Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Bienal de La Habana, Ruinas

El Valle de Josafat

Hoy en La Habana, en algunos de los tristes espacios deteriorados de la ciudad han colocado gigantografías con rostros de personas del pueblo que “adornan” con su venerable vejez, inerme ante una cámara fotográfica, esas ruinas

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Por estos días la presencia de las diferentes manifestaciones de las artes plásticas en La Habana ha conseguido un ritmo trepidante y ello no es un acontecimiento casual pues desde el día 11 de mayo, muchas han sido las galerías, espacios educativos, culturales y hasta públicos que han mostrado diferentes expresiones del arte nacional y también foráneo por toda la ciudad.

Los habaneros hemos tenido la oportunidad de asistir a intervenciones de amplios espacios; apreciar el rescate y conversión de sitios para exponer obras; reconocer como válido el empleo de música, palabras y hasta deyecciones que proclaman un discurso entre lo esteticista y lo soez.

Pero lo cierto es que hay algunos que no otorgan un verdadero crédito artístico a esta Oncena Bienal, pues consideran que su verdadero protagonista no es el arte sino el dinero porque mucho de lo que ahora disfrutamos, está concebido y construido para agradar el gusto de los clientes extranjeros que aquí aterrizaron, sobre todo en los primeros días del evento. Con una moneda nacional sumamente depreciada, ¿quién no necesita moneda dura en Cuba?

Tengan razón o no los que así piensan, lo cierto es que la Bienal pudiera dar la imagen de una sociedad plural donde la ironía, la contesta artística o ciudadana a las arbitrariedades del Gobierno, resultan una realidad cotidiana.

Pero no todo resulta tan sumamente nítido. Durante un mes, es cierto que se promueve un amplio movimiento de ideas y los discursos visuales pueden resultar bien provocativos. Y justamente de esa provocación artística también se vale la cultura oficial para esgrimir su deplorable teoría de las justificaciones.

Hoy en La Habana, en algunos de los tristes espacios deteriorados o lamentablemente derrumbados, algunos clausurados o en otros donde han “construido” patéticos parques, han colocado gigantografías con rostros de personas del pueblo que “adornan” con su venerable vejez, inerme ante una cámara fotográfica, esas ruinas.

Entonces, ha venido a mi memoria un libro titulado El valle de Josafat escrito por Eugenio D’Ors. Se trata de un libro muy viejo: la publicación se remonta a 1921. Su autor se apropia de la profecía del profeta Joel que anunciaba que el valle de Josafat, que existe geográficamente en Palestina, sería el sitio en que Dios celebraría el juicio final.

Y de esa leyenda se vale el ensayista para evaluar la obra de grandes hombres de la cultura universal. Nunca he podido olvidar el juicio que emitió sobre el pintor Claude Lorrain: “Claude Lorrain ya cumplía mejor: en él, los paisajes hablaban a través de las ruinas”.

Este sábado llovió mucho en La Habana. Ojalá que el agua ayude a borrar los rostros con que han intentado otorgarle dignidad a esas ruinas. Ojalá que cuando salga el sol no haya derrumbes y pérdidas de vidas y de recursos materiales también.

Pues ya que no tendrán el valor de colocar la gigantografía del rostro provecto en verdad responsable de gran parte de toda esa desgracia, al menos deberían tener el pudor de no esconderlo detrás de anónimos rostros que no pueden —parafraseando a Eugenio D’Ors— hablar de su ruina.


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