Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Pope, Iglesia, Papa

El Papa, la pipa y el Pope

Lo de La Habana fue una brillante ceremonia política donde Kirill fue elevado mundialmente al lado de Francisco

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El encuentro sería no a las cinco, sino a las dos en punto de la tarde en el aeropuerto de Rancho Boyeros. Dos príncipes de la cristiandad viajaban hacia un nuevo Jerusalén para firmar la paz después de un milenio de… ¡cisma! ¡Ah!, qué palabra más terrible y a la vez más chic; cuán hermoso sería ese día en La Habana, Capital de la Unidad, según Francisco, cuando abrazara a Kirill. Pareciera que la sangre y los clavos de Cristo habían descendido sobre Cuba a través de su Ministerio de Relaciones Exteriores para sellar un nuevo pacto divino entre los hombres. ¡Oh, santa unión después de un milenio! Los comentaristas, periodistas y columnistas; políticos, ciudadanos, y hasta los policías caerían arrobados ante la imagen del papa Francisco y el pope Kirill fumando la pipa de la paz.

Había tanto éxtasis en la narrativa mediática, que uno se conmovía de solo mirar la pantalla. Todo un espectáculo en que Cuba quedaba casi literalmente por los cielos. Aunque muchas cosas parecen lo que no son y otras son lo que no parecen.

Por ejemplo, ese no fue el primer encuentro entre un patriarca ruso y un papa occidental desde 1054, fecha en que —según también se dice— empezó el cisma. Falso. Nunca hubo un encuentro entre un papa romano y un patriarca ortodoxo ruso antes de 1054, sencillamente porque cuando aquello no existía ningún patriarca ruso sobre la faz de la tierra. Este de La Habana fue el primer encuentro en la historia; pero no para solucionar “el cisma” sino por motivos políticos muy puntuales, concretos, provechosos y terrenales.

Quienes sí se reunieron hace 50 años —sin tanto bombo ni platillo— fueron el papa Paulo VI y Atenágoras I, patriarca de Constantinopla, en Jerusalén[1]. Allí se abrazaron y levantaron las excomuniones mutuas de 1054, que si bien señalan el origen oficial del rompimiento, no lo explican ni lo justifican.

Porque también es falso que dichas excomuniones se debieran a profundas “razones teológicas” como repitieron ad nauseam los comentaristas estos días. Fue algo más pedestre: el cardenal católico romano Humberto de Silva fue nada más y nada menos que a pedirle (bastante subidito de tono) en nombre del papa León IX, ayuda militar contra los normandos a Miguel I Cerulario, patriarca de Constantinopla; pero Cerulario no quiso recibir al cardenal, que se puso muy bravo y entonces lo excomulgó. A los pocos días Cerulario, que también se había puesto bravo, excomulgó a Humberto, marcando así el origen oficial de una de las tonterías más grandes en la historia de la cristiandad.

Porque las verdaderas razones del cisma, según los más acreditados estudiosos y no los calambucos, tuvo que ver con tres asuntos fundamentales: uno culinario, otro insoluble y el tercero político.

El primero, era si el pan de la eucaristía[2] —la hostia católica— debía llevar levadura o no. El segundo, si el Espíritu Santo provenía del Padre o también del Hijo, es decir Jesucristo (¿y señores, qué ser humano, plebeyo, príncipe, cura, pope, papa, cartujo, asceta o eremita, en santo concilio o fuera de ellos, podría responder cabalmente esta cuestión?). Es la famosa “cláusula filioque”.

La tercera, verdaderamente tiene más carne agregada en asuntos terrenales de política y poder. La Iglesia Católica occidental celebró concilios y tomó decisiones administrativas y teológicas sin incluir a iglesias orientales (que también celebraron sus concilios exclusivos). Occidente, bajo Roma, estaba mucho mejor organizada administrativamente y su organización de poder era totalmente piramidal, considerando al sumo pontífice romano Primus inter pares ( verbigracia: El primero entre sus iguales) y con derecho a mandarlos a todos. El Papa tenía el poder de un emperador y en Oriente los patriarcas, que se veían entre todos más como iguales que como subordinados, no aceptaron las decisiones teologales, dogmáticas o administrativas de los concilios a los que no fueron invitados, y le dijeron al Papa “tururú que aquí no mandas tú”.

Lo de La Habana fue una brillante ceremonia política donde Kirill fue elevado mundialmente al lado de Francisco; Francisco dio otro paso hacia su ansiada visita a Rusia; Raúl Castro ofició como el gran mediador e inscribió a Cuba en la historia del ecumenismo, mientras Vladimir Putin se metió a noventa millas de su querido adversario americano de la mano de su pope Kirill, el complaciente.

Un acto esplendoroso, sí; una bonita declaración conjunta del Papa y el Pope, definitivamente; pero de arreglar el cisma, nada. Lo de la levadura y la paternidad del Espíritu Santo sigue tan complicado como siempre igualmente que lo de la Inmaculada Concepción de María y la Infalibilidad Papal brechas abiertas hace mucho menos tiempo que lo de la levadura, por ejemplo. Pero a cada cual a lo que le toca y cada uno se lo aseguro bien. Y ahora el presidente Barack Obama, aterrizando en menos de un mes en el mismo aeropuerto que los príncipes de la cristiandad… “No más salvadores supremos; ni César, ni burgués, ni Dios…”[3] ¿Se acuerdan de aquella estrofa, presidente Putin, presidente Castro? Y en abril, el VII Congreso del Partido Comunista de Cuba; veremos, por fin, si trae o no trae levadura y de qué calidad sacramental.



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