Actualizado: 18/04/2024 23:36
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Represión

La muerte es sorda

Cuba necesita otro concierto: para que nadie vaya a un calabozo por sus ideas políticas.

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A la galera de Antonio Díaz Sánchez, en la cárcel de Canaleta, no llega la música. No llega la alegría programada de un concierto de artistas que pasa una noche como un cometa por la prisión. Lo que ese hombre necesita no son los acordes de una guitarra ni una voz ajena. Quiere los remedios para sus enfermedades y quiere la libertad, como la quieren y la reclaman los otros 233 presos políticos que sufren en las cárceles de Cuba.

¿Una brigada de músicos y un pintor de la corte? No. Un equipo internacional de juristas y de especialistas en derechos humanos, para que se examinen los expedientes desde la óptica de la verdadera justicia y no desde la arbitrariedad de unos sirvientes que no prepararon juicios, sino entremeses obscenos con guiones escritos por la policía.

¿Un equipo de cine pagado por el mismo gobierno que los apresó? No. Un cineasta libre que lleve su cámara a las celdas de castigo y filme, por encima de la plancha de hierro de la puerta, el camastro de zinc y el hueco en el piso al que llaman en los documentos oficiales "baño turco".

Una cámara en la cocina, aunque no se pueda grabar el olor del pescado podrido, ni el sabor de los pedazos de harina que dan como plato fuerte, junto a hierbas con agua caliente y un dado de pan expuesto al sol, a las moscas, y humedecido por el sudor de los operarios y ayudantes que cocinan con leña.

Otra en la enfermería, para que filme los tajazos con cuchillas, los alambres en forma de signos de interrogación que se tragan los presos, las piernas y los brazos inyectados con un repuesto de bolígrafo, con petróleo o excremento, cuando ya no encuentran otra forma de protestar por las condiciones en las que viven en las cárceles.

¿Unos redactores de lobregueces y obviedades que reseñen la hazaña (siempre hay un poco de miedo en el ambiente) de ir a cantarles a los presos? Que le den un espacio en sus panfletos a los 24 periodistas que están allá dentro, para que cuenten su experiencia, para que den detalles de las palizas y de cómo se utilizan a delincuentes sin escrúpulos para tratar de atemorizar a los presos políticos.

Una página para que escriban sus testimonios Ricardo González Alfonso, Normando Hernández, Víctor Rolando Arroyo, Pedro Argüelles Morán, Adolfo Fernández Saínz, Iván Hernández Carrillo, José Luis García Paneque, Héctor Maseda, Omar Moisés Ruiz, Pablo Pacheco Ávila, Oscar Sánchez Madam y Omar Rodríguez Saludes, entre otros.

Ellos son más libres y más periodistas que los enviados especiales, porque están detrás de las rejas con condenas de hasta 26 años por describir la realidad y decir sus opiniones con honestidad en el país donde nacieron. En la tierra que aman.

No hay alivio con canciones

La gravedad y el peligro de la vida en las cárceles de Cuba no se eliminan con un poco de agua y cal en las paredes, y otra de mano de chapapote desleído con gasolina en los barrotes. No se alivian con canciones desde unos altavoces y una caravana de artistas que pasa por las afueras de la prisión en un ómnibus que conduce Mr. Marshall.

Es otro el concierto que se necesita. Otro el que quieren los presos políticos. Otro el que reclama Cuba para que nadie vaya a un calabozo por sus ideas políticas, por robarse unas naranjas para su familia, ni falsificar un vale para poner algo de comer en la mesa de casa. Que la cárcel sea, de todas formas, un ámbito decente donde los asesinos y los gángsteres paguen sus deudas con la sociedad.

Es un concierto para el que estamos convocados todos, y esa, una música que sí se puede escuchar ya en cualquier parte de Cuba y sus exilios. Y en la galera de Antonio Díaz Sánchez.


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