Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Fidel Castro, Crisis

La caridad empieza por casa

¿Alguien se ha puesto a pensar cuánto puede haber costado la publicación de miles de ejemplares de ese libro, el tiempo dedicado por profesionales, el gasto de papel y otros recursos importados, así como su presentación simultánea en países tan distantes como Angola, España, Jamaica y México?

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El miércoles 14 de marzo se presentó en La Habana y en diez ciudades del mundo, a la misma hora y con la participación de intelectuales cubanos que viajaron expresamente para la ocasión, el libro Nuestro deber es luchar, donde se recoge el encuentro de Fidel Castro con intelectuales que participaban en la XXI Feria Internacional del Libro de La Habana. La reunión, como todo el mundo sabe, duró nueve horas, así que podemos tener una idea del grosor del libro que, además, se hizo en solo un mes, record indiscutible para las editoriales cubanas.

En ese encuentro se debatieron muchos temas: la manipulación de la información por las agencias de prensa capitalistas, el cambio climatológico producto de una irresponsable política de las multinacionales, los gastos demenciales en la industria bélica, la acumulación de ganancias millonarias en manos de unos pocos y la aterradora miseria en que viven millones de seres humanos en el mundo. Pero esto no es solo preocupación de Cuba: muchas personas, Gobiernos e instituciones internacionales denuncian, desde hace años, el daño irreversible que el ser humano le está provocando al planeta y la desigual distribución de la riqueza.

Ahora bien, ¿alguien se ha puesto a pensar cuánto puede haber costado la publicación de miles de ejemplares de un libro, el tiempo dedicado por editores, traductores, mecanógrafos, el gasto de papel y otros recursos importados? El libro se presentó en países tan distantes como Angola, España, Jamaica, México. ¿Quién pagó esos libros? Por supuesto, Cuba. ¿Tiene algún sentido que asuma estos costes un país que está sumido en una profunda crisis económica y social, en el que el salario apenas alcanza para una semana, donde los niños solo tienen derecho a la leche hasta los siete años y el resto de la población, incluyendo a los ancianos, hace más de 50 años que no pueden tomarse una vaso de leche al desayuno? (Esto no lo digo yo, lo dijo Raúl Castro). La ciudad, literalmente, se está derrumbando, ya hay varias generaciones de cubanos que viven hace más de veinte años en albergues, muchos de ellos también a punto de caerse, porque sus casas se han desplomado. Familias enteras con niños, que ya son adultos, no tienen la más mínima idea de lo que significa la palabra “privacidad” porque viven hacinados en cuartos apenas separados por “un tabique de tela” (entiéndase, una sábana).

Pero no se trata solo de la publicación de este libro, es la sumatoria de disparates económicos y planes pantagruélicos, llevados a cabo sin tener en cuenta las más elementales leyes de la economía, además de las donaciones de hospitales, medicinas, ingenios azucareros y hasta comida, a medio mundo, como si Cuba fuese “la Suiza del Caribe”, y no un país prácticamente en bancarrota, con una crisis económica que viene arrastrándose hace décadas y que resulta ya asfixiante e insoportable.

¿No sería mejor dedicar los pocos recursos que tiene esta islita para mejorar las precarias condiciones de vida del cubano y posponer, un poquito, esta cruzada nuestra para salvar el planeta? La caridad, ¿no empezaba por casa?


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