Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Crónicas

El secreto del avión de Camilo

¿Por qué el héroe revolucionario se metió a pilotear sin ser piloto?

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Este 28 octubre vuelven los escolares cubanos al mar, a llenarlo de flores. Y en los lugares alejados del mar, van a los ríos a echar sus flores, para que estos las lleven al mar, donde Camilo, habitante de las aguas y del misterio, lleva ya sumergido con su avión 49 años.

En las escuelas recuerdan al grande héroe que, inaugurando el año 1959, entró en La Habana al frente de su columna invasora, de sombrero alón y barbas nazarenas, parecido a un Cristo montero, como lo vieran unas décimas del Indio Naborí. Vuelven los abuelos a repasar con sus nietos el fabulario que hicieran pasar a Camilo al reino de la leyenda: esa parte más dulce de la historia donde se ha quedado, de 26 años todavía; unas veces haciendo rendir a un cuartel, después de días de asedio, y otras protagonizando ocurrencias que, salvando épocas y circunstancias, lo ponen a andar a la par con los traviesos jóvenes Raúl Roa y Pablo de la Torriente Brau.

Porque Camilo Cienfuegos (que se sepa) no era aviador. En la Sierra Maestra, por lo que se sabe, no existieron escuelas de aviación ni condiciones para esa enseñanza que, además, requiere aviones. Y en el Norte, adonde una vez fuera a lavar platos, nadie lo vio asistir a cursos de pilotaje. Tampoco estuvo, al triunfo revolucionario, entre los comandantes que a aprendieron a volar, entre ellos Raúl Castro, quien, según Álvaro Prendes en unas páginas que en el Estado Mayor le censuraron a su libro En el punto rojo de mi colimador (yo las vi), llegó a pilotear un avión Mig 17.

Temerario, pero no irresponsable

Como no fuera el helicóptero en que, según la leyenda, salía a hacer el amor a domicilio, de azotea en azotea, entre la firma de un documento y otro en su jefatura del Ejército, experiencia de vuelos Camilo no tenía. Y, sin embargo, desaparece piloteando su avión, según lo demuestra el hecho de que no se mencione en ese vuelo otra desaparición que la suya. Cierto que era un avioncito Cesna y que Camilo era un tipo de valor temerario, pero no un irresponsable, como lo probaría su página guerrera.

De modo que no cabe pensar (como he oído a veces decir) que, molesto con Hubert Matos en el Camaguey medio insurreccionado de aquellos días de mediados de 1959, (cuando algunos suspicaces empezaban a propalar que Cuba iba hacia el comunismo y el gobierno honorablemente sostenía lo contrario), Camilo se haya encaramado en su avión y puesto rumbo a La Habana, olvidando que no sabía volar.

Creyéndolo un ser sobrenatural, otros piensan que, cumplida su misión en la tierra, Camilo desapareció al atravesar una nube, lo cual explicaría además su irresistible poder de seducción, el encantamiento con que al verlo pasar lo seguían las multitudes. Ya en la Roma anterior a Jesús hubo (o se habló) de desapariciones parecidas. No es que yo lo dude, pero, supongamos que Camilo no fuera un dios. Supongámoslo. ¿Por qué se metió a pilotear sin ser piloto?

Ése ha sido hasta hoy un secreto muy bien guardado. Claro que no falta el malvado que le ponga a dicho desastre aéreo un piloto que estaría prohibido mencionar, para no disminuir el protagonismo del héroe que aquel funesto día de octubre conmoviera a Cuba, como si hubieran matado a Jesucristo en la esquina. Pero eso no sería noble, ni Camilo necesitaría de tales truculencias para seguir siendo Camilo, allá en su país del misterio.

Yo, crédulo por naturaleza como soy, y teniendo en cuenta el antecedente de ese helicóptero del amor —cierto o falso— de que se ha hablado en la corta vida del legendario Camilo en el poder, pienso que él, aquel trágico día, simultaneando trabajo y urgencias galantes, se hacía acompañar en su avión del misterio por una dama. Una señora que, además, era piloto; pero casada, digamos (puestos a suponer) con un compañero ministro, o quién sabe si con el embajador de un poderoso país, por lo que por razones de alta política, el desolado diploviudo y el gobierno acordaron echarle tierra a ese asunto y dejar a Camilo solo-solito en su avión, surcando invisible los cielos hasta el fin de los tiempos.

Sea esto o lo otro, los niños vuelven este año a llevarle flores a Camilo, y también lo harán algunos de sus compañeros. Pero desde la orilla de la mar, nada de subirse a embarcaciones.

En otro tiempo, cuentan, un ministro llenó en Varadero un yate con flores de 59 variedades (una por cada año del siglo en que había tenido lugar la victoria salvadora de Cuba), embarcó a su familia y se alejó tanto de la costa tirándole flores al héroe, que cuando vino a darse cuenta, ¡cataplum!, estaba en las calles de Miami festejando con sus amigos.


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Camilo Cienfuegos, en 1959, al arribar al aeropuerto internacional de Nueva York. (A. SAAVEDRA)Foto

Camilo Cienfuegos, en 1959, al arribar al aeropuerto internacional de Nueva York. (A. SAAVEDRA)

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