El nuevo Mesías
La mística de Grau y Obama, y el sueño de los cubanos.
Oigo a la gente por ahí hablar del presidente Obama con el fervor con que oí hablar del doctor Ramón Grau San Martín cuando yo era muchacho. Al sonriente profesor de Medicina de la Universidad de La Habana le decían "el Mesías". La prensa gubernamental, en son de burla, y porque se lo creía; ellos estaban seguros de que lo era. Y con razón.
En 1933, el estudiantado, protagonista en el derrocamiento del gobierno del general de la guerra de independencia, Gerardo Machado, lo sentó en la silla presidencial. Y a Grau y su gabinete, como si todavía fueran muchachos, les dio por ponerse a inventar. Consagran la jornada laboral de ocho horas, le otorgan el voto a la mujer y osan encarar a un poderoso monopolio norteamericano. Todo esto, coincidiendo con un peliagudo momento del mundo.
Es el instante en que Hitler inflama con su verbo el corazón de Alemania, Mussolini es dueño de las calles de Italia, el experimento ruso sigue propagándose por el planeta, y Washington, que aún no se ha repuesto de las averías morales y materiales que le dejaran la reciente crisis económica y la prolongada ley seca, siente su imagen amenazada en este mundo.
Cuando el día 127 de su entusiasta gobierno, Grau abre las ventanas de palacio que dan al mar para ver salir el sol, ve ahí, a un tiro de piedra del malecón, cuatro acorazados. A diferencia del general Machado, él no huye. Sabe que no entender aquel aviso es invitar a esos cowboys a ocupar de nuevo el país, hacer correr la sangre, y de todos modos tener que irse. Renuncia.
Yo crecí en medio de la mística del doctor Grau, yo vi personas hincadas en el suelo rezándole y encendiéndole velas. Conocí a una embarazada que, buscando al varoncito, parió dieciocho hijas y le escribió al doctor Grau pidiéndole que en el nuevo parto le concediera un varón, y él no le falló.
En su misión de hacer del diferendo Cuba-Estados Unidos historia, arqueología, cuentos para contarle a los nietos, ya hubo un primer milagro de Obama; pero, los creyentes cubanos se preguntan: ¿habrá otros?
Es verdad que Grau, por cubano, estaba obligado con Cuba, y San Obama, por norteamericano, estaría obligado "contra Cuba". Pero también que los Mesías no lo son de una patria, sino del mundo —como el hijo de María—. De modo que no siguen tradiciones políticas locales, también como el hijo de María.
Y la gente de la calle, que como de costumbre vive con los ojos puestos en el cielo, eleva sus preces a Obama. Lo que los malos anteriores no pudieron a la fuerza, San Obama, que por algo es el ungido, lo hará a las buenas, con ramos benditos y todo. Ante esos homenajes, el actual gobierno cubano quizás empiece a abrir la mano, y entonces eso será como cuando un ladrillito cede en una represa.
Pero, supongamos que Obama no es el ungido. Para él, como "prieto", obtener el cambio en Cuba es un desafío. Una victoria de su raza. ¡Decir mañana que uno de ellos logró aquí en cuatro años, lo que en medio siglo no pudieron los blancos!
Por lo que he oído, hasta ese extremo llega el sueño de algunos. Sin embargo, quienes recuerdan las pocas ganas de volver a soñar que dejó Grau, cuando gobernó de nuevo entre 1944 y 1948, han juntado gravemente las cejas al oír a los "soñadores-del-cambio-empujado-desde-afuera" adivinar el sueño para Cuba del nuevo Mesías.
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