Actualizado: 25/04/2024 19:17
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Reportaje

Gladiadores en pedales

Los bicitaxis actúan como pequeñas válvulas de escape a la crisis del transporte.

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"Fui comprando las gomas y luego me hice de un cuadro. La mayoría de estos triciclos eran de empresas de la gastronomía que al principio del período especial transportaban las mercancías", explica.

Para muchos, "poner bonitos" sus coches es una forma de captar clientes. Es la única competencia que se da entre ellos. El código de ética de los cocheros sólo exige respetar el orden de llegada a las piqueras. El que lo hace primero se lleva al primer usuario y así consecutivamente. Nadie le quita a nadie sus "puntos", salvo en los casos en que exista una relación personal entre usuario y transportista.

Les está prohibido alquilar a extranjeros. Al principio, en los años noventa, era común ver a los turistas por la avenida del Malecón apoltronados en los coches. Ahora esa imagen es muy esporádica.

"Ellos prefieren el bicitaxi porque se relajan, van despacio viendo la ciudad. En un carro no pueden hacerlo", explica Emenelgido. "Es una candela si te agarran con uno arriba", advierte chasqueando la lengua.

Como alternativa, el gobierno invirtió en un programa de taxis biplazas. Compró motores italianos piaggio y con fibra de vidrio lanzó a la calle cientos de cocotaxis, llamados así por su aspecto redondo que recuerdan el fruto tropical. Las tarifas resultan más baratas que los taxis convencionales.

¿Un sindicato y pagar impuestos?

Uno de los guiños es la música. Compran pesados acumuladores para alimentar las disqueteras y también bocinas de alto poder. "Si eres un temba te pongo un bolero o algo de los sesenta y si eres joven, entonces reguetón", manifiesta Oscarito, un intranquilo jovencito tatuado en la pierna izquierda que no debe pesar más de 60 kilos.

"Si son gordos y hay una loma por medio, les digo que no voy en esa dirección", responde sobre el problema de los clientes superpesados. "A veces me tiro y empujo el coche. Hubo uno que me ayudó", recuerda el hecho, mostrando un incisivo de oro. Ríe agradecido.

Sean de donde sean, todos coinciden en un deseo: tener un sindicato y pagar impuestos. "Nos sentiríamos tranquilos", alegan en una respuesta casi coral.

Los legales son perfectamente visibles. Portan en el revés de los asientos el número de licencia a la usanza de una placa de automóvil. Se torna raro ver alguno.

Se dice incluso que estos cocheros "legales" a veces compran sólo el número de inscripción para ahuyentar a los inspectores, pero en realidad no aparecen en los registros fiscales.

El recién concluido congreso de la central sindical no se refirió expresamente al trabajo por cuenta propia, pero sí fustigó los actos de corrupción y las ilegalidades. Tales desafueros son interpretados como serias amenazas al sistema socialista, incluso más que una eventual invasión extranjera.

Fue imposible conseguir en las instituciones estatales el dato sobre nuevas licencias para bicitaxis. Una maraña de evasivas telefónicas se impuso por respuesta.

El alcoholismo —un problema social en la Isla— no parece tener en los cocheros más arraigo que una descarga de fin de semana. "Montamos a la familia los domingos. Nos tomamos un refresco, helado, o algo así", narra Oscarito. "Las borracheras te quitan energía y esa es la que no te puede faltar para la lucha". Aunque el esfuerzo físico es a veces extenuante, son infrecuentes los problemas en las articulaciones o en la musculatura. Incluso uno de ellos es víctima de una hernia discal. "Ni me duele", confirma airoso.

Entre los cocheros es exótico ver a una mujer. Se dice que hay como dos o tres en el negocio y que se mueven por la Habana Vieja. El pedaleo "es cosa de hombres, de gladiadores", advierte Emenegildo y se palmea las duras piernas para demostrarlo. La noche sobreviene. Hora de irse a casa.


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