popular. Tropas castrenses y aeronaves atacaron el Palacio de La Moneda: Allende se suicida, mientras los soldados ingresan al recinto gubernamental. Doce días después —23 de septiembre, 1973— moría el poeta Pablo Neruda. Recuerdo que en Cuba recibimos a cientos de jóvenes exiliados que se incorporaban a estudiar en la Universidad de La Habana donde yo era alumno en el Instituto Pedagógico Enrique José Varona.

Los cubanos establecimos inmediatamente, complicidad con los estudiantes chilenos. Tuve una novia que venía de Santiago con sus padres huyendo de la asonada, atrás dejaba a un hermano secuestrado por la milicia golpista: Guillermina Santos tiene 20 años, los ojos negros y teje su cabellera azabache con una trenza que le cuelga hasta la cintura. Estudiaba medicina, leíamos juntos en las tardes nubladas de octubre, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Entonábamos, mientras nos besábamos en el Malecón: “Yo pisaré las calles nuevamente / De lo que fue Santiago ensangrentada /Y en una hermosa plaza liberada / Me detendré a llorar por los ausentes”, la canción de Pablo Milanés que la radio cubana programaba con frecuencia. Guillermina lloraba calmosa por el hermano desaparecido.

Descubrí por un profesor de literatura el poema “¿Dónde estará la Guillermina?”, de Neruda. Se lo leí a mi novia del mismo nombre bajo la llovizna de una tarde inolvidable. Ella no lo conocía, se sintió halagada. Se lo recitaba en la amanecida y en el crepúsculo: “Entonces entró la Guillermina / con dos relámpagos azules / que me atravesaron el pelo / y me clavaron como espada contra los muros del invierno”. Ahora, después de cinco décadas me hago la misma pregunta: ¿Dónde estará la Guillermina?: “Han pasado lentos los años/ pisando como paquidermos / ladrando como zorros locos, /han pasado impuros los años /[…] /Mi corazón ha caminado con intransferibles zapatos, / y he digerido las espinas: no tuve tregua donde estuve: / donde yo pegué me pegaron, /donde me mataron caí / y resucité con frescura, / y luego y luego y luego / es tan largo contar las cosas”.

Ella había tenido cercanía con el poeta Gonzalo Rojas (Lebu, 1917-Santiago de Chile, 2011), amigo de sus padres. Me internó en el cosmos de ese poeta que hoy diviso montado en un caballo mojado de llovizna / viene en su casa de aire y en su silencio gozoso de acordes / en los huecos del cielo y en “todo el hueco del mar” a la intemperie. Siempre en los matorrales del tropel. Siempre niño escribiendo mucho “poco y mal.” Cohabitando en hosterías oscuras con Catulo. Conversando con Breton y emborrachándose con su compinche Pablo de Rokha en una taberna lóbrega del Báltico con la liturgia como única recompensa en los ojos.

Veo a Gonzalo esperando a su padre bajo la torva. Su padre huele a metal. El minero Juan Antonio Rojas viene desafiando los relámpagos del temporal. Excavador de manos afanosas, barba cerrada, ojos atentos y cantos en los bordes de los labios. / Alguien toca una cueca y la tonada se extiende por el vientre del chaparrón. Gonzalo baila, trae una botella de vino tinto. Trompe, bombo, trutruca, acordeón, charango, arpa de sirgas atiesadas y zampoña de voz punzante. El amor es un asma. En Lebu un ardor desplaza el polvo del tizón. Guillermina y yo lloramos muchas veces mientras leíamos “Carbón”.

Rememoro a La Habana de los años 70. Los discursos de Fidel condenando el Golpe militar. Las imágenes de Allende en todos los murallones de la ciudad. Violeta Parra y “Gracias a la vida”. El rostro severo del general golpista. La cordillera chilena. Santiago de Chile en las fotos familiares que me mostraba Guillermina. Los padres consiguieron asilo político en el entonces República Democrática Alemana: una mañana de marzo de 1975 partieron a la ciudad de Berlín Este. Recibí dos cartas nostálgicas de Guillermina. Yo nunca le escribí. Refrendo los versos finales del poema de Neruda: No tengo nada que añadir. Vine a vivir en este mundo. ¿Dónde estará la Guillermina?


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