Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Grinch, Navidad, Tradiciones

¿El «Grinch» es cubano?

¿Dónde y cuándo se robó el Grinch la Libertad-Navidad cubana? Algunos lo datan 1970, en medio de aquella delirante megalomanía de producir diez millones de toneladas de azúcar

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La peor prisión es un corazón cerrado.
Juan Pablo II

Por estos días el mundo occidental, al que pertenece Cuba por geografía e idiosincrasia, espera la Navidad. Empezando diciembre, las calles y las casas de millones de hogares se han llenado de luces, adornos y “arbolitos”. La radio no cesa de poner villancicos. La televisión estrena series sobre la vida de Jesucristo y los apóstoles. Las familias salen a hacer sus compras, incluso las más pobres, pues el gesto de regalar es el mejor regalo que cualquiera puede hacerse. En fin, en diciembre hay un aire festivo, de espera optimista en que el Año Nuevo será mejor que el que termina.

A pesar de la fuerza de la tradición y de la fe, la Navidad original, aquella que celebra el nacimiento de Jesús —aunque históricamente no se corresponde con la realidad—, se ha desvirtuado, trivializado en los mismos lugares de ancestral cultura judeo-cristiana y greco-latina. La irrupción del mercado, del relativismo y una buena dosis de ser “políticamente correctos” ha hecho que Feliz Navidad, o feliz nacimiento del Salvador, pase a ser solo un “felices fiestas” sin rostro. Un tiempo, también, de excesivos gastos, a veces superfluos.

Fue precisamente debido al excesivo mercantilismo, que en un país de mayoría cristiana como Estados Unidos surgió un personaje llamado “Grinch” —grouchy, gruñón. Su creador, Theodor Seuss Geisel, conocido como Dr. Seuss, ideó una historia donde el Grinch es severo crítico de los excesos consumistas en la Navidad. Con un corazón que no late, de piedra, se retira el Grinch a vivir en la soledad de las montañas. La moraleja es sencilla: al aislarse del resto del mundo, aun con sus razones, se separa también de lo humano, del sentido espiritual vivido en comunidad de paz y amor trascendente.

No consta que el Dr. Seuss haya visitado la Cuba comunista. El relato data de 1957 —“¡Cómo El Grinch robó la Navidad!”. Pero el Grinch parece una figura pensada en la Isla porque el robo de la Navidad cubana comenzó desde los primeros años de la Revolución. Muy desde el principio los medios, para entonces totalmente en manos del poder político, mostraban a las iglesias y a la feligresía como contrarrevolucionarios, fanáticos y supersticiosos. En la primera década del martirio ya se había desmotando todo el sistema de enseñanza, salud y servicios comunitarios que prestaban las iglesias en Cuba. A finales de esa década, fue bastante fácil “robarse” ese tiempo festivo.

La mayoría del pueblo cubano no sospechó que al dejarse quitar la Navidad, una detrás de la otra, perderían costumbres, tradiciones, libertades. El Corazón de Jesús fue a parar, en el mejor de los casos, al cuarto de desahogo o al de la abuela —los “viejos” nada tenían que perder. En la sala de la casa colgaron la imagen —no el pescuezo, como el chiste— del Máximo Líder. En la puerta se daba la bienvenida con el letrero “Esta es tu casa, Fulano” y no “En Dios confío”. La misa dominical fue cambiada por el trabajo voluntario y el “plan de la calle”. Las catequesis eran ahora los llamados “materiales de estudio”, discursos kilométricos que se discutían en todos los centros laborales, de estudios y por los comités de defensa en cada cuadra. Cualquier aplicación para trabajo o estudio preguntaba si el aspirante tenía creencias religiosas como si padeciera herpes genital u otra enfermedad altamente contagiosa.

Es justo decir que libertad no solo es poder asistir a la iglesia los domingos. Tampoco que los sacerdotes estudien en el seminario. Libertad religiosa es que los ciudadanos, creyentes y no creyentes, tengan acceso irrestricto a todos los medios de comunicación, incluyendo cine, radio, televisión, internet. Libertad religiosa es que haya escuelas donde se enseñe, además de las materias obligatorias para el grado, la fe cristiana, la judaica, la musulmana. Libertad religiosa son laicos directores, ministros, jefes, y no solo algunos parlamentarios para “hacer bulto” y que votan, incluso, a favor de la pena de muerte.

¿Dónde y cuándo se robó el Grinch la Libertad-Navidad cubana? Algunos lo datan 1970, en medio de aquella delirante megalomanía de producir diez millones de toneladas de azúcar. No hubo fiesta. No hubo Nochebuena. No hubo Año Nuevo. El niño que yo era entonces recuerda las latas de “Jamón del Diablo” en la bodega —vaya ironía secular— para la cena pospuesta hasta julio, y quizás fue aquel el último turrón de Alicante por la libreta. Después, tras el lógico desastre, unos carnavales pomposos, la carroza con miles de espejos, los Van Van, el jolgorio frente a la recién inaugurada Piragua, obreros y campesinos ahogando sus frustraciones en una “perga” con cerveza agria, orinándose en la alcantarilla hecho baño público frente al muy elegante Hotel Nacional, Memoria del Mundo.

La Navidad “a la cubana” no volvió a ser hasta que no hizo falta. Suele ser así: se hace lo que convenga. Desmerengado el socialismo real, hubo que traer a Santa Claus —¡nunca a Jesús, sacrilegio!— para que los inversores capitalistas pensaran que el Grinch insular había hecho las paces en la Isla. En vez de en cada cuadra un Comité, en cada casa un arbolito. Pero no duró mucho. La Navidad, al menos los arbolitos y otros símbolos de alegría decembrina, provocaron ojeriza del Gruñón Mayor. Hubo una orden para desaparecer los motivos navideños de las vidrieras estatales y los edificios del gobierno.

A finales de los años noventa los inversores incautos y los que no lo eran tanto, empezaron a cansarse de no ser remunerados; dejaban las llaves en las oficinas sin estrenar. La presión política sobre las libertades en Cuba era inmensa. La economía dolarizada tuvo que lidiar con la doble moneda y la doble cara de los funcionarios corruptos quienes por primera vez podían tocar —y robar— la moneda del enemigo. El Maleconazo y el éxodo de Guantánamo, fueron dos poderosas descargas eléctricas que trataron de resucitar el rígido corazón del Grinch cubano.

La solución fue “papizar” la Isla. Debemos imaginar el nivel de crisis política y económica para dejarse colgar en la Biblioteca Nacional aquel Corazón de Jesús gigante; y que autorizaran feriado el 25 de diciembre. El impacto social y espiritual de la visita de Juan Pablo II en el pueblo cubano solo podrá ser valorado al pasar los años. Parecía que el espíritu del Grinch iba a recuperarse después de cuarenta años de ausencia. Los optimistas olvidamos una verdad como una catedral: no se pueden “adorar” dos “dioses” al mismo tiempo.

Los líderes comunistas y sus regímenes se comportan como elegidos sobrenaturales, por encima de toda razón, historia, creencias. Sus discursos son proféticos e incontestables. José Martí es apenas el Juan Bautista que anuncia el Mesías que vendrá, El Difunto, y a quien Martí no merece ni zafarle el cordón de las botas militares. Para ellos Cuba, la Nación, no nació en diciembre, ni el 20 de mayo de 1902, sino un primero de Enero de 1959 —de aquellos apenas quedan unos cientos de miles. Es el día primero el que hay que reverenciar —con o sin Jamón del Diablo— y oír, como si fuera el mensaje papal Urbi et Orbi, el “Comunicado” a las doce de la noche del día 31. La Buena Nueva, el Evangelio insular es “La Historia me Absolverá”, cuyas promesas del Cielo en la Tierra ya se han realizado. Como en la época medieval, la ausencia de una imprenta democrática permite monopolizar la catequesis doctrinal en el Diario Único, el del Partido. Las facultades y los centros de investigaciones sociales y económicas son escriptoriums donde se conocen y ocultan las grandes verdades, lejos de la “plebe” o “masa”.

En esta Navidad el Grinch continúa demoliendo lo que aún queda de la Isla. El robo de la Navidad y su significado histórico y espiritual es un acto de lesa cultura. Una deuda moral con las presentes y futuras generaciones. Han alejado a los ciudadanos de la música, las artes visuales, la literatura y el cine cuyo motivo esencial es la Natividad del Señor. Difícil para un “Hombre Nuevo” comprender el alcance místico del Cascanueces o disfrutar a plenitud La Virgen, el Niño Jesús y Santa Ana de Leonardo da Vinci. Habita en la Isla hoy ese Grinch triste, mediocre y ridículo, sin darse cuenta todavía que, como dirían los cartujos, el mundo cambia mientras la Cruz permanece estable y de pie.


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