Coronavirus, Epidemia, Salud Pública
La muerte y la plaga
Suponer que la data cubana de infestados y fallecidos es “un globo”, como tantos otros, es fácil. Hay antecedentes y muchas pistas para creerlo así. Pero, ¿y si fuera cierta?
Natural que la muerte se tapara la nariz.
Francisca y la Muerte.
Onelio Jorge Cardoso.
En un anuncio que aterra —aunque no sorprende— el régimen cubano declara que ha llegado la hora de darle el golpe final a la plaga. Es un verdadero misterio saber cuándo los cubanos de la Isla dejaron de fallecer o los fallecieron de otra cosa y no de la covid-19. Hace unas semanas, el equipo a cargo del enfrentamiento al coronavirus reportaba la ausencia de víctimas mortales. Mientras, en estado crítico y muy graves había una decena de pacientes en todo el territorio nacional. Al momento de escribir estas líneas solo hay 82 fallecidos en lo que va de epidemia, o sea, una de las tasas de mortalidad —alrededor del 4 por ciento— más bajas del mundo, la cual oscila entre 5 y 6 %. También el nivel de infestación es sumamente bajo, si tenemos en cuenta que, de 11 millones de personas, aproximadamente apenas hay confirmadas dos mil.
Los únicos países que le hacen sombra a las estadísticas cubanas son Nicaragua, con cerca de 300 casos y apenas 17 muertes, y Venezuela, mil confirmados con solo diez muertos. El caso de Nicaragua es muy curioso; hasta que no hubo denuncias de genocidio por la actitud irresponsable del régimen, no se dispararon los casos de unas decenas a cientos en un solo día. Ambas naciones, integrantes del eje del Socialismo del Siglo XXI, no poseen un sistema de salud comparable con el primer mundo. Ni sus recursos hospitalarios son del primer nivel, ni la cantidad de personal sanitario cubre toda su geografía.
Si algo de la pandemia ha sido útil como moraleja es devolverles a los seres humanos el sentido de fragilidad; de que la muerte es lo único seguro y que la vida es pura gracia. De nada valen las riquezas, la fama, las ideologías si una imperceptible cadena de proteínas puede acabar con cualquiera en pocas horas. Es conocido por el mundo científico y el profano la alta letalidad y rápida infestación del SARS-2 COVID-19. A lo que habría que agregar que una vez dañados dos o más órganos o sistema, se establece lo que se conoce como fallo múltiple de órganos o síndrome de fallo multiorgánico, cuya mortalidad es superior al 80 %.
Por esa razón, algunos pacientes reportados de graves o críticos que logran recuperarse son despedidos del hospital con los aplausos de quienes están presenciando el milagro. No es cierto que, en Estados Unidos, Europa y algunos países de Latinoamérica no hubiera recursos ni profesionales capaces para enfrentar la epidemia. El problema fue que el virus planteo retos clínicos y logísticos a la altura de una guerra planetaria; que, por su complejidad, como el síndrome mencionado, rebasó las mejores posibilidades técnicas y humanas.
Esto nos lleva a hacer un análisis serio de los profundos contrastes entre lo que sucede en Cuba y sus amigos de la región, con países desarrollados. Hasta ahora la prensa oficial cubana, y la plegada a los regímenes venezolano y nicaragüense, conceden a sus sistemas sanitarios y sus científicos y doctores el éxito por esas estadísticas sorprendentes. Cuba, incluso, exporta saberes. Ni los excelentes clínicos italianos ni los epidemiólogos brasileños o norteamericanos han podido detener a la covid-19. Algo tienen los de la Isla, que no tienen los demás, para ser tan exitosos en este enfrentamiento, para salvar vidas que escapan a otros.
Los médicos y personal de salud que leen estas líneas saben cuán difícil es a veces establecer la causa directa de la muerte. Por su alcance a casi todos los órganos del cuerpo, la covid-19 puede ser el culpable de neumonías, enfermedades agudas del corazón, de los vasos sanguíneos, hemorragias cerebrales, daños en los riñones y en el tubo digestivo. Luego, sin un enfermo fallece y no ha dado tiempo o por otra razón no se ha hecho el test, es una media verdad que no ha muerto del coronavirus o no es posible afirmarlo con certeza. Tal subregistro parece haber sido la causa de pocos casos diagnosticados en Alemania y otros países de Europa al principio en hogares de ancianos.
La situación en Cuba, específicamente, es mucho más compleja. De aceptar la data como cierta, algunos factores no tenidos en cuenta pueden haber incidido en tan pocos fallecimientos. La lógica indica que a esta hora los fallecidos y los infestados podrían triplicar o quintuplicar las cifras. Hay varias razones para pensar así: las medidas de aislamiento de la población y el cese de actividades se hizo al menos dos semanas después de que la mayoría de los países lo ordenaran; las colas-molotes sin debida protección continuaron semanas después de tener transmisión endógena; los controles con test masivos no han sido aplicados en todos los municipios; hay falta de medicamentos verdaderos —nada de hígado de pato—, y equipos confiables —el respirador criollo: tamaño de un freezer, azul marino que ofusca.
A favor de la data insular cierta está el hecho innegable de tener un sistema de salud escalonado, que comienza con el médico de familia y termina en institutos de investigación, como el IPK (emulo del CDC norteamericano). El régimen tiene los recursos militares y judiciales para declarar zonas cerradas en cuestión de horas, confinando la posibilidad de propagación. El personal sanitario tiene un alto grado de entrenamiento en lidiar con enfermedades infectocontagiosas como el dengue y la chikunguña. Y aunque la red hospitalaria está en muy mal estado, el esfuerzo humano de quienes allí laboran no debe subestimarse.
La politización de la Plaga y sobre todo de la muerte, ha teñido de un color particular la pandemia. Por un lado, en Estados Unidos se dice que ha servido al presidente para hacer campaña en el reenganche de la presidencia. Por el otro, la oposición demócrata ve esta como la única oportunidad de vencerlo en las urnas. Es así como transcurre la vida en la nación más poderosa que haya existido, donde los fallecidos pronto pasarán de cien mil y contando.
En tanto Cuba, tan entretenidos como están en Washington, escapa por la puerta de atrás: ahora, además de la condena internacional a la infamia del bloqueo, también han logrado sembrar por el mundo a varias tropas de médicos para desmentir la muy seria acusación de que el régimen usa los galenos como mano de obra esclava. Por si eso fuera poco, organizaciones sociales y sindicales conocidas en sus barrios, están proponiendo a esos esclavos de bata blanca para el Premio Nobel de la Paz. Ese detalle, junto a la muy probable entrada de la Isla en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, y la petición al Club de deudores de Paris de una moratoria de pagos, señala que el régimen cubano está vivito y coleando, a pesar de sus pocos infestados y muertos por causas naturales, tan naturales como un vulgar coronavirus.
Suponer que la data cubana de infestados y fallecidos es un globo, como tantos otros, es fácil. Hay antecedentes y muchas pistas para creerlo así. Pero ¿y si fuera cierta? ¿Si la inmunidad del cubano, por su muy pobre alimentación, lo defendiera de la llamada tormenta de citoquinas? ¿Y si haber tenido que crecer montando bicicleta, corriendo detrás de las guaguas, sudando en las colas, haciendo el amor a diario porque no hay quien vea la televisión, lo tuviera libre de colesterol, libre de estrés y oxidaciones? ¿Y si el consumo de carnes blancas como la de cerdo, del jurel con su abundante Omega-3, y de vegetales y viandas sin abono ni pesticidas lo mantuviera apto para luchar contra el enemigo invisible?
Si la data cubana fuera cierta, y en realidad hay pocas muertes, a mi mente viene enseguida aquel cuento extraordinario de Onelio Jorge Cardoso, Francisca y la Muerte. Cada vez que la muerte pasaba a buscar a Francisca no la encontraba porque la anciana estaba trabajando, ayudando a alguien. Cansada de no hallarla, la muerte toma el tren de las cinco y se marcha. La anciana Francisca escardaba malas hierbas en un jardín de una escuela cuando alguien a caballo, de paso por allí, le pregunto cuando se iba a morir. Nunca, contestó Francisca, porque siempre hay algo que hacer. Eso explica por qué el cubano de a pie sobrevive en medio del desastre.
Artículo publicado en Habaneciendo.com, Blog del autor.
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