Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Crónicas

El misterio de 'los cambios'

Todo el mundo se los imagina y habla de ellos, pero nadie sabe cómo son ni dónde están.

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No sé en el resto de Cuba, pero en La Habana, que es donde vivo, la palabra que más se oye es "cambios". Algunos, muy económica o pretenciosamente, la pronuncian en singular, y usted los oye llenarse la boca para decir "cambio" con la entonación codiciosa de quien hablara de un cambio que incluiría los demás cambios.

Pero para los habaneros, "cambio" o "cambios", o todo lo que tenga que ver con esa voz, es por ahora un misterio. Enigma. Para empezar, ni siquiera saben cuándo ni cómo serán; esto, si vinieran en el singular de los más, de los modestos, de los que no sueñan demasiado.

Tampoco saben qué color puedan tener. Las damas y los adolescentes los suponen azules, los pesimistas llegan a describirlos entre el tímido mandarina de los incendios apagados a tiempo y el rojo violento de los tomates de ensalada de a veinte pesos la libra, característicos del hierro ardiendo en la acería.

En cuanto a la forma, misterio igualmente. Tal vez cuadrangulares, dicen, tal vez redondos, triangulares, cuadrados muy probablemente; quién sabe, no hay acuerdo en esto por más que los habaneros lleven meses dedicados al asunto con obsesión de científicos.

Por pensar, incluso han pensado en medidas de volumen. Respecto a la densidad probable, les han imaginado la mentirosa, fugitiva del hielo (pues nunca falta el pesimista), pero, también, la del acero.

Siguen sin calcular, además, de dónde ni por dónde vendrán. Si de las montañas o del mar. Impacientes, algunos permanecen día a día en el malecón observando el horizonte con prismáticos (alquilados, por lo general), pero llegan barcos y barcos y los cambios siguen sin llegar.

Ni los videntes…

Creyendo, o queriendo creer que ya llegaron y, por alguna razón, los mantienen en secreto, también en los muelles puede verse gente indagando por su cuenta, tocando los contenedores, pensando que podrían identificar al que los trajera por la temperatura exterior de estos artefactos, interrogando a los trabajadores sin mucho disimulo y aun invitándolos a tomar una cerveza con el fin de sacarles algo.

Otros viran la casa al revés, buscan debajo de la cama, en los escaparates. Registran hasta en los bolsillos de la ropa y en las carteras de señora, pensando que los cambios pudieran estar allí, si fueran invisibles, como predicen algunos que empezarán siendo.

No menos desesperados, otros habaneros van a ver a los adivinos, a los que tiran los caracoles y leen la palma de la mano o echan las cartas, pero tampoco estos elegidos saben; ellos también acaban de llegar de otear en el malecón o de indagar en los muelles, y no saben. Excepto que los ven intercambiando en las esquinas del barrio, donde casi siempre se sabe todo, no tienen otra profecía para ellos.

En una de esas esquinas del saber, alguien el otro día, mirando con tristeza a cuatro o cinco mediotiempo seguir suponiendo, dijo al fin: "No pierdan el tiempo, señores. Los cambios ya fueron". "¿Fueron?", exclamaron desconcertados. Pero el desconocido, que no quiso aclarar tan sorprendente información, agregó, mirándolos con ojo astuto: "Ustedes saben". Y se largó.

Desde luego, le cayeron atrás. Lo siguieron. A la voz de que el hombre sabía, se les incorporaron otros, pero como en Cuba las manifestaciones están prohibidas, intervinieron dos policías cuando vieron unas veinte gentes calle arriba. Y, aprovechando la dispersión del grupo, el desconocido desapareció llevándose su secreto.


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