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Arzobispo, Ortega, Iglesia Católica

La Iglesia se rejuvenece, pero el Partido no

El arzobispo de Camagüey reemplaza al cardenal Ortega

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Muchas veces se dijo que la Iglesia Católica era símbolo del pensamiento dogmático y conservador. Sin embargo, al menos en Cuba, el Partido Comunista le ha arrebatado esa calificación.

El papa Francisco acaba de “liberar” de su cargo al cardenal Jaime Ortega y Alamino, y nombrado Arzobispo de La Habana al hasta ahora arzobispo de Camagüey desde el año 2002, monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez.

Jaime Ortega, al frente del arzobispado de La Habana durante 35 años, tiene en su currículum haber organizado la visita a Cuba de tres Papas, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco; contribuir al mejoramiento de las relaciones Iglesia-Estado en la Isla; recuperar algunos espacios —pocos— antes vedados a la Iglesia en la isla comunista; haber jugado un papel importante en las negociaciones de 2010 que culminaron con la excarcelación de los prisioneros de la “Primavera Negra” de 2003 y el destierro hacia España de casi todos ellos; y haber sido pieza destacada en las negociaciones para el acercamiento entre EEUU y el régimen, que culminó con los anuncios de restablecimiento de relaciones el 17 de diciembre del 2014 y lo que se ha dado en llamar “el deshielo”.

Independientemente de la valoración que cada quien tenga, con todo su derecho, de la gestión del cardenal Ortega y Alamino, y de las críticas a su actitud y resultados por parte de disidentes, opositores y exiliados cubanos, así también como de la población, sus actividades mencionadas no pueden ser desconocidas.

Sin embargo, el momento del cardenal había culminado ya. Aunque, como establece el Derecho Canónico, había presentado su renuncia al cumplir 75 años en 2011, ni el entonces papa Benedicto XVI, ni su sucesor Francisco, la habían aceptado, considerando que Ortega todavía tenía objetivos que cumplir de acuerdo a los planes, objetivos, tareas, misiones e intereses del Vaticano. En estos momentos, sin embargo, ya el cardenal había hecho lo que tenía que hacer, y se aceptó su renuncia y permitirle dedicar el tiempo que le quede de vida a “con la oración y su experiencia, continuar sirviendo a la Iglesia; además de las funciones que le son propias como Cardenal de la Iglesia al servicio del Papa”. Al mismo tiempo se anunció que el Papa había aceptado también la renuncia de monseñor Alfredo Víctor Petit Vergel, como auxiliar de la diócesis de San Cristóbal de La Habana, por haber superado también la edad reglamentaria de 75 años.

El sustituto del cardenal declaró a la agencia española Efe que “Vamos a tratar de continuar la obra que él (Ortega) ha realizado y estoy seguro, me lo ha confirmado así, de su apoyo, su oración y su compañía”. Por lo que se ha podido conocer, Juan de la Caridad García Rodríguez, natural de Camagüey, hijo de obrero ferroviario y ama de casa, tuvo que ver directamente con reconstruir y dinamizar la iglesia en Camagüey en sus 14 años como arzobispo en aquella ciudad, y es considerado un representante de la Iglesia Católica cubana más apropiado en estos momentos que su predecesor.

De 67 años de edad, no puede ser considerado un parvulito, pero comparado con los 79 de Ortega y Alamino, sin lugar a dudas es mucho más joven, y si la salud le acompaña podría garantizar varios años al frente de la Iglesia Católica en la Isla.

¿Qué ha sucedido, por su parte, con el partido comunista cubano y su séptimo congreso? Podría alegarse que, de la misma manera que dos Papas mantuvieron al Cardenal Ortega en el cargo para cumplir objetivos precisos, Raúl Castro podría mantener a sus supuestos “cardenales” por más tiempo en el Buró Político: por eso las momias fundamentales se habrían afianzado en la selecta camarilla, y solamente ascendieron cinco nuevos funcionarios sin poder real y que no modifican las relaciones de poder dentro de la pandilla.

Lo cual podría ser así hasta cierto punto. Pero no responde una pregunta elemental. Ahora se sabe por qué al cardenal Ortega no se le aceptó la renuncia al cumplir los 75 años, como establece el Derecho Canónico. Sin embargo, ¿por qué no se jubiló en el recién terminado cónclave comunista a José Ramón Machado Ventura, Ramiro Valdés, los ancianos generales Ramón Espinosa, “Polo” Cintras Frías y Álvaro López Miera, y los ineptos Esteban Lazo y Salvador Valdés Mesa? ¿Cuál es su misión en un partido que no tiene proyectos, ni planes ni programas? ¿Por qué se ratificaron en el Comité Central personajes jurásicos como Guillermo García, “el gallego” Fernández, Armando Hart o Julio Camacho Aguilera?

No se trata de esperar que Raúl Castro o su megalómano hermano reconozcan que su “revolución” es un absoluto y rotundo fracaso, que pidan perdón a los cubanos de la Isla y el destierro por todo el daño causado por casi sesenta años, que se orienten hacia la democracia y la economía de mercado para mejorar la miserable vida de la población, ni incluso que renuncien a sus cargos, aunque si tuvieran vergüenza deberían haberlo hecho hace ya mucho tiempo, pero evidentemente no la tienen.

Se trataría, simplemente, de dar espacio y protagonismo a personas más jóvenes, con un pensamiento más fresco, sin los resabios, frustraciones, complejos y dolencias de carcamales formados en el siglo pasado con ideologías del siglo XIX, incapaces de comprender las realidades de nuestros tiempos y cómo funciona el planeta en el siglo XXI, cuando el marxismo-leninismo y la épica abstracta son piezas de museo no componentes de la vida cotidiana en tiempos de Internet, clonaciones, aceleradores de partículas y globalización.

La Iglesia, tras más de dos mil años de existencia, se adapta a las nuevas realidades en Cuba, mueve sus “cuadros” y se prepara para ganar terreno y nuevos espacios.

Mientras tanto, el Partido Comunista se aferra a lo que no ha funcionado por más de medio siglo, ratifica a sus comisaros contra la voluntad de los cubanos, sigue hablando del pasado, y creyéndose que son los verdaderos “revolucionarios”, cuando no son más que fracasados corruptos que, para mantenerse en el poder, tienen que desgraciarle la vida a millones de cubanos, en la Isla y el destierro.

Y continúan haciendo inventando planes y elaborando utopías hasta el año 2030 y más allá.

Cuando, realmente, lo mejor que pudieran hacer sería morirse lo antes posible.


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