Actualizado: 28/03/2024 20:07
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Reportaje

Isla letal

La sexta causa de muerte son los homicidios. La gente enreja sus casas y el gobierno dice que contraataca.

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Las correlaciones se explican así: cuando en un país la criminalidad es menor a 5 homicidios cada cien mil habitantes por año, se considera normal; cuando es de 6 a 8 homicidios, riesgosa; cuando supera los 8, epidémica. Es el caso de América Latina. El pasado año tuvo 25 homicidios por cada cien mil personas.

En el último cuarto de siglo, la tasa se duplicó. En algunos países, como Colombia y Brasil, la criminalidad es la principal causa de muerte de jóvenes. La región pierde anualmente por la violencia el 14% de su producto bruto.

Las cifras resultan alarmantes y los gobiernos, desalentados, pierden la iniciativa constantemente. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), 1,6 millones de personas perecen cada año por actos violentos.

Kilómetros de sutura

"Cada vez que estoy de guardia, los casos de puñaladas o traumatismo por golpes son tan comunes como las cucarachitas del quirófano. No quieras tú hacer el turno los fines de semana", confiesa un cirujano de un hospital habanero.

"Hago kilómetros de sutura", dice con esa grandilocuencia tan cara al cubano.

La violencia no es un triste privilegio de la capital. Se expande a los grandes conglomerados urbanos.

Unos 300 kilómetros al sureste, en el hospital universitario doctor Gustavo Aldereguía, de la ciudad de Cienfuegos, un estudio médico reveló hace un par de años que las heridas por armas blancas fueron causantes de que casi 200 personas tuvieran que ser operadas con la mayor rapidez. Numéricamente por encima, incluso, de los traumas de cráneo, y muy cerca de la oclusión intestinal y las hernias atascadas.

"Cada vez hay menos respeto por la autoridad", opina un padre de familia. Tiene 62 años y confiesa que nunca antes la gente enrejó más sus propiedades.

"Esta es la ciudad de las rejas; dondequiera las ves, chiquitas, grandes, bonitas, feas, pintadas, sucias y hasta protegiendo los focos de los portales, y así y todo se los llevan", dice alarmado.

Enrejar es un verbo caro en la Cuba de hoy. El metro cuadrado sale en 25 ó 30 pesos convertibles —2,4 veces el salario promedio en el país—, según el calibre del metal empleado y la complejidad del trabajo.

En su mayoría, los herreros son chapuceros y piden dinero por adelantado.

En el barrio habanero del Casino Deportivo, la norma arquitectónica son viviendas de una o dos plantas. Era un paraíso para los cacos. La fiebre del enrejado no tardó en llegar a esa comunidad. Fue en los años ochenta del pasado siglo.

Luis P., uno de sus moradores, dice haber comenzado por el portal y terminado por la última ventana, la del baño. Le tomó años y mucho dinero.

"Fue lo que sugirió la policía cuando me robaron la primera vez. 'Usted tiene que asegurar su casa. Cérquela y cómprese un perro', me recomendó el oficial. Hubo tantos robos ese día que ya no tenían polvo dactilar para coger huellas", recuerda este hombre al remontarse a los fines de los ochenta.

Un cáncer de veinte años

El comienzo de la crisis económica en los albores de los años noventa coincidió con un abrupto repunte de la criminalidad. Fue tal vez su principal factor desencadenante. En el primer semestre de 1990, los récords policiales recogieron más de 25.000 delitos por mes.

El código penal tuvo que ser reformulado, aumentando la severidad de las penas para los delitos graves. Otros menores resultaron despenalizados, buscando equilibrio en la población carcelaria, cuyo número nunca ha sido publicado.

La disidente Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional cifra la población penal entre 80.000 y 100.000 reclusos, en alrededor de 250 prisiones y campos para prisioneros. Según su presidente, Elizardo Sánchez, "en Cuba, el 0,9% de la población está en la cárcel".

La actual ola delictiva se gestó en la precrisis. En 1988, el propio Fidel Castro se quejaba ante una reunión con mandos policiales. "El socialismo no puede permitir que este cáncer lo devore", dijo entonces.

Ahora, casi veinte años después, el gobernante provisional, Raúl Castro, firma el Decreto-Ley 242, entre cuyos diez objetivos está "propiciar la unidad de acción en la prevención del delito y las demás conductas antisociales, identificando las causas y condiciones que las generan y posibilitan".

Al día siguiente de que la medida saliera publicada en la Gaceta Oficial, una anciana paralítica tomaba el sol en su portal cuando fue sacada en su silla de ruedas y luego dejada en un contén de la calle, ya sin ella. Pleno día en La Habana y nadie gritó: '¡ataja!'.


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