Honor olímpico
La mafia quería proteger sus inversiones en las marcas Puma y Speedo. La derrota de los cubanos era necesaria: el Comandante representa a Adidas.
Las Olimpiadas de Pekín concluyeron, de acuerdo con todos sus participantes, de manera exitosa excepto para Cuba, que consiguió una victoria moral. Y es que, aunque la delegación de la Isla conquistó el primer lugar en levantamiento de la moral, al computarse con el resto de las disciplinas quedó en el lugar 28 del medallero olímpico.
Cualquier otro país estaría conforme, pero ese es el mismo puesto que ocupó la Isla en 1948, cuando el Comandante estaba todavía en la universidad y era apenas un principiante en su deporte favorito, el levantamiento armado. Y es sabido que no hay nada mejor que una victoria moral para desatar la furia del Comandante. De hecho, la historia de Cuba en el último medio siglo ha estado plagada de victorias morales, como la zafra de los diez millones, Mariel, Granada, la industria agropecuaria, el período especial y el período revolucionario; pero ninguna de ellas ha provocado tanta indignación en el Comandante como esta de ahora.
Con la energía que lo caracteriza, se ha apresurado a achacar al imperialismo, la mafia, el comercialismo y los árbitros los resultados de la delegación cubana. Eso es tener visión profunda de la realidad. Donde otros apenas alcanzan a ver falta de concentración, de preparación o a Yulieski Gourriel bateando para doble play con bases llenas, el Comandante ha descubierto una vasta conspiración que incluye, por una parte, a los árbitros y, por la otra, a Don Vito Corleone y Tony Soprano.
Al parecer, la mafia quería proteger sus inversiones en marcas deportivas como Puma y Speedo. Para eso era necesaria la derrota del equipo cubano, pues, como todos saben, el Comandante representa a la marca Adidas.
La primera medida
El Comandante llamó a adoptar medidas urgentes para que Cuba no sufriera otra victoria moral de esa envergadura. Y las medidas no se hicieron esperar. Sin ir más lejos, al día siguiente de la clausura de las olimpiadas ya habían metido preso al rockero Gorki Águila. Gorki es el líder la banda Porno para Ricardo, cuyo único delito estriba en haberse preocupado demasiado por la dieta que debía seguir la Mascota de Adidas, con aquel estribillo en que suplica: "no coma tanta [parte del cuerpo masculino que rima con gandinga] Comandante"].
El hecho es que el arresto de Gorki es la prueba de que de algún modo estaba en combinación con los árbitros y con Tony Soprano, para quitarle la pelea a nuestros boxeadores. O quizás lo hayan arrestado con la esperanza de que los aficionados lo confundan con Yulieski Gourriel, y digan: "¿Lo metieron preso? ¡Qué se joda! ¿Quién lo manda a batear para dobleplei con bases llenas en el noveno?".
Desde el domingo se ha escrito mucho sobre la actuación de Cuba en las olimpiadas chinas. Para algunos, ese lugar 28 es todavía excesivo, teniendo en cuenta que 1) la mayoría de los cubanos tienen tantas oportunidades de usar el cuchillo y el tenedor como las usar el pasaporte; 2) en la Isla hay el mismo acceso a las comunicaciones que en ciertas partes del Medioevo; y 3) que el transporte público tiene más problemas que una banda de rock en Norcorea.
Otros, en cambio, señalan que los resultados en las olimpiadas son un reflejo de lo que pasa en el resto de la sociedad, y esa afirmación me parece totalmente errónea. Para que la actuación de los deportistas fuera equiparable a la del resto de la sociedad cubana, los peloteros, por ejemplo, deberían pasear a los peloteros extranjeros en bicitaxis alrededor de las bases, mientras les muestran las bondades del terreno.
O nuestras yudocas, luego de presentarse al tatami y saludar a su oponente, desaparecerían al menor descuido y se aparecerían al final del combate cargadas (es un decir) de bolsas, tal y como hacen sus compatriotas durante la jornada laboral. O las voleibolistas norteamericanas, entre bloqueo y bloqueo, le venderían pollo congelado a las cubanas.
El destino de Valodia
Lo más cercano a la realidad nacional fue la patada que le dio el taekwondista Ángel Valodia Matos al árbitro que lo descalificó. Al menos dicho gesto es un fiel reflejo de las tradiciones de nuestro sector gastronómico, donde, como se sabe, te tratan a la patada.
Cuando todos esperaban que castigará a Valodia por revelar nuestras tradiciones en un escenario público, el Comandante hizo un llamado a los compatriotas a que nos solidarizáramos con el luchador. A ver si de una vez todo el mundo se entera cómo los cubanos tratan a sus enemigos y, en el caso de la gastronomía, a los clientes demasiado exigentes.
Así que no debemos preocuparnos por Valodia. Aunque no pueda competir más, seguramente le asignarán altas responsabilidades como la de especialista en atención a cantantes contestatarios. Y hasta podrá viajar, en caso de que en Corea del Norte necesiten asesoría para lidiar con la sorpresiva aparición de una banda de rock.
Pero lo importante es que en Pekín la delegación cubana rompió todos los récords anteriores de dignidad, lo que equivale a decir que ningún atleta desertó. Unos indican que eso se debió a la profunda preparación ideológica de los atletas, aunque parece más probable que los deportistas no estuvieran interesados en cambiar sus habituales asambleas del partido por sus equivalentes en mandarín, o su dieta de picadillo de soya por la de alacranes fritos.
Por su parte, los chinos, gente capaz de construir los dos únicos objetos que se pueden ver desde el espacio a simple vista —la Gran Muralla y el llavero de mi suegra—, hicieron de las olimpiadas un dechado de organización y majestuosidad.
Siempre hubo periodistas que se quejaron: que si la niña de nueve años que apareció cantando en la ceremonia inaugural en realidad había sido doblada por otra de siete; que si las gimnastas chinas no parecían tener la edad adecuada, ya no para competir sino hasta para doblar a la cantante de la ceremonia inaugural; que si el caballo de saltos que utilizaron los gimnastas era en realidad un preso político tibetano inmovilizado…
El gobierno chino no le prestó mucha atención al asunto, aunque muy bien pudo haberlo resuelto invitando a los periodistas a una reunión a puertas cerradas con Valodia. Lo importante es que se conservó el espíritu olímpico. Es de desear que ese espíritu reaparezca en la próxima cita de Londres, donde esperamos que los cubanos alcancen más medallas que en Pekín y, si tienen suerte, algún que otro permiso de residencia.
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