Actualizado: 23/04/2024 20:43
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Sociedad

Esperando a los yumas

Donde el gobierno ve la plaga del capitalismo, muchos olfatean una oportunidad de negocios sin precedentes.

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¿Llegaron los americanos? Todavía no, pero muchos se preparan. No cavan trincheras, ni están al pie de los cañones. Las armas son otras. El enemigo ya no vendrá en forma de soldados, sino de turistas. La historia de medio siglo está a punto de dar un giro coperniciano y toda una lógica del poder vale lo que el periódico de ayer. Sirve sólo para la basura.

Como lo muestra Ramón B. cuando bruñe el rojo metálico de su Osmobile 57 para "pasear a los yumas nostálgicos".

Hace tan sólo un par de años, RB, oficial de la reserva, fue llamado a filas. Lo incorporaron a la operación Caiguarán, que buscaba disuadir a la administración Bush de un presunto manotazo militar a la Isla.

Nunca sucedió. Fue la mejor manera de despabilar a las fuerzas armadas mientras Fidel Castro se debatía entre la vida y la muerte.

RB durmió a la intemperie en medio del campo, afinó puntería con su fusil Kalashnikov y se alimentó de un rancho de arroz con frijoles. "Por las noches, mucho ron para no sentir los mosquitos".

Ahora Obama promete otra historia a los cubanos. La era de la paz. Para el poder en la Isla eso significa un desafío peor: la guerra de las conciencias.

Armando Hart, uno de los dirigentes históricos de la revolución, hace rato que enciende las alarmas. "Si Obama cumple su promesa, nacerá una nueva etapa en el combate ideológico entre la revolución cubana y el imperialismo".

Hart, quien fue ministro de Educación y de Cultura, estima: una "amplia migración con distintos objetivos puede venírsenos encima y para ello debemos prepararnos culturalmente".

Por su parte, el vicepresidente José Ramón Fernández llamó a "blindar ideológicamente a la revolución" y dijo: "los últimos tiempos muestran que nuestra lucha es del pensamiento".

Fernández, un general retirado de 86 años, héroe de la batalla de Bahía de Cochinos de 1961 y actualmente investido de poderes de superministro para la Educación, dijo ante una reunión de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana, con unos 400.000 miembros, que La Habana está "convocada a una gran batalla de ideas" y pidió "ganar esa lucha dura y difícil pensando".

Afirmó que "se trata de influir por todas las vías sobre la juventud acerca de las posibilidades de un mundo mejor, que no es otra cosa que un mundo de explotación e injusticia mayor".

Puede que Ramón B. no esté de acuerdo con su tocayo ministro, pero acepta que los turistas "americanos" son una suerte de caballo de Troya corroyendo las tripas del sistema. Él, como la mayoría, ha aprendido a ser pragmático.

"Cuando nuestros chamas vean cómo viven y lo que gastan los yumas, pensarán que están perdiendo el tiempo aquí. La vida es una sola y hay que vivirla", aconseja mientras revisa el aceite de su "viejo almendrón" en un pueblo satélite de la capital.

Escenario inédito

Como este veterano de la guerra en Angola, a punto de cumplir 55 años, muchos cubanos se frotan las manos y se adelantan a los acontecimientos. Ponen a punto una industria doméstica que debe producir confort, al menos el que permitan las magras economías familiares.

Montan habitaciones con aire acondicionado y baños propios, o remodelan los espacios que ya rentan, ya sea legalmente o por la izquierda.

Esperan que tal vez en algunos meses, un año a lo sumo, aun cuando todavía no haya sido levantada la veda al turismo estadounidense, muchos escapen en desbandada por terceros países, como algunos hasta ahora lo hacen, a cuentagotas.

"Comodidad, mucha comodidad y resolver las cosas rápido, porque esos están acostumbrados a la buena vida, a lo fast", conjetura bajo un sol de justicia que evapora el agua en los charcos de una calle agujereada.

Un ex oficial de seguridad argumenta que el escenario es totalmente inédito. Pero más que eso, complicado.

"Con el turismo vendrán detrás las mafias. La rusa, la asiática, y por supuesto, la norteamericana. Drogas, prostitución, juego, están sintiendo que les viene una bola de candela", augura este ex jefe de grupo operativo conocido por Andrés.

La señora M. Peralta está exaltada. Trabaja en una de las tiendas de habanos de la capital. Recuerda, hacia fines de los años noventa, la generosidad de turistas estadounidenses dejando hasta cien dólares de propina por las cajas de Partagás y Cohíba.

"Son espléndidos. No como los europeos o los chinos. Esos cuentan hasta el último centavo", dice la empleada y asegura que desde hace algunos años existe un stock de habanos protegido para cuando se levanten las restricciones.

El Estado tiene la última palabra

La cuestión no parece condenada a las calendas griegas. Actualmente circulan en las cámaras legislativas norteamericanas un par de proyectos de ley para poner fin a las medidas que desde 1963 prohíben que turistas gringos visiten la Isla.

La meta es que todos los estadounidenses puedan viajar libremente a Cuba, por el tiempo y las veces que quieran.

"Creemos que entablar una relación a través del comercio y los viajes es la mejor manera de promocionar la democracia", estimó el senador demócrata Byron Dorgan, uno de sus promotores.

A regañadientes, el gobierno cubano apostó por el turismo a fines de los años noventa. Ahora el sector aporta unos 2.000 millones de dólares y 2.350.000 visitantes anuales. Luego de los servicios médicos y educacionales ofrecidos a los gobiernos de Venezuela y otros países, calculados en 6.000 millones, la llamada industria sin chimeneas es el segundo motor de la economía, por encima de las exportaciones de azúcar, níquel y tabaco juntas.

Diversos estudios hechos en Estados Unidos calculan que el primer año del levantamiento de la proscripción podría desencadenar una avalancha de un millón de turistas norteamericanos, y hasta tres millones anuales en los años siguientes.

Expertos indican que la Isla no cuenta con una infraestructura capaz de asimilar tal arribazón. Son poco más de 45.000 habitaciones, casi la mitad gestionadas por 13 cadenas hoteleras extranjeras. El promedio de ocupación anual es del 60 por ciento.

En marzo, la viceministra de Turismo, María Elena López, evadió ante la prensa extranjera responder una pregunta sobre el posible impacto de una liberalización del turismo estadounidense.

"Para nosotros, ese país es como todos los que están en el mundo y para todos nos preparamos", dijo López.

La Habana, a poco más de 320 kilómetros de Miami, es el nuevo puerto de mira para los mayores operadores de cruceros del mundo: Royal Caribbean y Carnival Corp.

Tan sólo uno de sus barcos podría hacer desembarcar en la rada habanera más de dos mil comensales de buen apetito.

"¿Habrá restaurantes para todos?", se pregunta Jay Lewis, presidente de la consultora Passenger Shipping Institute, de Miami.

Los cubanos podrían abrir más paladares en toda la zona portuaria, pero eso es una decisión que no les corresponde. El Estado, como siempre, tiene la última palabra.


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