Actualizado: 27/03/2024 22:30
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Economía

En torno a las críticas del castrismo a la libertad económica

La economía de Cuba no está preparada adecuadamente para el libre comercio, ni siquiera para alcanzar los objetivos de dar de comer a toda la población

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De vez en cuando, Granma publica algún artículo de interés que se sale de la línea propagandística habitual del régimen, e introduce algún elemento de referencia que contribuye al contraste de las ideas. Esto es lo que ocurre con el artículo del profesor Anwar Shaik, titulado “El verdadero sentido del libre comercio”, en el que subyace una idea central: “el libre comercio no contribuye al desarrollo de por sí. Se necesitan políticas económicas diseñadas para promover la industria nacional a un nivel en el que sea globalmente competitiva. De lo contrario, el país terminará cubriendo su déficit con deuda”.

Este análisis tropieza con varias dificultades conceptuales que los críticos del libre comercio tal vez, de forma pretendida, no tienen en cuenta, y que voy a intentar despejar.

Primero, ¿cómo se llega a una situación de desigualdades a nivel mundial? ¿Por qué unos países tienen éxito y otros no en la acumulación de riqueza y el logro de niveles crecientes de prosperidad? Este análisis es fundamental para explicar las ventajas derivadas del libre comercio. La historia muestra que quienes han tenido éxito en su proceso de transformación no necesariamente son los que están mejor dotados de recursos naturales o riquezas. Es posible que ello pudiera ser un estímulo en el pasado en los orígenes de la industrialización. Pero en la sociedad del conocimiento y de las tecnologías avanzadas, el éxito depende de otros factores muy relevantes que se encuentran relacionados con la eficacia de los sistemas políticos e institucionales, la existencia de libertades, de capacidad para emprender, de estimular el conocimiento y el capital humano. Es evidente que todo esto no existe en el régimen castrista y por eso, su capacidad para obtener ventajas del libre comercio es muy limitada.

Segundo, ya no resulta posible continuar analizando el liberalismo o el neoliberalismo con las etiquetas de mediados del siglo XX e incluso anteriores. No es cierto que la libertad de comercio se relacione con el mantenimiento de desigualdades. Más bien lo contrario, en un entorno de fuerte competitividad global existen múltiples experiencias de éxito en la superación del atraso económico gracias a una mayor libertad comercial, mientras que los países sometidos al “telón de acero” durante medio siglo registraron un estancamiento estructural que les impidió beneficiarse de los avances a nivel internacional, propiciando la caída de los sistemas políticos.

Tercero, desde hace tres o cuatro décadas, empeñarse en seguir creyendo que “la base del neoliberalismo reside en la teoría ortodoxa del libre comercio” es un grave error que no se sostiene por las evidencias disponibles. La globalización, un proceso que irá avanzando de forma continua en nuestro tiempo, va a exigir un esfuerzo de competitividad a todos los países, de eficacia en sus instituciones de gobierno y de diseño de estrategias adecuadas para obtener ventajas del proceso. No es cierto que las naciones ricas sean las beneficiarias directas del libre comercio. Todos los días aparecen países que alcanzan ritmos de crecimiento acelerados y que distan mucho de ser los “más ricos”. El caso de América Latina en los últimos años es evidente, y Cuba se ha quedado al margen de ese proceso. Lo que tienen que hacer los gobiernos es diseñar sistemas institucionales y de gestión eficaces que permitan obtener una participación activa de los beneficios de la globalización. No encerrarse dentro de sus fronteras apoyando estructuras improductivas e ineficaces, sino todo lo contrario. Abrirse al exterior. Ahí reside buena parte del éxito.

Cuarto, tenemos muchas experiencias recientes que prueban que la tesis de que el libre comercio favorece al fuerte sobre el débil ya no se sostiene en nuestro tiempo. Son precisamente muchos países, en teoría fuertes, los que se encuentran en una situación de debilidad frente a los teóricamente débiles que gracias al fenómeno de la reversión tecnológica y sus mejores costes de producción terminan ocupando parcelas crecientes en los mercados mundiales gracias al libre comercio. China, en este sentido, puede dar muchas lecciones al régimen castrista. Los dragones asiáticos, también, y desde luego Vietnam.

Quinto, desde hace décadas, los estudiantes de los primeros cursos de Economía aprenden el funcionamiento del modelo Mundell Fleming para explicar el comercio internacional, ya que ofrece evidencias suficientes para que los gobiernos puedan determinar con bastante exactitud el impacto de posiciones deficitarias o superavitarias en los equilibrios internos. Este modelo liga el tipo de cambio y sus movimientos a largo y corto plazo, con el nivel de renta y empleo de un país. De modo que es fácil apreciar cómo las políticas económicas, monetarias o fiscales, inciden en los equilibrios existentes. Esa idea rocambolesca de los enemigos de la libertad económica sobre el trueque, el comercio bilateral inter empresas y demás majaderías, hace mucho tiempo que dejó de existir. Lo mismo que las posiciones teóricas descritas por Marx, y casi doscientos años después por Roy Harrod, para analizar los movimientos de liquidez asociados al comercio entre países.

El ajuste de los mercados a situaciones temporales de desequilibrios en las cuentas externas se puede resolver por medio de instrumentos eficaces de política económica que, para los países con bajo nivel de apertura al exterior y por ende, escasa capacidad para competir en los mercados mundiales como Cuba, son relativamente menos útiles. De ahí que el régimen castrista debería conocer mejor los “secretos del libre comercio” y entender que la superación del atraso y la ineficiencia tiene una vía de inspiración en los países asiáticos, algunos de ellos de ideología comunista, como Vietnam, en los que el marco de derechos de propiedad ha avanzando notablemente para consolidar la capacidad competitiva del país en el exterior.

La inspiración para el éxito tiene unas consideraciones que exigen desprenderse de viejos conceptos que ya no sirven y reconocer el fracaso de un modelo económico en el que ya nadie cree, ni siquiera a nivel teórico. En las actuales condiciones, con una economía controlada por el estado sin propiedad privada y dominada por oligopolios sectoriales en los que se entremezclan intereses económicos y políticos, la economía de Cuba no está preparada adecuadamente para el libre comercio, ni siquiera para alcanzar los objetivos de dar de comer a toda la población, convertidos en “seguridad nacional”. Se requiere una reforma en profundidad del marco existente que suponga el ejercicio de la libertad económica, del espíritu emprendedor, de la vinculación real y objetiva con el capital extranjero, sobre todo de la diáspora, y el aprovechamiento de las fortalezas que tiene la economía de Cuba en la globalización, que son muchas y muy destacadas.

No creo que la inspiración de todo ello esté en Marx. Lo siento, eso ya pasó.


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