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Exilio, Miami, Migrantes

El mapa (EEUU) no es el territorio (Miami)

La realidad de EEUU, y de Miami en particular, nada tiene que ver con el “mapa” que ha trazado el régimen

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Un familiar necesitado de renovar la registración del vehículo tuvo que acudir a una oficina del DMV (Departamento de Motores y Vehículos) de Miami. No tenía la menor idea de lo que allí le esperaba. Cuenta que fue como un déjà vu, una máquina del tiempo “pa’ tras”.

Lo primero fue encontrarse una larga cola que serpenteaba, desordenada, caótica, toda la acera y parte de la calle, impidiendo el libre tránsito de vehículos y personas. Era difícil saber quién era el “último”. Cuando por fin alguien contestó, dijo que también debía anotarse en una lista que el “combatiente” tenía en sus manos. Mi pariente había comenzado el regreso a un pasado que, pretendiendo olvidado, lo esperaba en un sencillo trámite vehicular norteamericano.

La inmersión en el pasado insular se hizo más insondable al comprobar que casi todos eran cubanos recién llegados. Muy pronto, continúa narrando, apareció el “colado”, un muchacho joven que, sin respetar la fila, se puso delante explicando que tenía turno. Era mentira. No aparecía en la lista del “agente del orden”. Alguien de la cola, amable, trató de calmar los ánimos al decir que había “compañeros” haciendo fila desde la madrugada – ¿necesitaremos abanderar un destacamento “guarda-colas” también en Miami?

Por mucha decencia y buenas costumbres que se hayan podido ahorrar en la Isla, el daño antropológico causado a una población cautiva ha sido tan largo y profundo que, como viene sucediendo en nuestra querida y no siempre amada Ciudad del Sol, cada nuevo emigrante insular carga sobre sí mismo el deterioro progresivo del país de donde procede. De ello no solo se ha encargado la miseria, la sobrevivencia, el disimulo aprendido y la lastima autocomplaciente. Los medios de comunicación, todos propiedad del Partido-Estado, han hecho lo suyo de muy eficiente manera.

La realidad de Estados Unidos, y de Miami en particular, nada tiene que ver con el “mapa” que ha trazado el régimen, ni tampoco el que proyectan algunos cubanos de visita en la Isla. Después de más de seis décadas de bombardeo ideológico discriminado —sin fuego enemigo en el terreno— una parte del pueblo cree que hay tiroteos y asaltos en todas las esquinas, el índice de pobreza se carga más de la mitad de 335 millones de personas, y debajo de los puentes no hay cama pa’ tanta gente. La propaganda filo-fascista del régimen, aunque muy demeritada gracias a las redes sociales y el intercambio familiar, todavía hace daño. O por lo menos, preocupa, genera desconfianza.

Otra parte significativa del pueblo cautivo tiene un “mapa” de Estados Unidos, y de la Ciudad del Sol, completamente distinto. Aquí, en breve, tienes casa, automóvil, y en el jardín pastan los dólares (perdón, Padilla, por el símil). Eso se le debe a los impenitentes viajeros a Cuba, quienes hacen algo más que tirar un cabo: suben a bordo —tráfico humano mental— a su gente atrapada allí. Proyectan una imagen de triunfadores la cual hace difícil no creerse el cambio geográfico del pantanoso Miami por el inaccesible El Dorado.

Me sucedió con un amigo. Cada vez que visitaba Cuba, exponía un cartapacio lleno de tarjetas de crédito como si de un millonario se tratase. Años después, en el territorio, comprendería que tener tantas tarjetas de crédito puede ser una estupidez. Y recuerdo aquella “mula”, a cual había que rendir pleitesía cada vez que, “emprendada”, señorona ella, traía el dinero que nos enviaba, con sacrificios, nuestra familia en el exilio. La encontré en una clínica de Miami, “deshabilitada” y supe que vivía en un campo de casas móviles en un barrio no muy amigable.

En el territorio todo puede ser diferente. No es mejor ni peor. Sencillamente diferente. La zona, además, tiene distintas demarcaciones que explicitan el nivel social y económico de sus habitantes. En la territorialidad miamense es posible identificar las áreas más potables para los cubanos. Hialeah pudiera, más allá de todo chiste, el lugar donde TAMBIEN SE HABLA INGLES. El idioma, la variedad de comercios y ofertas gastronómicas y la cantidad de botes por metro cuadrado sin mar a la vista, hacen de la ciudad que progresa un imán para nuestros compatriotas.

La equivocación pudiera ser considerar a Hialeah la generalidad para el resto del Condado Miami-Dade. No estudiar inglés —porque no hace falta—, no cambiar el “chip” de compañero por señor (a), no incorporar la palabra dueño, y manejar sin ceder el paso o poner intermitente —al conducir por primera vez en su vida— son algunas pifias que no caerían muy bien en zonas como Kendall, North Miami, Homestead, o Miami Beach.

Habría que aprender, incluso, que la distancia entre dos personas no debe ser inferior a dos pies —unos 60 centímetros— pues más cerca pudiera considerarse intromisión, acoso, una muestra de pobre educación, como el exceso de gesticulación, hablar alto o mirar por unos segundos a otra persona. Tal vez Álvarez Guedes diría que esa es una comemierdería de los americanos estos. Pero son sus heces y hay que comérselas a su estilo, no al nuestro.

Lo que los flamantes viajeros a Cuba no explican, entre cadenas de oro y tarjetas de crédito vacías, es que cada uno de nosotros ha tenido que adecuar el “mapa” a un territorio, Miami. Si bien el área al sur de la Florida no es tan hostil con el emigrante, solo 50 millas al norte ya no entienden el español. La soberbia con la cual el régimen ha prohijado una parte del pueblo cubano, incentivando el nacionalismo, hace que algunos pierdan la brújula del emigrante. También a eso han contribuido los políticos norteamericanos por favores electorales, prebendas a los cubanos más allá de lo necesario.

Un modelo sociológico plausible para comprender este fenómeno de distorsión y reordenamiento cognitivos, donde el mapa, no ya que no se parezca al territorio, sino que es completamente distinto, es el de una cárcel. El reordenamiento cognitivo en situaciones de sometimiento social sería un buen tema para próximas entregas, pues vivir en la “jaula” tiene, también, sus desahogos.

No hay nada peyorativo en llamar a Cuba Isla-Cárcel. Es el modelo exacto: la única salida a la libertad y sin permiso, es a través de un portón llamado océano, hay una sola autoridad la cual decide qué se come, en qué celda se duerme, si hay o no luz eléctrica, qué se puede leer, qué canal de radio o televisión –siempre del penal- oír o ver. A propósito, un amigo en Cuba repetía esta frase de antología: “en este país lo que hay que hacer es tratar de permanecer en el patio el mayor tiempo posible”. El ser humano que en las mazmorras insulares habita debe adaptarse o de lo contrario, pensar en la fuga —“cada cubano debe aprender a fugarse de la beca, del trabajo, del país, y fugarse bien”, diría el Difunto.

Ese es el individuo, el fugado, a quien estamos dando la bienvenida en un Palenque llamado Miami. Misericordia y tolerancia serán imprescindibles para que nuestros compatriotas puedan acomodar la imagen mental a una realidad en la cual no tendrán que vivir en modo cautiverio.


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