Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Mayo, Enero, República

Érase una vez el 20 de Mayo…

Pudiera decirse que esta fecha y su celebración dividen a los “revolucionarios” de los que no lo son

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Las masas humanas más peligrosas son aquellas en
cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo…
del miedo al cambio.
Octavio Paz

Es muy probable que pocos cubanos nacidos antes de la Revolución de 1959 sepan decir con certeza que sucedió el 20 de mayo. Acaso una minoría contestará que fue el día en que se inauguró la seudo-república o república neocolonial —es lo que está en sus libros de texto, lo que le han enseñado en las escuelas por sesenta años—: seudo —falsa— y neocolonial —esclava. Acaso unos pocos habrán visto la foto del general en jefe Máximo Gómez izando la enseña nacional por primera vez. Casi nadie al primer presidente de la República de Cuba, Don Tomas Estrada Palma, con su gabinete —cubanos todos— en pleno.

No debe asombrar ese desconocimiento abismal de la historia de Cuba por los propios nacionales. A ello el régimen ha dedicado sus mejores cerebros y ríos de tinta, kilómetros de papel. Es lo que saben y hacen las revoluciones: la relectura y rescritura de la historia que, en primer lugar, justifique la conquista violenta del poder; después, servir de sustentación ideológica al autoritarismo, a la castración de las libertades y los sueños.

Es una regularidad cumplida desde la antigüedad. Roma nombró meses con el patronímico de sus emperadores. Pero es en la modernidad donde el renombrar alcanza su cenit; los medios de comunicación, después del invento de Gutenberg, consumarán la importante función de “moldear la masa”. Así sucedió con la Revolución francesa: el año de 366 días fue Franciada; los meses del año según términos agrarios y estacionales; el día con 10 horas, la hora de 100 minutos, y el minuto, 100 segundos.

La Revolución rusa y los comunistas rusos llamaron Stalingrado a Volgogrado, a Petrogrado, Petersburgo, para luego Leningrado y volver a ser San Petersburgo. Un familiar de visita en el Museo del Hermitage oyó de boca de la guía rusa en tiempos soviéticos, frente a la bandera del imperio —la tricolor de Pedro el Grande—, que algún día aquella insignia volvería a hondear en el Kremlin. No se equivocaba. A pesar de todo hay una memoria heredada en los pueblos, más poderosa que la ideología más tiránica.

En Cuba el comunismo tropical ha hecho verdaderas hazañas al renombrar cosas para el olvido y escarnio de los adversarios. El renombramiento, publicitado como “inauguración” en realidad es un cambio de nombre para un teatro, una tienda, una escuela o un hospital de más de medio siglo de existencia.

Pero la mayor estafa a la identidad nacional ha sido la negación, u omisión del 20 de mayo como el día en que nació la República de Cuba. Pudiera decirse que esa fecha y su celebración dividen a los “revolucionarios” de los que no lo son. Los primeros la niegan o aborrecen porque, según argumentan, ese día surgió lo que llaman “república mediatizada”, es decir, un país a medias, chueco, renco, incapaz.

Para los segundos, la fecha del 20 de mayo, escogida hace 117 años por los patriotas que lucharon por la independencia del colonialismo español, tiene el significado de una redención: la república resucita, vive simbólicamente un día después de la muerte del apóstol en combate. Durante medio siglo, abuelos y padres esperaban el 20 del quinto mes para estrenar ropas, irse a la playa, visitar amigos y familiares distantes.

¿Era muy costoso para el régimen, políticamente hablando, mantener el 20 de mayo como día de asueto, de festividad, de recordación a aquellos que, con sus luces y sus sombras, pusieron al país en el concierto de naciones libres? La férula de la enmienda Platt, ¿era suficiente para catalogar la República de neocolonia norteamericana? ¿Por qué la historia buena, la verdadera, comienza el Primero de Enero, fecha tramposa, pues todavía casi todo el ejército de Batista estaba en control de los cuarteles, las marinas y los aeródromos?

La respuesta es sencilla: en el proyecto castrista siempre estuvo condenado a morir el 20 de mayo, como también la democrática y liberal Constitución de 1940. No solo debía ser borrada la celebración y su significado, convertido en bochorno, afrenta, malestar. Como toda revolución, la cubana necesitaba autenticarse, tener su propio certificado de nacimiento. Y no se puede nacer dos veces. La República, según el canon histórico comunista, nunca existió. La primera criatura, la de 1902, fue un aborto, un feto deforme, un malnacido —Canel dixit. El nuevo alumbramiento, la Nueva Era, la Única, Eterna, empezó el primer día de 1959.

Hay más. Para el régimen, celebrar el 20 de mayo no es un desliz histórico. Es una actitud platista, pro-yanqui, contrarrevolucionaria y una retahíla de epítetos más. Al embonar el 20 de mayo con la Enmienda Platt, y tildar a la república de neocolonia norteamericana, intentan alimentar un “antimperialismo” que justifique todas las desgracias de la Isla, antes, ahora y por siempre. Pero contario al deseo, el anti-yanquismo pedestre e hipócrita, no ha hecho otra cosa que más pro-yanquis a los jóvenes de hoy. Como demuestra la historia, madre y maestra, toda esa “reprogramación” es fútil, y se torna en bumerang.

Pensar que la gente no se va preguntar algún día por qué se llamaba Avenida de los Presidentes es pura ilusión —dejarle los zapatos a la estatua de Estrada Palma, nada menos que el segundo al mando del Partido Revolucionario Cubano y hombre de confianza de José Martí, fue una chapuza. Muy cerca de allí alguien indagará como se llama el hospital materno. Sabrá que es el América Arias, patriota, esposa y madre de dos presidentes de la República a la cual el régimen niega todos sus valores. En el mismo Vedado, imponente, se alza el FOCSA —Fomento de Obras y Construcciones, Sociedad Anónimaun enorme edificio, todavía es el más alto de Cuba, diseñado y construido por compatriotas en apenas dos años —entre 1954 y 1956.

Una vez más podrán obviar o denigrar el día en que Máximo Gómez alzó la bandera cubana en el Palacio de Gobierno, exclamando: “¡Ahora sí creo que hemos llegado!”. La República vivió 57 años después de aquello. No fue un remanso de paz y alegría. No podía serlo. La guerra fue demorada, sangrienta, caudillista, como no la deseó, con asombrosa premonición, José Martí. Hubo gobiernos y presidentes malos y buenos. Hubo tiranos. Y sobre todo, hubo un pueblo, que con sus diferencias puso a la recién nacido estado, imperfecto e inmaduro, en la senda de la democracia y de las mejores economías de la región.

El agua tomará su nivel, tarde o temprano. El Capitolio Nacional, donde las vacas de feria pastaron en sus jardines, regresa a ser la sede del parlamento. Una Asamblea Nacional monocorde, comunista absoluta, pero ahí va a sesionar, de donde nunca debió irse. Los bellos hoteles de la Habana van recuperando su prestancia con capital extranjero. Capitales neocoloniales. Pero ahí estarán para recordarnos a todos que la Habana un día fue llamada el Paris del Caribe, y no el maloliente y descascarado solar en que lo han convertido. Así irá sucediendo tras derrotar a los soberbios. Las ideologías no son más grandes que la memoria afectiva de los pueblos.

El 20 de mayo es una fecha inseparable de nuestras tradiciones. Un monumento en el calendario —no en el “revolucionario”— a quienes ese día creyeron haber hecho realidad por lo cual lucharon durante 30 años contra España. Un símbolo que perdurará mientras más intenten negarlo. Vienen muy a tono ahora las estrofas de Ana Belén y Víctor Manuel; recordarnos la pequeñez de los hombres, y la inmensidad de Historia:

“Lanceros con casaca, monarcas de otras tierras/Fanfarrones que llegan inventando la guerra/Milicias que resisten bajo el “no pasarán”/Y el sueño eterno como viene se va/Y ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo/La puerta de Alcalá”.


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